Refundido entre edificios de un sector acomodado de Caracas, Pajaritos, un barrio popular marcado por la cerveza, vendió esta noche las últimas botellas de la variedad más apetecida. La escasez de birras en Venezuela apagó la algarabía del lugar.
AFP
El callejón principal del pequeño suburbio, que se extiende sobre una quebrada, suele estar repleto pero hoy apenas hay unas 20 personas.
Sólo una de las familias que expenden tiene “negritas” -una pilsen también llamada “tercio” por el tamaño-, luego de que Cervecería Polar cerrara sus cuatro plantas por falta de cebada, afectando 10.000 empleos directos y 300.000 indirectos, según la empresa.
“Abajo quedan las últimas”, dice Franklin Sánchez -cliente desde hace una década- a unos visitantes recién llegados.
Tras un año de advertencias, el temido cierre de las fábricas llegó el pasado sábado, pero la empresa ya había dejado de surtir muchos negocios hace dos semanas.
Polar, también el principal productor de alimentos del país, cubre 80% del mercado cervecero, según una fuente de la industria, que asegura que la competencia no puede llenar el hueco.
“Hace 15 días dejaron las últimas 10 cajas”, relata José, empleado de una de las tiendas, que empezó a despachar una variedad liviana de Polar tras vender el último “tercio”.
Para saldar deudas con proveedores e importar cebada, la empresa pide al gobierno acceder a divisas, dentro del férreo control de cambios implantado en 2003.
Pero el reclamo está entrampado en una disputa entre el dueño de Polar, Lorenzo Mendoza, y el gobierno, que lo vincula a una “guerra económica” para derrocar al presidente socialista Nicolás Maduro, quien amenazó con tomar las plantas.
“Por que no haya cerveza este pueblo no se va a morir”, afirmó Diosdado Cabello, número dos del gobierno chavista, enfrentado a una crisis económica agravada por el derrumbe petrolero y a intentos de la oposición para revocar a Maduro.
Pero las birras -como se llama coloquialmente a la cerveza en países hispanos- no son una cuestión menor en Venezuela, que en 2014 tenía el consumo per cápita más alto de Sudamérica (70,8 litros al año) y ocupaba el puesto 24 en el mundo, según la firma Kirin Holdings Co.
Ahora cuesta caro ‘rascarse’
Tras un día caluroso en el que pasó varias horas buscando medicinas, escasas como muchos alimentos, Carlos Dapén, un contador de 53 años, pide una cerveza “bien fría” en un pequeño local en Chacao, que sólo vende birras.
La dueña, Inés Berna, una portuguesa de 73 años, le da una de las pocas Solera -también de Polar- que aún le quedan. “Acá había de todo, en la variedad que quisieras. Ver el país así deprime, chamo”, dice Dapén.
Contra su tradición, la mujer, que “nunca” creyó que la compañía fuera a cerrar, empezó a vender otras marcas. Lo poco que tiene lo consiguió en licorerías grandes, lo que infla los precios: en dos semanas la botella subió de 250 a 360 bolívares (casi un dólar a tasa oficial).
Hace un año costaba 70, muestra de la inflación más alta del mundo (180,9% en 2015) y que explica la pérdida de clientes de algunos comercios.
“Antes con 100 ‘bolos’ uno se rascaba (emborrachaba)”, recuerda Rafael Rodríguez, de 63 años, vecino de Pajaritos.
En Greenwich, un pub de referencia que vende exclusivamente Polar, su administrador, Alexander Briceño, muestra fotos suyas de hace tres años haciendo torres de latas de cerveza.
Hoy no tiene una sola birra y la clientela se redujo 30%. Con la palabra “antes” en cada frase, Briceño cuenta que en una noche vendía 2.000 unidades y al estrecho local ingresaban hasta 300 personas.
Pero él cree que el bar se mantendrá a flote gracias a una clientela fidelizada en casi cuatro décadas y al ron venezolano, uno de los mejores del mundo, si bien un trago cuesta el doble de una cerveza.
Eso sí, la falta de birras podría apagar aún más las noches de Caracas, donde la violencia impone un toque de queda de facto en muchos lugares. Sólo en el primer trimestre de 2016, hubo 4.696 asesinatos en Venezuela, uno de los países más violentos del mundo.
“La vida nocturna ha bajando mucho por la inseguridad. Hace que la gente no salga y que los bares funcionen en muchos casos de miércoles a sábado”, comenta Briceño.
En Pajaritos, Avilio Macías, vecino de 53 años, se preocupa por los amigos que dejará de ver.
“Vamos a tener que tomar lo que haya. Lo normal sería que te comas y bebas lo que quieras, con los reales que te ganas”, afirma mientras empuja un sorbo de la cerveza ligera, antes de que también se agote.