Los partidos son “fábricas” de funcionarios públicos, de políticas públicas, de agendas públicas y de fiscalizadores a gobierno, en el caso de ser oposición; y necesitamos esas fábricas. La dinámica democrática se produce en el espacio donde las diferencias se plantean abiertamente con la mentalidad de lograr puntos de encuentro que satisfagan las demandas de los distintos sectores de la sociedad y, por supuesto, limiten el poder del Estado.
Hoy muchos discuten si el “modelo” funciona o no. Y caen en el error de decir que el “modelo” es un tema meramente económico y de cuánta intervención del Estado es suficiente. La economía social de mercado no es un invento de la Constitución del 93 y las “garantías” que se establecieron en ésta para la iniciativa privada no necesariamente son la causa de las diferencias sociales, la falta de inversión social o la ralentización de la movilidad social. El problema real, a mi modo de ver las cosas, es de falta de partidos políticos neuronales y consustanciados con la peruanidad actual.
Entiéndase: 1) Falta de profesionalización de los liderazgos políticos con herramientas que les permitan comprender la política como estructura, proceso y resultado. 2) Falta de “creatividad política” para ofrecer alternativas y soluciones sostenibles y sustentables a los problemas cotidianos 3) Falta de “innovación en políticas públicas” que las hagan más eficientes, eficaces y legítimas 4) Crisis de representación efectiva o de socialización de los partidos en contacto con grupos de interés que sientan que los liderazgos son verosímiles y creíbles 5) Ausencia de ciudadanización en el común de la población por la vía de la comunicación como intercambio y acuerdos de base.
Cambiar el “modelo” sin cambiar la mentalidad de los que conducen a los fallos del sistema, es como pretender que cambiando el plato sabrá mejor la comida. El modelo no es el problema porque no limita la elaboración de políticas eficientes y eficaces, éstas no se elaboran y ejecutan por otras razones. Son los partidos.
¿De dónde venimos?
Los partidos políticos de primera generación (siglo XIX), llamados de cuadros y definidos como elitescos, funcionales y técnicos, eran partidos de “notables” y se dieron en un momento no muy democrático, razón por la cual al masificar el voto empezaron a perder validez.
La segunda generación, los partidos de masas, advinieron a una sociedad que buscó democratizarse y ampliar la participación política; son articulados, combativos y rígidos en su estructura. Un aparato administrativo al servicio del Estado y una poderosa maquinaria electoral. El objetivo era ampliar su militancia de estructura vertical y dogmática. Tuvieron gran éxito en el siglo XX, pero su paquidérmica estructura los fue alejando a finales de siglo, como consecuencia de la dinámica social y del propio éxito de su democratización “caótica” y “omniabarcante”, tanto como ineficiente. Perdieron poder de disciplina, mutando en tercera generación. El APRA, PPC son ejemplos de ésta.
La tercera generación se corresponde con los partidos electorales, consecuencia de la clientelización de los partidos de masas o de la generación más o menos circunstancial de agrupaciones “atrapatodo” que por lo general tienen una postura antisistema y pragmática. Son en este sentido electoralistas, clientelares y masivos. Relajan los valores y principios en función de atender al “mercado de votos” y usa el marketing para estos fines. Se inicia entonces la política de “casino” donde apuestas a “ganador”, mides probabilidades de ofertas electorales y empiezan las crisis de credibilidad. Nuevamente podemos hablar del APRA, como de los “outsiders” desde Fujimori, Toledo, Humala, PPK o Mendoza.
La cuarta generación son los partidos ciudadanos, partidos fractales o de “mosaico” se definen como relacionales, solventadores, horizontales, mediáticos y descentralizados. Buscan ciudadanizar la política.
Un ejemplo muy efímero fue Guzmán, en las pretensiones de la “Ola Morada” y “la Liga de los 500” como partidización ciudadana, pero en realidad aún no vemos alguna que realmente haya apostado a esta estructura. Podemos entonces hablar del Partido de Ciudadanos de Catalunya el cual orgánicamente tiene una estructura descentralizada y mutable, donde resaltan “Las Agrupaciones” como parte de la estructura y dotan de organicidad al partido como fracciones y relaciones. Los ciudadanos están adscritos a una agrupación principal y una secundaria. No más. El fallo de estas iniciativas es su capacidad de empoderar cambios reales. Exigen mucho de la ciudadanía al partidizarla y terminan igualmente creando “cúpulas de representación” que giran en torno a un “ciudadano virtuoso” o líder central. En el caso de Ciudadanos es Albert Ribera y sus posturas terminan siendo blanco de críticas por demasiado utilitarias; así mismo hallan difícil capitalizar votos que no sean “voto castigo”. Su mayor debilidad es que son más simpáticos que empáticos. Prescriben mucho y describen poco, pretender formar, informar, relacionar e influir desde una perspectiva de “lo bueno”, “lo deseable” y “lo ético”. Y todo es importante, pero terminan sólo cambiando el plato.
¿A dónde deberíamos ir?
La quinta generación de partidos, el necesario. Partidos descriptivos de redes hipercomplejas o partidos neuronales, nacidos de la asociación de intereses de los distintos factores de la sociedad contemporánea.
Serán funcionales, mutables y empáticos; consustanciados con los principios de la sociedad del s.XXI y no con las críticas al sistema sino con la sistematización social de la glocalización .
El aditivo es justamente su carácter empático y realista. Asumirá la política como hecho social y parte de la interdependencia entre actores sociales y políticos. Comprenderán la constante yuxtaposición de fuerzas de la sociedad contemporánea, los flujos de información, las migraciones, la economía trasnacional, los grupos de interés transversales y la fragmentación actual del poder. Usarán a lo interno una combinación entre el Hard Power y el Soft Power para constituir el Smart Power de Joseph Nye. Partirán de los gestores de éxito naturales.
Su estructuración debe forjarse a partir del diagnóstico de objetivos comunes y la necesidad de constituir una cadena relacional y bidireccional que responda a las metas de armonía social, sin partidizar a la sociedad sino socializando a los partidos. Esto significa que se identifiquen líderes naturales en diversos ámbitos y establezcan lazos empáticos en función a un programa mínimo que deriva de la asunción de los Derechos Humanos de 1era, 2da, 3ra y el reto de la 4ta generación.
Establecerán satelitalmente sus fuerzas electorales y se moverán en periodos no-electorales socializando con grupos de interés definidos y ayudando a formar liderazgos sociales, económicos y sectoriales. En éstos el concurso de la Academia, los movimientos sociales, las agrupaciones de oficio, los grupos de interés y la clase política constituyen un “nuevo ente” con fines naturalmente políticos que definen, con el programa mínimo, esquemas de comunicación y actualización constantes donde los medios de comunicación tradicionales y nuevos cumplen un rol amalgamador: el debate, disenso y consenso público. El Ágora Digital, Mediática y cotidiana.
Deberán lograr una dirigencia gestora de actividad que se articule en función del estímulo (energía) impuesto por la dinámica de la sociedad contemporánea, en una suerte de sinapsis de intereses en coyuntura. La empatía entonces como esa “energía” debe ser medida, cuantificada y estratégicamente sopesada para el diseño de políticas públicas eficaces y eficientes, producto de la “especialización” de la dirigencia. “Fabricar” liderazgos empáticos por grupos estratégicos que se mantengan en constante sociabilización con sus representados; lo que permitirá adherir votos a las figuras centrales en periodos electorales.
¿Cómo construirlos? Seguiremos en el siguiente artículo.