Lo que sucede en la patria de Bolívar no es gracioso, pues se está gestando una crisis humanitaria.
Hacía rato que en la capital colombiana un evento no daba lugar a liberar una carga emocional de tanta magnitud como la observada el jueves pasado durante el lanzamiento del libro ‘Preso pero libre’, del líder opositor venezolano Leopoldo López. La presencia de la admirable Lilian Tintori, esposa del dirigente, hoy condenado a una larga pena de cárcel, sirvió incluso para tener en un mismo escenario a los expresidentes Betancur, Gaviria, Pastrana y Uribe, quienes por un breve momento dejaron atrás sus rencillas personales para expresar el ferviente deseo de que al vecino país regresen la calma, la concordia, la prosperidad y el respeto por las libertades y las diferencias, menoscabadas por el remolino de la revolución bolivariana.
Ese anhelo es compartido por millones de colombianos que ven con inquietud cómo una situación ya difícil no hace más que empeorar. La que en épocas pasadas fuera la nación con el segundo nivel de desarrollo más alto de América Latina es hoy un lugar donde reina la desesperanza. Resulta increíble constatar cómo en un territorio que cuenta con las mayores reservas de petróleo del mundo no solo hay que hacer filas para adquirir bienes esenciales, sino que en muchos casos la espera es infructuosa porque los artículos nunca llegan a los anaqueles.
Pensar que en Venezuela la gente iba a pasar hambre era una idea inconcebible hasta hace unos años. Pero es así. Al otro lado de la frontera se gesta una crisis humanitaria de inmensas proporciones, sin precedentes en el hemisferio americano y que solo tiene trazas de empeorar. Aparte de la falta de alimentos para abastecer adecuadamente a una población de 30 millones, son notorias las carencias de medicamentos y otros productos que componen la canasta básica. Una enfermedad seria casi equivale a una sentencia de muerte, dada la inoperancia del sistema de salud, que está sumido en el desabastecimiento.
Y la lista de males no acaba ahí. Caracas, otrora una ciudad modelo, se ha convertido en una de las urbes más peligrosas del mundo. El desgreño oficial obligó a adoptar un racionamiento de energía que no termina y cuya solución parcial es el recorte de la jornada laboral de los empleados públicos a dos días a la semana. Los subsidios son tan increíbles que con la gasolina que se compra con el equivalente de diez dólares cambiados en el mercado paralelo sería posible darle la vuelta al globo terráqueo.
No todos pasan penurias, claro. Quien tenga recursos puede surtirse con los ‘bachaqueros’, pues el absurdo sistema de precios vigente ha dado origen a la hiperinflación y a un tráfico de productos de primera necesidad. Pero para la mayoría, el diario vivir es poco menos que una pesadilla.
Mientras eso sucede, Nicolás Maduro insiste en que todos los males de su patria se deben a una conspiración internacional que incluye normalmente a Washington y Miami, y en ocasiones a Madrid y Bogotá. Ante esa supuesta amenaza, el inquilino del Palacio de Miraflores se ha dotado de facultades adicionales que desconocen a los demás poderes públicos. Tal parece que el sucesor de Hugo Chávez se asemeja cada vez más al “dictadorzuelo” que pronosticó el secretario general de la OEA, Luis Almagro, que a alguien comprometido con la democracia.
Si así fuera, Maduro habría aceptado las reglas de juego establecidas por la Constitución que fijan las condiciones para convocar un referendo revocatorio. La razón de desconocer los casi 2 millones de firmas presentadas es obvia: la impopularidad del Gobierno es tan alta que una apabullante derrota es fácil de predecir.
Dadas las circunstancias, es indudable que Colombia no puede actuar como un espectador más. Además de los vínculos históricos y de hermandad que nos unen con Venezuela, debemos ser conscientes de lo que implica un mayor deterioro de la realidad sobre el área fronteriza. Si algo nos conviene es que al otro lado de la línea limítrofe las cosas se arreglen más temprano que tarde, para lo cual hay que moverse en el terreno diplomático.
Es correcto, como bien lo señaló un comunicado de la Cancillería el viernes, promover las vías del diálogo entre la oposición y el Gobierno. No obstante, cualquier contacto que se haga no puede ser una excusa para ganar tiempo, sino para adoptar soluciones reales que comienzan por el respeto a las normas y los derechos humanos. De lo contrario, la comunidad internacional deberá aumentar la presión, y ello incluye invocar la Carta Democrática Interamericana, pues la tragedia venezolana no da más espera.
Hasta no hace mucho, era fácil hacer chistes con la falta de papel higiénico o de la cerveza. Hoy es evidente que lo que sucede en la patria de Bolívar no tiene nada de gracioso y que los colombianos debemos entender la gravedad de las circunstancias. Ojalá en esa preocupación permanezcamos unidos.
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