Ante le imposibilidad de seguir con mi labor, decidí salir a comprar algunas cosas que hacían falta en mi casa, fui a un pequeño centro comercial del norte de la ciudad y al salir del local en el que realicé la compra, pude ver como la señora que pagó justo antes de mí, era atracada en el estacionamiento.
Asustada e indignada volví a la casa; ya había luz y me senté a escribir nuevamente, pero ahora pensando en que se ha ido convirtiendo Valencia, mi ciudad, la de todos, donde nació Venezuela, la que fue capital de la República en tres ocasiones, la que ha sido cuna de grandes personajes civiles, y asiento de venezolanos insignes, tierra de gente trabajadora, valiente y emprendedora.
Hoy, es la séptima ciudad más peligrosa del mundo, donde sus habitantes tenemos que enfrentar con valentía el sobrevivir en ella. Transitar -a pie o en cualquier vehículo- calles y avenidas sin iluminación, con una asfaltado en malas condiciones realmente requiere una buena dosis de templanza y valentía; circular por nuestras autopistas no es muy distinto, son osados aquellos que se movilizan en el escaso transporte público existente; y muy audaces quienes usan un parque o una plaza tras caer el sol. La inseguridad nos arropa y a las autoridades parece no importarle.
Como en el resto del país, los valencianos afrontamos a diario los flagelos de un gobierno tirano, violador de los más elementales derechos humanos, que acaba no solo con nuestra seguridad sino con nuestro bienestar, que ha llevado la escasez, la inflación, el desempleo, a unos niveles insostenibles, que nos envenena de forma lenta y silenciosa enviándonos por las tuberías aguas contaminadas (cuando llega) y con elementos químicos en cantidades no aceptadas por la Organización Mundial de la Salud, ante lo cual solo la sociedad civil alza la voz. El Gobernador y el Alcalde, guardan silencios cómplices ante estas situaciones.
Valencia, debería volver a ser ciudad ejemplo para el país, como lo fue durante muchos años. Cada uno de los sectores que hacemos vida en la ciudad, debemos asumir la inmensa necesidad de cambio que tiene el país y que desde la ciudad podemos impulsar.
Pareciera que en esta ocasión nos vuelve a tocar a la sociedad civil valenciana, exigir, a nuestras autoridades, y trabajar para tener instituciones y servicios públicos verdaderamente eficientes. Nos corresponde ser valientes, enfrentar situaciones, autoridades y poderes, desafiar, para cambiar la realidad actual y devolverle a Valencia, la alegría pérdida. Debemos lograr imponer las necesidades del colectivo sobre las necesidades o intereses particulares; en conclusión, nos toca dejar de ser simples habitantes de un espacio a ser verdaderos partícipes de su construcción.
Peter Drucker, filósofo y abogado austriaco nos dejó como enseñanza que la mejor manera de predecir el futuro es creándolo, seamos pues, los valencianos del presente los que forjemos el futuro mejor que soñamos para nuestra ciudad y nuestro país.
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