Dos escándalos que, sin duda, le aplicarán la estocada final al hasta ahora invencible populismo latinoamericano que, quizá, habría durado unas décadas adicionales, si a Chávez no se le ocurre inyectarle dosis crecientes y virales de socialismo marxista.
Pero era demasiado, ya que el populismo latinoamericano en su expresión más ortodoxa era una variante benévola del fascismo italiano con agregados socialdemocráticos que ponía acento en la distribución del ingreso pero sin afectar la propiedad privada que pasaba a ser mixta, en cambio que, el castrochavismo, en una demostración de revanchismo feroz, desempolvó el fantasma del anticapitalismo del estado benefactor que condujo al colapso a la economía venezolana.
Populistas fueron el primer Perón, el brasileño Getulio Vargas, el peruano, Velazco Alvarado y el primer Carlos Andrés Pérez, y si bien el gasto social se manejó con irresponsabilidad, corrupción y escasa eficacia, dejaron sus países en crisis, pero no en bancarrota.
Otra historia es la Cuba de los Castro y la Venezuela de Chávez y Maduro, la primera una experiencia socialista ortodoxa, y la segunda bastardizada por el empeño de aplicar la receta dosificada, pero con resultados de los cuales no se puede hablar sino en términos catastróficos.
Pero los aportes chavistas al populismo ortodoxo acarrearon otros males, y uno muy señalado fue un autoritarismo exacerbado que, al arrasar con la independencia de los poderes, no dejó a los partidos democráticos otra escapatoria que sobrevivir en un sistema que, por primera vez en la historia, pretendió hacerlos cómplices del establecimiento de una dictadura totalitaria.
Fue la singular tragedia que vivieron los partidos democráticos venezolanos en los últimos 17 años, sujetos a una constitución que obligaba a respetarla, mientras los totalitarios la hacían letra muerta y avanzaban en el establecimiento de la dictadura.
Sin embargo, la variante chavista-socialista del populismo latinoamericano, no tenía porque afectar al populismo de los Kirchner en Argentina, ni al trabalhismo de Lula y Dilma Roussef en Brasil, sino hubiera sido porque, el fin de la independencia de los poderes o su interferencia, hacía demasiado tentador entrarle a saco a los dineros públicos que culminaría siendo la marca de fabrica del populismo y el “Socialismo del Siglo XXI”.
La corrupción…la hidra de mil cabezas que tiene hoy en el banquillo de los acusados a Lula da Silva en Brasil, pronto tendrá a Cristina Kirchner en Argentina y convirtió a Venezuela durante 17 años en una suerte de “Cueva de Alí Babá” cuyo “ábrete sésamo” portaba un militar de baja graduación, socialista y revolucionario, llamado Hugo Chávez.
No es una desmesura afirmar que en las cuantiosas riquezas que dilapidó la corrupción chavista, abrevaron todos los corruptos de la región, y aun del mundo, que fortunas mal habidas y mal debidas son el origen del hambre, enfermedades e inseguridad que hoy corroen a Venezuela y que, si parte de tal catástrofe se extendió a Brasil y Argentina, no ha sido nunca con la agudeza, la gravedad y la profundidad venezolana.
Pero un grupo de países y economías de América Latina yace hoy en ruinas, y son las que abrazaron la causa del castrochavismo y del “Socialismo del Siglo XXI”, se agruparon tras de aquella etiqueta que se llamó el ALBA y contaminaron la región de una ideología anacrónica que los impulsó a experimentar con un error, con un fracaso, con un fiasco: el socialismo.
Y a alimentar, a nutrir el delirio llegó el ciclo alcista de los precios del crudo del 2004-2008, que impactó de manera exponencial las finanzas venezolanas, y fue usado de manera discrecional por Chávez para fortalecer su petrodictadura y crear un sistema de países satélites que, como en el antiguo sistema soviético y stalinista, vieran a La Habana y Caracas como los sucedáneos de Moscú y Pekín.
Así, la eternamente en crisis economía cubana se refrescó y por momentos pareció que se viabilizaba, Daniel Ortega y el Frente Sandinista de Liberación resucitaron y recuperaron el poder en Nicaragua, y Rafael Correa y Evo Morales, dos etnomarxistas, hablaron de refundar en el Ecuador y Bolivia el imperio de los Incas.
Y casi lo logran, sino hubiera sido porque los precios del petróleo comenzaron a desplomarse a partir de julio del 2008, y de un pico de 128 dólares b/d, agonizan hoy a 26 dólares b/d.
Fin de fiesta para el socialismo petrolero, pero también para el populismo de la soya, el trigo y la carne, ya que la depresión también arrastró a la baja los precios del resto de las materias primas, y a su principal comprador China, pasándole factura a todos, quienes, en el mundo sueñan que se puede desarrollar una economía sin propiedad privada y una clase de emprendedores que la capitalice y multiplique.
Pero un inmenso daño había sido inferido a economías como las de Venezuela, Brasil y Argentina y no fue solo por la pérdida de oportunidades y recursos sino por la inmensa corrupción que arrasó con empresas públicas y privadas, infraestructura y servicios y la mínima funcionalidad ética sin la cual es imposible que marche una sociedad, cualquier sociedad.
La incompetencia y la descalificación de la academia para premiar al autoditactismo y al voluntarismo, también hizo lo suyo y hoy no son pocos los bienes, fábricas y fundos abandonados porque no hay personal experimentado para operarlos.
Hoy el CVAL (Corporación Venezolana de Alimentos) tiene un programa para devolver fundos expropiados a sus antiguos dueños, pero a condición de que acepten como socio al Estado con el 50 por ciento de las acciones y empiecen a pagar nóminas burocráticas abultadas e inmanejables.
O sea, que el robo sigue.
Por eso, puede asegurarse que los daños a las economías de la región fueron proporcionales a las dosis de socialismo que se le endosó al populismo tradicional y que, en ese sentido, ningún país más devastado que Venezuela, porque la gangrena chavista tomó todo el tejido del estado y los poderes públicos, y afectó a los poderes ejecutivos, judicial y electoral que han devenido en los últimos bastiones del socialismo y la corrupción.
Frente a ellos, el Poder Legislativo representado en la Asamblea Nacional, retomado en las elecciones parlamentarias del 6D por la oposición democrática que se ha propuesto, con toda legitimidad, recuperar la democracia y el Estado Derecho y lleva a cabo lo que sin duda puede llamarse la última batalla por el restablecimiento de la democracia constitucional en el continente.
No ha sido fácil para los demócratas de Venezuela, obligar al Poder Ejecutivo que representa el presidente Maduro, a sujetarse al imperio de la constitución y las leyes y mucho menos recurrir a una medida de fuerza, pero pareciera que se agota el tiempo para una salida pacífica y negociada y que será cuestión de días o semanas en que una movilización popular obligue a Maduro a una salida constitucional, bien sea por renuncia, enmienda, reforma o referendo revocatorio.
Pero más allá del tiempo que se tracen las salidas venezolana, brasileña y argentina, así como de los regímenes residuales de Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, un veredicto puede ser emitido: el populismo y su consecuencia más atroz, el socialismo han muerto y llegan los días de la democracia constitucional y liberal.