Kevin (nombre ficticio) estudiaba en un plantel público de la Cota 905. Uno de los mejores de su curso, su promedio no bajaba de 18 puntos. Tenía conducta intachable y solo se reunía con los más sobresalientes de la clase. Pero a mitad del año escolar su comportamiento cambió. Ya no era el joven aplicado que asistía puntualmente al liceo y se dedicaba todas las tardes a cumplir con las asignaciones. “Le sacó el cuerpo a sus compañeros de segundo año, con quienes se reunía para hacer trabajos, y comenzó a juntarse con los populares de quinto año. Se jubilaba; y cuando un profesor no asistía, se la pasaba en la calle con unos amigos que sus padres no conocían. Ya no conversaba con su madre y los fines de semana estaba todo el día en la calle. A veces su madre tenía dos días sin saber de él”, relató su maestra de segundo año, Ivonne González. Así lo reseña el-nacional.com /
Antes de finalizar el tercer lapso el joven no regresó al liceo. Su pupitre quedó vacío porque se integró a las filas de la banda de la Cota 905, comandada por el Coqui. “Los delincuentes notaron que Kevin reunía el perfil que necesitaban para que formara parte de la organización: tenía madera para dirigir. Le decían que podía ganar dinero fácil y rápido vendiendo droga, se podía comprar lo que quisiera. Lo enseñaron a disparar y a manejar motocicleta. Al poco tiempo compró una y entró de lleno al microtráfico de drogas. No lo pudimos recuperar. Su madre lo aconsejó para que se saliera de esa banda. También hablé con él, pero fue inútil, se niega a retomar la vida que llevaban antes. A él también lo usan como garitero; es decir, avisa si hay policías en la zona”, narró la docente.
Una fuente policial relató que al menos 6 de los 15 miembros que aún quedan de la banda del Lucifer son menores de edad y trabajan como gariteros.
La historia de Kevin se ha convertido en el común denominador de jóvenes dejan de lado los estudios para pertenecer a una organización delictiva como opción para salir de la pobreza. Ramón Francia, representante de la Federación Venezolana de Maestros de Miranda, afirma que 2 de cada 10 adolescentes desertan de planteles en sectores populares, especialmente en las zonas de paz, para formar parte de una organización delictiva. “Su sueño es convertirse en el pran del barrio, seguir los pasos del Lucifer o del Picure, quienes iniciaron desde temprana edad su carrera delictiva. Desde tercer año se juntan con malaconductas que los involucran en el delito”, refirió el dirigente gremial.
Captación de adolescentes. Aproximadamente 30% de las bandas que operan en Caracas y en los Valles del Tuy las integran adolescentes, dijo una fuente policial. Por ejemplo, en una organización constituida por 20 miembros, al menos 6 de sus integrantes son jóvenes de entre 12 y 17 años de edad.
Un vecino de Petare, que pidió mantener su nombre en reserva, explicó que en los años noventa el negocio del tráfico de drogas lo ejercía un grupo familiar que todo el mundo en la zona sabía de quiénes se trataba. Esa actividad la heredaban los hijos. “Ahora se han mudado a los barrios de las parroquias hombres y mujeres que no sabemos de dónde vienen. Lo cierto es que uno ve que reclutan a muchachos de 12 años de edad y los van introduciendo en el microtráfico de drogas, además de manejar las redes sociales. A los 14 años ya están adiestrados y su objetivo es ganar dinero, no piensan en otra cosa. Dicen que quieren ser como los grandes capos de la droga. Los jefes de las bandas también les encomiendan la organización de las fiestas de negocios. Estos son eventos callejeros en los que cobran entrada, ofrecen cerveza, drogas y strippers. Estos muchachos envían por Facebook y Whatsapp las convocatorias a estas celebraciones, que terminan en tiroteos”.
Los jóvenes inducen a sus novias, que según el testimonio del vecino son muchachas de entre 14 y 16 años de edad, a trabajar en esas fiestas para ofrecer tragos. Ellas se introducen porciones de droga en uñas acrílicas para mostrarlas a los clientes.
Cuando empiezan a producir dinero, los muchachos son poco colaboradores con sus familiares. “No están pendientes de ayudar a sus madres ni hermanos. El dinero que ganan es para ellos. Lo gastan en compra de armas, ropa. Parte de esa plata la ahorran porque tienen visión empresarial. Ellos no son ignorantes, conocen de los precios del petróleo, hablan de política, de la cotización del dólar. Los tienen bien entrenados”, señaló.
A los muchachos que se estrenan en organizaciones delictivas los ponen de carne de cañón en los enfrentamientos, de acuerdo con el lugareño: “Ellos son los que se enfrentan con los policías y con las bandas enemigas. Están dispuestos a todo para ascender rápidamente dentro de la banda”.
Los pescan cerca de instituciones. Mirla Pérez, investigadora y docente de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central de Venezuela, explicó que las bandas son como un círculo: en el núcleo se encuentran los jefes, que asignan tareas y escogen a los miembros, los prueban, les ponen retos y los enseñan a matar. Si logran sobrevivir a los enfrentamientos y ganan carteles, pueden convertirse en los futuros dirigentes de la organización. En ese círculo están las personas de confianza de los cabecillas y en la base se encuentran los principiantes, los nuevos ingresos, que son sus peones. En la parte externa del círculo, de acuerdo con la especialista, figuran jóvenes que pernoctan en la calle y que tienen problemas de ruptura de lazos afectivos, condiciones que los convierten en candidatos para ingresar a grupos delictivos.
“En los estudios de campo realizados, mi equipo de investigación ha detectado que hay mayor interés en reclutar a jóvenes en las inmediaciones de los planteles. Se les acercan para seducirlos con cosas materiales. No solo a los varones, a las jovencitas también las captan, aunque en menor grado. A ellas las involucran en el negocio de la prostitución, se las ofrecen a los pranes en las cárceles. Ellos reclutan a las más coquetas y ambiciosas”, indicó la experta.
Destacó que para solucionar el problema el Estado debe garantizar una educación exigente y de calidad, que el sistema haga que el joven se quede y no abandone las aulas, que imponga límites y que abogue por la preservación de la familia y los valores a través de políticas concretas. Solo así se puede evitar que continúen formándose individuos como el Picure y el Lucifer, entre otros delincuentes que tuvieron final trágico.
Cifra
202 es el número de adolescentes asesinados por venganza o que murieron en enfrentamientos con bandas rivales o con la policía en 2015, según Cecodap.