Pocas cosas pueden resultar más claustrofóbicas que la idea de enterrarnos y mantenernos durante un prolongado espacio de tiempo en la oscuridad de un espacio cerrado. A Michel Siffre nadie le obligaría a ello. Este espeleólogo se sometió a sí mismo a dos meses de completo aislamiento bajo una cueva subterránea. Una aventura que dio comienzo a principios de los 60 con la que se consiguieron grandes avances en el estudio del sueño. Así empezó todo.
Junto a su ayudante y alumno Bruce Richardson, el investigador salía el 6 de julio de 1938 de pasar 32 días en una cueva en Kentacky. Privados de señales ambientales, habían tratado de cambiar a un ciclo de sueño de 28 horas. Un primer avance que desgraciadamente para Kleitman tuvo unos resultados no concluyentes.
Tras esa primera incursión de Kleitman hacia el estudio de los ciclos de sueño engullido en la masa del planeta, más de dos décadas después llegaría la aventura del explorador francés.
Pasaba el día con pruebas o explorando la cueva. Sin embargo en el día 79 de su aislamiento su cordura comenzó a quebrarse. Todo indicaba que llegaba un principio de depresión, especialmente tras romperse el tocadiscos y cuando el moho comenzó a estropear sus libros, revistas y material científico. Al poco tiempo, comenzó a pensar en el suicidio, un espacio del confinamiento donde su único “amigo” y compañía fue un ratón que aparecía de vez en cuando para hurgar en sus suministros. Siffre lo acabaría matando por accidente.