Existe una famosa anécdota de acuerdo a la cual, en una oportunidad en la que el gobierno de Cuba trataba de convencer a inversionistas hoteleros canadienses para que se establecieran en la isla, Fidel Castro les dijo a éstos que invirtieran sin temor, porque en Cuba ya no podría venir nada peor a lo que para entonces allí existía; que la única cosa que podía pasar es que llegara el capitalismo, en cuyo caso, dichos inversionistas estarían aun en mejor situación. Fidel Castro estaba apelando al manejo de las expectativas, consciente de que la forma como visualizamos el futuro incide en lo que decidimos hoy y la forma como experimentamos el presente.
En situaciones de sufrimiento, la esperanza de un mejor mañana puede hacer más tolerable el día de hoy. Dos individuos desempleados pueden lucir idénticos en su situación objetiva. Son desempleados y puntos. Sin embargo, si uno de ellos tiene la esperanza de que va a conseguir un empleo, mientras que el otro no, esos dos individuos son totalmente distintos en su subjetividad. Su manera de actuar y pensar su situación será diferentes. La esperanza altera nuestra manera de experimentar el presente.
Lo que vale para los individuos vale también para los países. En Brasil, donde la economía vive la peor recesión en décadas, la remoción de Dilma Rousseff de la presidencia y la constitución de un nuevo gobierno, ha generado esperanzas de que el rumbo del país va a cambiar para bien, animando los mercados bursátiles y generando interés de inversionistas nacionales y extranjeros que pudieran pronto empezar a contribuir con la reactivación económica de ese país. La tensión social generada por la prolongada recesión y los escándalos de corrupción han encontrado una vía de escape en la movilización política y el cambio de gobierno.
Hoy millones de venezolanos angustiados por un presente cada día más duro, albergamos la esperanza de que exista también en nuestro país una forma de salir de la profunda crisis en la que el país se encuentra a través del cambio de gobierno, a ser logrado pacíficamente a través del referéndum revocatorio; una figura legal establecida en la constitución de la República y creada por el mismo régimen que hoy gobierna Venezuela. Sin embargo, el régimen parece obstinado en bloquear esa salida utilizando de manera burda las instituciones que controla; el CNE y el TSJ. Al hacer esto, el régimen se encallejona y encallejona al país. Tendrá que apelar a dosis crecientes de violencia y represión para sostenerse y mantener el orden. En este escenario, los desenlaces de las angustias y frustraciones, personales y colectivas frente a la ausencia de salidas son impredecibles.
Por ello, la mejor contribución que Nicolás Maduro pudiera hacerle hoy al país, para comenzar a salir de la crisis, sería decirle a los venezolanos y al mundo entero que en Venezuela hay un proceso revocatorio en marcha, absolutamente democrático, pacífico y constitucional, que tendrá lugar este año y que o bien relegitimará su mandato o traerá un nuevo gobierno. Sería una manera de decirle al mundo, como lo hizo Fidel en su momento con los inversionistas canadienses, “anímense que aquí ya no puede venir nada peor que esto. El revocatorio es el camino”
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