Los que no tiemblan parecen moribundos en los pasillos del módulo asistencial de Manoa. Están amarillos como un apio, sudorosos y sin fuerzas en este centro de atención primaria en San Félix, publica Correo del Caroní.
Por Clavel Rangel
crangel@correodelcaroni.com
Los escalofríos son tan fuertes que a veces se desmayan. Algunos ya no pueden sostenerse en pie, se recuestan de las paredes, o se tumban en el suelo esperando un diagnóstico o una pastilla.
Cuando el dolor de cabeza se hace insoportable los niños gritan, como Pedro de nueve años que intenta recuperarse en su casa de barro en la vía a El Pao mientras su hermano hierve ñame para el almuerzo. Solo ñame porque es lo único que hay al mediodía del martes en la comunidad rural de Pozo Verde, ubicada en la parroquia homónima del municipio Caroní, de donde provienen la mayoría de los enfermos que en las últimas semanas abarrotan el módulo de Manoa y la emergencia del Hospital Dr. Raúl Leoni, en Guaiparo.
Son pacientes contagiados con el parásito del paludismo, esa enfermedad endémica que Venezuela superó en la década de los años 30 y 50 de la mano del venerado doctor Arnaldo Gabaldón, y que hoy, 60 años después, avanza como una epidemia de la que nadie habla, pero que ya se hace inocultable.
Por una pastilla
Para esta semana cientos de ellos sorprenden en las emergencias de los hospitales en la ciudad, en los módulos asistenciales, por una razón: el sistema de atención primaria está colapsado, algunos módulos como el de Los Aceiticos funciona con intermitencia, no hay técnicos o no hay transporte para los microscopistas y las pruebas para el diagnóstico se retrasan.
También se retrasa la entrega de los medicamentos antipalúdicos por falta de transporte. Por política de sanidad estos medicamentos los monopoliza el Ministerio de Salud en Venezuela.
Las pastillas llegan a Ciudad Bolívar y de allí se reparten a todo el estado. Se trata de la Primaquina Fosfato, Cloraquina Fosfato o Atemether, con las que se atienden las dos versiones de malaria comunes al sur de Venezuela: el vivax o su versión más letal, elPlasmodium falciparum.
La mamá de Yuber Maycare y su sobrina necesitan las primeras tabletas. Lloran, como otros tantos en Manoa, porque temen que puedan morir sin el tratamiento. Son algunos de los 300 que llegan cada día buscando atención a ese centro. 60 por ciento de ellos, según las estadísticas, serán diagnosticados con la versión vivax.
“¡Escuche, escuche! Está convulsionando mi sobrina”, le grita al director del hospital de Guaiparo que, ante la protesta, se acercó el martes a ver qué ocurría en el módulo. “Cómo va a ser que por una pastilla se me vaya a morir mi familia”, dice mientras golpea la pared del centro asistencial.
Más atrás otra familia ve temblar a su sobrino. Tiene escalofríos y esperan el medicamento desde el jueves.
“Hay personas aquí que están desde el jueves buscando un tratamiento y dijeron que no hay tratamiento. Ayer vinieron y no había. Vinieron hoy y tampoco”, reclamó indignada Nexuali Vallenilla, quien tiene a su hermano y tío con fiebres altas desde hace una semana.
El aumento de los casos también está generando que muchas de estas cajas sean trasladadas al sur y pagadas a precio de mina, en vez de quedarse en la ciudad. La señora Ana, que el martes esperaba atención en Manoa, comentó en el mercado negro se puede conseguir el tratamiento en más de 10 mil bolívares.
Un trabajador que no quiso identificarse indicó que uno de los problemas recientes es que los medicamentos requieren un traslado especial desde Ciudad Bolívar porque temen que estos en el camino sean interceptados para su desvío a las minas, donde los casos son mayores en número y gravedad.
Y eso lo que está semana ha generado protestas en el módulo de Manoa. El martes tuvieron que trancar la calle para presionar que le hicieran la prueba de la gota, un examen que permite el diagnóstico -con el personal necesario y los microscopios en buen estado- en menos de 24 horas.
Para quienes comienzan a experimentar los síntomas en la parroquia rural, en su mayoría agricultores, es fundamental tener un diagnóstico temprano para recibir el tratamiento a tiempo. En los últimos meses la muerte es una posibilidad después de que el señor Nicolás, un anciano con paludismo se complicara y muriera en El Dique.
Aunque el contagio es propio de la zona minera del municipio Sifontes al sur del estado Bolívar, la migración de las personas de las zonas mineras comienza a generar también un tránsito del parásito a las áreas urbanas.
Especialistas del Instituto de Altos Estudios Dr. Arnaldo Gabaldón asocian el aumento de los casos en las ciudades a varios factores, uno de ellos, la migración y el auge de la minería informal al sur del estado Bolívar, lo que ha traído personas de toda Venezuela que llegan a trabajar unos días y regresan a sus hogares contagiados.
El retraso en la entrega de los medicamentos es motivo de protestas en San Félix, al sur del estado Bolívar; sin embargo, las pastillas llegan con una regularidad que los técnicos califican de aceptable. Al menos no fallan.
Lo que sí falla es todo el cerco y medidas preventivas que hicieron de Gabaldón una leyenda. “Esto se controla rápido si hubiese voluntad, todos sabemos que lo que tenemos que hacer”, dice un especialista en Tumeremo, donde atienden a la mayoría de los pacientes indígenas y mineros.
La fumigación, el control de la minería y la entrega -sobre todo- de mosquiteros especiales con insecticidas es la fórmula que no ha fallado en otras oportunidades.
Sin control del factor social será difícil controlar la epidemia. Seguidores de la política de Gabaldón, que se formaron en su escuela y hoy siguen las investigaciones en la Universidad Central de Venezuela (UCV), abogan por el reordenamiento de la minería y no evadir la crisis como, aseguran, está haciendo el Gobierno.
El estancamiento de los reservorios de aguas naturales, como los del río Ure en Pozo Verde, o la destrucción de los ríos en los municipios Sifontes con la época de lluvias son caldo de cultivo para mosquito del género Anopheles.
A la par del aumento de los casos, también han creado instituciones que tienen el objetivo de atender la contingencia como la Misión Malaria, creada para este fin.
En Pozo Verde, por ejemplo, los maestros de la escuela viven con la enfermedad. El número de alumnos contagiados crecen y el ausentismo alcanza hasta los 15 días por cada muchacho del liceo de la comunidad, comenta uno de los maestros que también prefiere el anonimato. Nadie ha ido por allá. Actualmente hacen una colecta para comprar un insecticida e intentar fumigar.
En el sur nadie espera nada de esta misión, salvo que les entreguen el medicamento. Para los mineros vivir con paludismo es parte de la actividad, no así en la ciudad donde los pequeños campesinos -contagiados sin haber tocado las minas- comienzan a padecer de dos hasta tres veces de paludismo sin que nadie les dé explicación.