Vivimos en la representación jánica de dos realidades simultáneas: por una parte asistimos al momento más estelar de la humanidad: los valores de la democracia parecen haber triunfado en Occidente, el respeto a los derechos humanos es una precondición en el trato ecuménico y el progreso nos está haciendo vivir más y mejor. Nunca habíamos contemplado con tanta satisfacción este avance desde nuestra atalaya superior. Por otra parte el radicalismo no occidental y premoderno de origen teocrático se enfrenta con todo aquello que no lo siga. Una de las conquistas de la modernidad es la definitiva separación entre Iglesia y el Estado: haberle dado vacaciones a Dios sin fecha de regreso. Esto, que para un occidental resulta inmodificable, para el integrista islámico aferrado al dogma incuestionable del libro sagrado parece incomprensible. Nadie en nuestras sociedades toleraría la intervención de la iglesia en cuestiones civiles. París, Bruselas, Lahore. Tres atentados idénticos y criminales contra la idea luminosa de Occidente que consiguen que perdamos la sensibilidad ante el asesinato en masa. Cada día al ingresar en las noticias ya nada suena del todo funesto porque el mundo ha convertido la tragedia en titular de rutina. El terrorismo es la forma más vil de la oscuridad.
El estudio de la historia nos ayuda a mantener la memoria fresca porque el olvido se viraliza a diario. Recordar es una forma de honrar lo apreciado de nuestra condición humana. En estos días estuve en lo que fueron las torres gemelas del World Trade Center. En el año 2000 me había subido al tope de su inalcanzable vista y hace unos días contemplé el agujero insondable que quedó de eso. De aquellos pilares sólo resta el silencio, porque es con sigilo cómo se acercan los centenares de personas que visitan esta dolorosa zona que ha hecho de la desgracia una reflexión. En el espacio que ocuparon los rascacielos hay dos orificios que conducen a una profundidad desconocida. Desciende un agua que se arremolina y se hunde hacia el pozo del no se sabe adónde. Es la zona de impacto ya al margen de toda suma o toda resta. Que cada quien disponga de sus números para esta incógnita en que abundan los puntos suspensivos y escasea todo raciocinio clarificador. En este monumento laico nos preguntamos más que por la muerte en su sentido ulterior, por la vida en la hora exacta en que todo puede desaparecer por un impacto, en un instante. Esa agua que cae y se esconde en el agua nos reta a resolver su sinuoso y largo acertijo. Y si estamos, como arrogantemente creemos, en un momento estelar de nuestro tiempo.
@kkrispin