La efervescencia sorprendió al país. Un rayo de luz con olor a tinta y a planilla. Un instante de ejercicio democrático y constitucional que reunió a casi 2 millones de venezolanos alrededor de la idea de protestar cívicamente, y demandar un cambio en Venezuela. Un reconocernos en la euforia y energía del vecino o el cercano que comparte nuestra angustia, cansancio y también expectativa por salir de esta trágica coyuntura en forma de gobierno. Eso y más fue lo que se vivió a finales de la semana pasada una vez que el CNE, previo a la presión de la movilización opositora en todo el país, de factores y actores externos y muy seguramente de actores a lo interno del gobierno, entregó la esperada planilla, requisito para iniciar la ruta hacia el referéndum revocatorio a la gestión de Nicolás Maduro.
Que un simple trámite, una sencilla solicitud administrativa, cual es, una hoja, un formato para iniciar el procedimiento de cara al revocatorio, se transforme en algo que amerite acciones de protesta, movilizaciones, duras declaraciones, forcejeos institucionales y otros no tanto, denota la naturaleza de la ruta que sigue, en la cual la movilización y presión popular y ciudadana en la calle, lucen como los únicas vías para que el CNE y el gobierno (en triste y deplorable cercanía) cumplan con el rol que les estipula la ley, e igualmente con el ejercicio de un derecho que muchos venezolanos están solicitando.
Por otra parte, el retraso generado en la entrega referida, y el que posiblemente se observe de ahora en adelante, corrobora la vocación totalitaria y militarista de la élite que se asume dueña del país y de la voluntad de los venezolanos, y que aspira a bloquear todos aquellos mecanismos legales y constitucionales que supongan su salida del poder.
Algo está claro: la actuación del Ejecutivo, y de quienes a estas horas ejercen el poder en Venezuela, en buena parte de su “nomenklatura”, ha traspasado la línea que separa el ámbito de lo surreal del territorio del cinismo rayano en una irresponsabilidad criminal, ante el drama escandaloso de venezolanos que mueren por falta de medicamentos, o por la escasez de insumos médicos, o tratamientos, o equipos, sin mencionar el agotamiento de los inventarios de alimentos e insumos para fabricarlos, o el avance incontenible de una inflación cuyo ritmo de crecimiento, causado por el mantenimiento del esquema de controles y regulaciones en la economía y la destrucción del tejido empresarial privado como objetivo rojo-rojito, empobrecen a miles de venezolanos día a día, sin que el gobierno deje de repetir aquella farsa de “guerra económica” o asome un gramo de dignidad para reconocer su fracaso y ocaso político y moral.
Bloquear las manifestaciones ciudadanas y el deseo mayoritario de cambio político, a través de la amenaza militar, judicial o violenta, en nada contribuyen a reducir la conflictividad en ciernes, ni a garantizar la paz social que el propio Maduro invoca en su perorata pero anula con su praxis. Menos ahora, que el cambio tiene forma de firma, y luego de voto. Que así sea.
@alexeiguerra