No se si las mayorías nacionales, y mucho menos, si los partidos democráticos lo están notariando, pero la minoría que encabeza Maduro -y que representa una fracción minúscula del Poder Ejecutivo-, se alzó “en armas” contra la Constitución y las Leyes y validada del poder circunstancial que representa la fuerza, no reconoce la decisión de la inmensa mayoría de los venezolanos que el 6D otorgó a la oposición democrática la legitimidad necesaria para hacer respetar la Carta Magna, restaurar la independencia de los poderes e iniciar el proceso que conduzca a que la libertad y la democracia brillen de nuevo en los cielos de Venezuela.
No es, por supuesto, un mandato del cual quieran oír hablar– y menos obedecer- neototalitarios de la extirpe fallida y forajida de Maduro, y ya puede establecerse que, a horas de conocerse oficialmente los resultados de 6D, se rodeó de lacras de todos los pelajes para instrumentar un desacato continúo y pronunciado que no puede interpretarse sino como un golpe de Estado desde “un” poder y contra “otro” poder.
Pero, aparte de la gravedad de los hechos –que es la que atañe a la urgencia y diría que hasta dramatismo de este artículo- pienso que el golpe madurista también es propicio para denunciar una vez más el falso apego y la adhesión puramente instrumental del neototalitarismo y el “Socialismo del siglo XXI” a la democracia constitucional y sus leyes, las cuales, usadas para asaltar el Poder Ejecutivo, se dirigen después a la mutilación de los derechos, que llevados al extremo de su arrase total, abren puerta franca a la instauración del stalinismo de siempre.
Y ese es el monstruo, fantasma o esperpento con que hoy tropiezan los millones de electores venezolanos que el 6D aprovecharon la confianza del madurismo en sus abusos y atropellos para propinarles la derrota por la que, no solo él régimen de Maduro, sino el llamado “Socialismo del Siglo XXI” cayeron hecho añicos para devenir en una suerte de serpiente que, cortada en 1000 pedazos, logra que los trozos se retuerzan, agiten y hasta amenacen.
Visual espantosa por lo insólito, pero en absoluto inquietante por su eficacia, si se saben separar las partes, aislarlas de ensamblajes que les dan una ilusión de permanencia y se destruyen como materia muerta, pero infecciosa.
Esto es, exactamente, lo que ocurre con la partícula, secuela o cráter que llaman Maduro, cuyo corte se suscitó cerca de la cabeza, y por tanto, agitada y exhibiéndose con dientes afilados y ojos vidriosos, intenta engullirse la Constitución, las leyes, y la recién renacida democracia venezolana.
Todo lo cual, traducido al imaginario de la política real, de los diccionarios que sesudamente hablan de golpes, contragolpes, revoluciones y contrarrevoluciones, no quiere decir otra cosa sino que Maduro, sintiéndose aun presidente de la República y cabeza del Poder Ejecutivo, acaudilla una rebelión o golpe de estado contra la voluntad mayoritaria de los venezolanos, se burla de ella, la atropella, la pisotea, y en la medida que está representada por la Asamblea Nacional, pues proclama que no obedece sus leyes, sus decisiones, ni las órdenes del máximo organismo legislativo del país.
Es el que también podría llamarse, el choque más fuerte, violento y estruendoso entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo en los 205 años de historia republicana del país y que, si bien se da por descontado se resolverá a favor del Poder Civil, la democracia y la Asamblea Nacional, no se visibiliza cuándo alcanzará su mayor clímax, cuál podría ser su duración, ni los daños centrales, laterales y colaterales que le procurará a Venezuela.
En todo caso, se trata de otra réplica de la lucha entre el Poder Civil y el Poder Militar en Venezuela, de la democracia contra la dictadura, de la paz contra la guerra y de los votos contra las balas.
Desde luego que, con las variantes que impone el tiempo, el lugar, los escenarios, los orígenes y la naturaleza de las fuerzas que se enfrentan.
