Sacó el revólver calibre 38 como una exhalación, sofocado por una ira que no toleraba un minuto más en su contención. Su mente rebosaba de una perturbada estela de complicaciones existenciales.
Era un lunes por la tarde y las instalaciones del Banco Central de Venezuela evidenciaban normalidad, hasta que Juan David Oliveros García desenfundó su arma y tomó como rehén a una de las empleadas. El joven de 27 años de edad parecía competir con sus abismos mentales, trabado en confusiones como si sufriese de delirium tremens, esquizofrenia o una rara paranoia. Se atrincheró en su violento accionar, mientras los minutos interminables hacían del hecho una fábula sórdida de película gringa.
Amenazaba con accionar un explosivo, mientras en el vientre de concreto de uno de los edificios más vigilados del país, la confusión le daba fuerzas al pánico. Dicen que su rehén se le escabulló, que se generaron dos custodios heridos, que lanzaba un estentóreo reclamo por la búsqueda de los directivos de la institución, antes de tratar de huir por las escaleras y caer muerto.
De no ser por el trascendental escenario, la suicida manera de aplomarse del sujeto y la convulsión generada en los días siguientes, hubiese pasado como un suceso más de los recurrentes en esta nación sometida al hampa.
Pero Juan David no era un delincuente ni se presumía de serlo. Exhibía un título técnico en Administración de Personal y cursaba actualmente estudios en Derecho. Por eso, para esfumar desconciertos y evitar ser malogrado por el inflexible conteo noticioso, dejó un peculiar mensaje grabado en su celular. En ese declaratorio video que corrió como una saeta por las páginas web del país, el joven trataba de ahondar en detalles sobre sus impulsos, ofreciendo explicaciones razonables a su nada común majadería.
Su arrebato estaba alejado de inclinaciones terroristas, alucinaciones de una droga o de apetencias políticas de algún sector. Sólo dejó claro que su original arremetida lo hacía sólo por el pueblo… “por el hambre que estamos pasando ahora”.
Tal vez Juan Oliveros erigió su propio mausoleo en los complicados pasillos de este centro monetario, pero dejó la incertidumbre si la demencia nacional nos puede impulsar a perpetrar en el rigor de la angustia, los más impensables hechos violentos o sean los primeros visillos de una histeria a punto de estallar.
Quizá la bruma del acontecimiento niebla en su compresión, hasta a los estrategas del Gobierno. Han sometidos a extenuantes interrogatorios a un periodista y tienen detenidos por una semana a los padres, tres hermanos, el padrastro, un cuñado y un vecino del joven en la sede del Sebín en el Helicoide, quienes además de padecer de la pérdida de un ser querido y la incomprensión de sus desatinos, también deben soportar las rigurosidades de la duda policial.
Vivir en un país sentenciado por una inflación sin precedentes; subordinado a las irrefrenables pretensiones de un sistema sin conciencia, las arbitrariedades de instituciones fraudulentas y al bochornoso espectáculo internacional por el abuso diario, también estamos inflamados por una neurosis que puede combinarse con el desencanto popular, cuya mezcla podría detonar y salirle al paso hasta a los férreos sistemas de la seguridad nacional.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
Director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571