El Tribunal Suprema de Justicia (TSJ) es una institución desprestigiada. Los ciudadanos no le tienen confianza. Esto es una verdadera lástima porque el TSJ es la máxima autoridad judicial de Venezuela y el factor de equilibrio entre los poderes Legislativo y Ejecutivo. Según la más reciente encuesta de la firma Delphos, encargada por el Centro de Estudios Políticos de la UCAB, un 60,0% de los venezolanos no le tienen confianza la TSJ mientras que el 40,0% le tiene mucha o algo de confianza. Pero tan importante como el dato anterior es que de ese 40,0%, la mayoría le tiene algo de confianza. Es decir, el grueso de los venezolanos desconfía en el TSJ.
Lo relevante es indagar es porqué los venezolanos desconfían del TSJ. La respuesta tal vez no sea sencilla, pero una hipótesis razonable es que los ciudadanos ven al TSJ como una apéndice del gobierno, debido a que todas las sentencias de ese organismo judicial terminan favoreciendo al gobierno y por tanto la gente se siente desprotegida. Esa tesis parece corroborarse por hechos recientes donde el TSJ ha dictado sentencias insólitas para darle sustento jurídico a un gobierno que al no tener apoyo político ha recurrido al TSJ como su plataforma para tratar de anular a la Asamblea Nacional. Además esto lo dicen tanto el presidente Maduro como diputados del PSUV que hablan del TSJ como su tribunal.
Ese desprestigio del TSJ se acrecienta por dos razones. Una, por la forma en que fueron seleccionados muchos de sus integrantes, quienes claramente no calzan los puntos para ser magistrados. Personas que no cumplen los requisitos hoy están investidas de magistrados. La otra es que las sentencias que está dictando, entre ellas la que declara inconstitucional la Reforma de la Ley del BCV aprobada por la Asamblea Nacional, son un plagio. Esa sentencia del TSJ del 30 de marzo de 2016, cuyo ponente fue Calixto Ortega, plagió un documento de la Consultoría Jurídica del BCV de fecha 12 de enero de 2016. Copiaron y pegaron párrafos completos sin citarlos y también un cuadro estadístico de tres páginas corrió igual suerte.
Uno no está en la cabeza de un magistrado para hacerse un juicio sobre lo que piense y la forma en que valoran la vida. Pero es obvio que a muchos de ellos no les importa el mañana sino el hoy. Por esa razón muy probablemente no está entre sus raciocinios pensar que podrá pensar el país acerca de ellos siendo magistrados o cuando ya no lo sean. Un estudiante de derecho que lea y analice esas sentencias se preguntará dónde se formaron esos abogados que escribieron y firmaron esos adefesios jurídicos. La historia está llena de jueces que llamados a impartir justicia se pusieron al servicios de regímenes totalitarios y luego les tocó enfrentar la ley de la vida, aquella que pone las cosas en su lugar. Por ello alguien dijo que el mejor guionista siempre es el tiempo porque pone cada cosa en su lugar. Es posible que enceguecidos por una visión ideológica del mundo esos magistrados piensen que hacen lo correcto. Pero los hechos son los hechos, y ahora están desprestigiados ellos y el tribunal del cual son miembros. Por ahora.