Porque -y esto hay que decirlo de una vez- tras el “socialista” Maduro se agrupa una cierta hez social y política constituida por factores que la delincuencia globalizada ha ido desparramando por el mundo en visiones apocalípticas, donde, ángeles y demonios, se dan la mano y naciones y estados enteros son tomados por la delincuencia organizada que pervierte principios, ideologías, éticas, culturas y hasta religiones.
Por ejemplo, no es un secreto que un número no exiguo de los oficiales que integran la cúpula militar madurista está acusada en tribunales internacionales de formar el llamado “Cártel de los Soles”, organización criminal que trafica con cocaína y que solo por temor a ser requerida a que de cuenta de sus ilicitudes, se agarra al clavo caliente de un gobierno espúreo, contrario a los intereses nacionales y decididamente forajido.
Como “narcosocialismo” ha empezado a ser reconocida en estudios de academias y universidades la especificidad del socialismo chavista y madurista, y es porque, no solo una cúpula militar, sino la estructura gubernamental entera se dice que trafica con drogas.
Pero hay más, porque el madurato también se hace rodear de mafias de todo tipo y rango, como pueden ser los llamados “pranes”, criminales de altísima peligrosidad que purgan sentencias en las cárceles y, por el milagro de la tecnología digital, liman barrotes, traspasan rejas y extienden su poder más allá de los espacios cerrados y dominan barrios, municipios, capitales y hasta estados.
Su modus operandi es el de compartir sus dominios con el estado madurista que, por servicios que pueden ir desde controlar a la oposición, hasta ejecutar misiones sucias que el madurismo necesita encubrir, se les permite esta doble vida por la que, individuos al margen de la ley y condenados por sentencias firmes, salen a menudo de sus celdas, vigilan sus negocios, realizan crímenes, secuestran inocentes, cobran vacunas, acumulan enormes fortunas y usan las prisiones como hoteles “cinco estrellas”.
Seguirían, en escala de menor peligrosidad, los llamados colectivos, milicias y guardias del pueblo, organizaciones armadas de civiles, no permisadas por ninguna ley, financiadas por el oficialismo y que reciben sueldos del “madurato” y, teóricamente, están prestas a defender con las armas al gobierno en caso de que corra peligro.
Sin embargo, no hay dudas que los apoyos más importantes de la resistencia, rebelión o golpe de estado madurista derivan de la corrupción, del apoyo que pueden suministrarle mafias de seudoempresarios que, bien dentro o fuera de Venezuela, han participado en el desguace de DOS BILLONES Y MEDIO DE DOLARES que fueron dilapidados en copiosas oportunidades para que Chávez primero, y Maduro después, contaran con votos en la OEA, la ONU y otras multilaterales, y así mutilar, decapitar o pulverizar la democracia.
Y por aquí llegamos a los gobiernos de la región, a los casi democráticos, menos democráticos o antidemocráticos, que guardan silencio, se muestran indiferentes o se solidarizan con Maduro y su estado forajido en su promoción y ejecución de la tragedia venezolana.
Lo cierto es que la Asamblea Nacional y el pueblo venezolano están solos en la urgencia de enfrentar y derrotar el golpe de Maduro que, día a día se traduce en más hambre, enfermedades e inseguridad que en muchos sentidos opera como un estado de sitio que una fuerza de ocupación lanza contra el país para que no le quede otra alternativa que rendirse.
Por lo tanto, es inaplazable que la Asamblea Nacional y el pueblo de Venezuela pasen a la ofensiva, que denuncien ante el país y la comunidad internacional el golpe de Estado o rebelión madurista, y sobre todo, que diseñe a la brevedad una salida para que los golpistas sean derrotados y desalojen cuanto antes el poder.
Se ha hablado en las últimas semanas de una Enmienda, Reforma Constitucional, o Referendo Revocatorio y en tormo a uno de ellos, dos de ellos o todos ellos, deben ponerse de acuerdo los líderes y partidos de la oposición democrática para en días iniciar la marcha que en menos de dos meses libere a Venezuela de mafias, pranes y narcotraficantes que son las fuerzas que apoyan y se esconden tras el golpe de estado de Maduro, Cabello y los narcomilitares que los sostienen.