Para que “cualquier cosa” pueda pasar, -siempre-, debe firmarse un manifiesto, que en días terminará en decreto y que, justifica, las acciones, cosa que hasta ahora no ha pasado en Venezuela.
Ese decreto, fue leído hace días en Washington, por el secretario general de la OEA, Luis Almagro. Ahí, delante de todos los embajadores del continente, se dijo que, en Venezuela hay un Para Estado y una pandilla, como han repetido Raúl Isaías Baduel y Diego Arria, respectivamente, en una cantaleta que lleva años.
En 1991, cuando el país vivía una dura realidad y parecía hervir en medio de escasez, inflación, hambre y desempleo, una periodista repreguntó a Arturo Uslar Pietri: “Usted dice que cualquier cosa puede pasar, ¿eso puede ser un golpe?”, y Uslar respondió: “¿Por qué no puede haberlo?”.
Un año después llegó el golpe, y contaba Diego Arria a este servidor que acompañó a Pérez por la noche cuando el ruido de las balas había cesado, y CAP, según el testigo de excepción, navegando en el silencio de Miraflores no podía aceptar que a él le hubiese pasado aquello.
Se trataba, pues, de la liquidación del sistema y el establecimiento de una nueva era. Pero no bastaba.
El cometido de fondo de los golpistas y quienes le aplaudían era hacer justicia – alentar el drenaje de rabia popular contenida entre los venezolanos– por los graves daños personales, morales y materiales ocasionados durante años, haciendo de nuestra patria santuario de corruptelas inenarrables e impunidad.
La Venezuela de hoy, 25 de junio de 2016, atraviesa una difícil y peligrosa situación política, económica, y social. Los mecanismos y las orientaciones por medio de las cuales se ha desarrollado el Estado y la vida nacional en todas sus manifestaciones, por lo menos desde la muerte de Hugo Chávez, ya no corresponden ni a las necesidades de desarrollo económico y social ni a la realidad económica y política del país. No sé si esto sea socialismo, no sé, la verdad, pero sea lo que fuere, fracasó.
¿Por qué vamos a negar un estado de ánimo desaliento y pérdida de fe de la sociedad venezolana en el presente duro y en el futuro incierto, por qué? El país está mal, muy mal; sus hojas descuadernadas en el suelo nadie las quiere recoger, y si hoy, tal como hemos visto, se dice cualquier inmundicia contra los más altos representantes del Estado sin que exista una sola manifestación, sin que nadie se ponga de pie para protestar, ¡por algo será!
Cuando Pérez recibió el golpe de Estado aquel 4 de febrero el doctor Rafael Caldera, en medio de la gran tensión y total atención del país a lo que estaba sucediendo, hizo un breve y emotivo discurso en el cual repasaba los factores que habían ayudado a sostener la democracia y lo resumía en la decisión del pueblo venezolano “de jugársela por la defensa de la libertad, por el sostenimiento de un sistema de garantías de derechos humanos, y el ejercicio de las libertades públicas, que tanto costó lograr a través de nuestra accidentada historia política”.
Luego de examinar el deterioro de cada uno de esos factores, Caldera dijo: “No encuentro en el sentimiento popular la misma reacción entusiasta, decidida y fervorosa por la defensa de la democracia que caracterizó la conducta del pueblo en todos los dolorosos incidentes que hubo que atravesar después del 23 de enero de 1958. Debemos reconocerlo, nos duele profundamente pero es la verdad: no hemos sentido en la clase popular, en el conjunto de venezolanos no políticos y hasta en los militantes de partidos políticos ese fervor, esa reacción entusiasta, inmediata, decidida, abnegada, dispuesta a todo frente a la amenaza contra el orden constitucional. Y esto nos obliga a profundizar en la situación y en sus causas”.
Seguidamente, el doctor Rafael Caldera pasó a pedirle al presidente Pérez, como ya lo había hecho todo el país, las rectificaciones profundas que el país estaba reclamando, tras lo cual dejó caer estas palabras que cayeron como plomo derretido sobre una culpable Asamblea Nacional (Congreso entonces), y corresponsable del inmenso estiércol en el que estaba hundida Venezuela: “Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de la subsistencia; cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad. Esta situación no se puede ocultar. El golpe militar es censurable y condenable en toda forma, pero sería ingenuo pensar que se trata solamente de una aventura de unos cuantos ambiciosos que por su cuenta se lanzaron precipitadamente y sin darse cuenta de aquello en que se estaban metiendo. Hay un entorno, hay un mar de fondo, hay una situación grave en el país y si esa situación no se enfrenta, el destino nos reserva muchas y muy graves preocupaciones”.
He recurrido a la historia porque, como decía monseñor Gustavo Ocando Yamarte –al que tanta veneración Caldera y el propio Chávez le dispensaron–, los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetir sus errores Si me preguntan qué va a pasar en los próximos días u horas, no lo sé, pero lo sospecho.
Ojalá las autoridades miren por los balcones y contemplen lo que pasa en la calle, ojalá se entienda que la gente está al límite de la paciencia.
Pero remacho, no sé, no sé, cualquier cosa puede pasar. Como decía un cantante del cual soy fanático, René de Calle 13, “se vale to en este sándwich de salchicha”.
El país lo único que quiere es remediar la severa crisis de alimentación y falta de medicinas actual, que cesen las persecuciones y se habiliten a los inhabilitados para la política, sacar de la muerte civil a los millones de hombres y mujeres nacidos en esta tierra que fueran ingresados a listas infamantes y la vuelta a sus fueros del periodismo libre. Y cualquiera que aparezca bien con un fusil en la mano, o con un crucifijo en el pecho, y en 24 horas garantice esto, será aplaudido por las mayorías nacionales, esa es la cruda verdad.
No será fácil abordar la cuestión. Es justicia, no venganza ni ley del Talión. La justicia es memoria, no olvido, para que sea duradera. Que Dios, jefe de los ejércitos del Cielo, guarde esta nación en los próximos y peligrosos días. Almagro ya leyó la sentencia: Roma está perdida y, sólo un incendio la salva.
Leocenis García
Coordinador de @Prociudadanos y preso político