“Vengan benditos de mi Padre porque tuve hambre y me dieron de comer…”, dice el Maestro en la parábola del “Juicio Final”. Jesús rara vez regaña y menos maldice, pero aquí nos habla de maldición e infierno para los que dejan que el otro se muera de hambre, de sed y de enfermedad o se pudra en la cárcel. Ese es el juicio de Dios sobre las personas y también sobre las políticas. A los malditos contrapone los “benditos de mi Padre” porque me dieron de comer, me brindaron agua en la sed, me acompañaron en la enfermedad… Es la línea divisoria entre la buena persona y la mala, entre buen gobierno y malo. Lo demás es hipocresía religiosa.
Los responsables de la situación política, económica, y social reciben la alabanza de Dios solo si logran estructuras, instituciones y conductas para que los hambrientos tengan acceso a la comida y a su producción; los enfermos, a la salud, y los injustamente presos, a la libertad. Jesús dice que esa negación de la vida del prójimo trae el infierno; lo que está a la vista en Venezuela. Para salir del hambre y de la pobreza se requieren modificaciones profundas y coherentes en todo el aparato productivo y en la acción de millones de personas; cosa que es imposible sin un cambio de política y un gobierno democrático nuevo que convoque a todo el país. Lo mismo se diga sobre las políticas para que las medicinas, los médicos y las instituciones públicas de salud traigan vida. Los buenos sentimientos de caridad quedan mutilados si no hay políticas coherentes e inteligentes en todas estas áreas; en política cuentan los resultados, no bastan las buenas intenciones.
Algunos curas se precipitaron a celebrar el actual régimen como el advenimiento del Reino de Dios y ahora nos sorprenden pidiendo que los obispos y los curas sean ciegos y mudos ante sus secuelas de muerte. La Iglesia no puede callar cuando se trata de defender la vida digna, aunque la acusen de meterse en política. Los grandes profetas de Israel fueron asesinados porque con la verdad de Dios denunciaban a quienes vendían “al pobre por un par de sandalias” y usaban el poder para oprimir y explotar. El profeta Jesús fue ejecutado por el poder de su tiempo, acusado de meterse en política. En nuestros días y en este continente las dictaduras asesinaron al hoy beato Romero (El Salvador), al obispo Angelelli (Argentina), al arzobispo Girardi (Guatemala) y a decenas de sacerdotes, “por meterse en política”. El cardenal Silva Henríquez en Chile, monseñor Arias en Venezuela y Helder Cámara en Brasil fueron ejemplos de conciencia cristiana frente el atropello de las dictaduras y defensa de los perseguidos. Ciertamente los obispos y sacerdotes no se deben meter en política partidista, pero tienen que hacer suya la defensa de la vida (comida, bebida, salud, casa, trabajo, libertad…). Todo ello fruto de la buena política, frente a la mala que conduce al infierno que vivimos. Traiciona al Evangelio quien calla o bendice a los señores de este mundo que esclavizan a la gente. Los que se robaron miles de millones de dólares, los que implantaron la ineptitud y corrupción en la administración pública y los que mataron la productividad de la empresa son los que quitan el pan, el agua, la salud y la seguridad. El poder –hoy y ayer– busca obispos y curas incondicionales que los bendigan, legitimen y sacralicen, pero el Espíritu de Dios nos lleva a orar: “Señor, ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles”. La bendición de Dios es inseparable de la vida de los más pequeños: “Vengan benditos de mi Padre porque tuve hambre y me dieron de comer…”.
Más allá de los buenos sentimientos de caridad asistencial dando algo de comida o un vaso de agua, hay que meterse en política para producir comida, luz, agua, seguridad y democracia, con todos y para todos. Ello requiere ciencia y tecnología, financiamiento, organización, profesionalismo capacidad y honradez…, dirigidos por una política de estadistas, centrados en el bien de la gente, de todos los venezolanos y no solo de los que llevan la franela de su partido. Y abrir las cárceles y fronteras para que salgan y regresen los criminalizados y perseguidos por el mero hecho de ser opositores. Lo contrario es el infierno. Si alguien lo duda que venga y vea lo que vive Venezuela. Una Iglesia muda o servil bendecidora no sería fiel a Jesús, fidelidad que es su única razón de ser.
Nuestros problemas son tan graves y la corrupción tan desbordante que el saneamiento requiere toda una renovación espiritual y alianzas de los políticamente diversos (en cuanto partido), pero acordes en la política nacional del bien común para desbloquear el desastre actual y poner las bases para que todos marchemos hacia la reconstrucción del país.