Un equipo de matemáticos de la Universidad de Michigan ha usado los datos de una aplicación gratuita de smartphone para recoger una gran cantidad de información sobre los hábitos de sueño de miles de personas en un centenar de países, publica abc.es.
Gracias a esto, los investigadores han concluido que las presiones sociales podrían estar acortando el tiempo que se dedica a dormir, contribuyendo a una «crisis global de sueño», tal como ha concluido un estudio publicado este viernes en la revista «Science Advances».
«Las presiones sociales debilitan o enmascaran los ritmos biológicos, llevando a las personas a retrasar el momento de irse a la cama y por tanto a acortar el tiempo que destinan a dormir», han escrito los científicos de la Universidad de Michigan, encabezados por el matemático Daniel Forger.
Gracias a los datos recogidos con una aplicación destinada a disminuir los efectos del jet-lag, los investigadores averiguaron que los hombres de mediana edad son los que menos duermen y que no llegan al mínimo de siete u ocho horas. Las mujeres, sin embargo, duermen una media hora más que los hombres, porque se levantan más tarde y se acuestan antes, sobre todo entre los 30 y 60 años.
Además, aquellas personas que pasan más tiempo al sol tienden a irse a la cama antes, al contrario de lo que ocurre con quienes pasan más horas bajo iluminación artificial.
La falta de sueño: tóxica
Las consecuencias de la falta de sueño no se hacen esperar. «No hacen falta más que unos pocos días de dormir poco para que acabes funcionalmente borracho», ha dicho Olivia Walch, coautora del estudio. «Lo que es espantoso es que es que la gente cree que es capaz de hacer tareas mejor de lo que realmente pueden. Tu capacidad se derrumba, pero no te das cuenta».
De hecho, según un reciente estudio de los CDC, uno de cada tres adultos de Estados Unidos no duerme el mínimo recomendado de siete horas, y esto incrementa el riesgo de obsedidad, diabetes, hipertensión, enfermedades cardiacas, infartos y estrés.
Natural vs artificial
Para llegar a sus resultados, los investigadores tuvieron en cuenta el efecto de la edad, el género, la cantidad de luz y el país natal sobre los hábitos de sueño, con el objetivo de extraer patrones.
Después, contrastaron esa información sobre la hora de irse a dormir con la obtenida en un modelo matemático capaz de simular los ritmos circadianos humanos, unos comportamientos que se repiten de forma periódica y sincronizada con el paso del día a la noche. Entre estos, está el ciclo de sueño-vigilia, un importante ritmo biológico que está regulado por un grupo de neuronas que responde a la cantidad de luz solar que llega a los ojos.
Gracias a esta simulación, los científicos obtuvieron una estimación teórica de cómo serían los hábitos de sueño de las personas de forma natural, sin la influencia de la luz artificial o de las presiones sociales.
En consecuencia, descubrieron que, de forma natural, las personas se acostarían más temprano, y que si no lo hacen es porque quizás se «ignoran» o «se debilitan» las señales biológicas del sueño. «Las discrepancias entre teoría y datos muestran que las señales solares están presentes pero debilitadas (…) aunque no está claro si es porque el organismo se adapta a la exposición de luz o por la presión social», han considerado los autores en el estudio.