El 1 de mayo de 2011, un comando especial del Ejército estadounidense dio caza y muerte al terrorista más buscado durante la última década: Osama Bin Laden. Perseguido por los ejércitos de todo el mundo, el líder de Al Qaeda había reivindicado a través de la cadena de televisión Al Yazira los atentados del 11-S contra EEUU.
Desde la masacre, los servicios de inteligencia mundiales pasaron diez años tras el rastro de uno de los hombres más esquivos con los que se han enfrentado.
Para conmemorar el quinto aniversario de la operación contra Bin Laden, plagada aún hoy de incógnitas, la CIA está reconstruyendo en tiempo real y a golpe de tuit la estrategia desde el mismo momento en el que Barack Obama dio luz verde: “El presidente de Estados Unidos aprueba la ejecución de la operación de Abbottabad”.
Abbotabad. Una pequeña ciudad al norte de Paquistán que sirvió de escondite al yihadista. Contra la creencia popular, alimentada por las fotografías que se hacían públicas de Bin Laden, el líder de Al Qaeda no vivía en una cueva montañosa. Más bien se encontraba en un casón de tres pisos protegido por enormes muros y radicales islamistas.
En el complejo, aterrizaron en plena noche dos helicópteros estadounidenses indetectables al radar. Uno de ellos tuvo un accidente, pero la operación no se interrumpió.
La CIA siguió vía vídeo toda la operación que, por decisión directa de Obama, se realizaba por tierra y no mediante un bombardeo. Estaba todo bien atado: un ataque aéreo podría hacer irrecuperable el cadáver mientras que uno cuerpo a cuerpo debería permitir identificar, a priori, perfectamente al terrorista.