Y es que el fundamentalista se sustenta en una sola verdad, aquella surgida de los conceptos básicos de sus creencias, sean estas cuales fuesen y rechazando versiones distintas. Es una especie de maniqueísmo en el que lo bueno es lo que está incluido en su ideología y lo malo aquello que esta fuera.
Los fundamentalistas son intolerantes hacia las apreciaciones contrarias de la realidad; impiden la crítica y son incapaces para la autocrítica; en su lenguaje cotidiano solo hay insultos, ofensas y desprecios hacia quienes disienten de sus creencias.
En Venezuela, el gobierno demuestra su indudable carácter fundamentalista, cuando a través de la presidencia de la República ejerce, de hecho, las funciones de los otros poderes públicos, cuando a través de sus representantes le piden a la población paciencia y confianza en ellos, como único aval para su accionar, cuando no escucha los reclamos de los venezolanos que exigimos una mejor calidad de vida y ante las manifestaciones pacíficas responde con una represión brutal, cuando encarcela a quien piensa distinto, cuando no atiende y descalifica voces democráticas del resto de los países, así como las de organizaciones defensoras de la libertad y derechos humanos del mundo entero.
El sistema democrático es incompatible con el fundamentalismo. La democracia se basa en la pluralidad de ideas y opiniones, y en la plena libertad para expresarlas. Es una realidad, los fundamentalistas políticos no son demócratas, ni respetuosos de los derechos humanos y mucho menos de la libertad.
El dolor y la muerte están presentes en Cariaco y Orlando, dos ciudades de nuestro continente, que hoy lloran por la intolerancia, en un caso por razones políticas en el otro por razones religiosas, en ambos se trata de imponer una ideología y se asesina en nombre de una revolución.
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