La pasada no fue la mejor semana para el bolívar. De hecho, los últimos años no han sido los mejores para él. Pero lo ocurrido fue otro punto cumbre: viajó, impreso en otros países, y a pesar del consabido discurso de la soberanía, en jumbos, según el Wall Street Journal, diario estadounidense que de sensacionalista, nada, publica Correo del Caroní.
Pero más allá del descubrimiento, están las calles venezolanas. Porque en las calles venezolanas se ve, se siente el valor raquítico de la moneda nacional: es poquísimo lo que se puede hacer con el bolívar hoy en día. No se tome en cuenta a los chiquitines de la partida: el de 2, el de 5, el de 10 y el de 20. O el hermano del medio, el de 50. Váyase al de mayor denominación, el de 100, y piense: últimamente, ¿qué ha hecho con él?
“Vermo, varón”, responde un vendedor de especias en la feria de hortalizas de Villa Colombia, en Puerto Ordaz. Hay asombro en sus palabras, también, porque la respuestas se pierde en recuerdos lejanos.
“Es que 100 bolívares no alcanzan para nada. Compré hace mucho un refresco, pero eso fue hace como seis meses. Porque ahorita está a 200 bolívares”, refiere.
Perdido en la inflación
Hablar de la utilidad del billete de 100 bolívares es un asunto más espinoso en Ciudad Guayana, la tercera con más inflación de Venezuela. La superan Maracay en el segundo puesto y Caracas en el primero.
“Tengo tres hijos y les doy mesadas. En la semana para la escuela le doy mil a cada uno, pero sé que no alcanzan para nada. Al menos, ellos se van desayunados”, añade el vendedor de especias.
Elvis Idrogo, también vendedor, pero de casabe, lo tiene muy claro: con 100 bolívares no compra. Ni vende.
“La torta de casabe la tengo en 130 bolívares. Eso era lo más barato que tenía y los clientes se quejan, pero ¿qué más se puede hacer con 100 bolívares? ¡Será comprar dos caramelos!”, expresa.
Shyrlene Astudillo, quien se dedica a vender utensilios, golosinas y agua en Puerto Ordaz (todo sea por rebuscarse), en tono de sorna, sentencia que “lo único que se puede comprar es una caja de fósforos. A mi hijo yo tengo que darle, semanalmente, dos mil bolívares. Son 200 al día, pero eso sé que no le alcanza”.
En ese momento se acerca un cliente. Le pregunta:
– ¿En cuánto el agua?
– 180-, responde.
Al menos, ¿desayunar?
Tener un desayuno digno, por llamarlo de alguna manera (es decir: una porción de algo con un jugo), es prácticamente una razón de carcajada. Lo es si se piensa en el billete marrón con la cara circunspecta de Simón Bolívar.
Se confirma, por ejemplo, con un diálogo en una panadería:
– Hola. ¿Qué es lo más económico aquí para desayunar?
– Cachito de jamón: 250.
– ¿Y lo más caro?
– Croissant en 800. Bueno, hay tortillas en mil…
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