La susceptibilidad pusilánime característica del actual Occidente es grande, muy grande, pero aun así ínfima comparada con la luz que ha irradiado la salida del Reino Unido del proceso de integración europeo. Gústele a quien le guste, el barco hundido de Juncker se lleva a la profundidad a todos sus miembros, pese a sus “intentos” de viraje.
Por @RoderickNavarro
Es innegable que nuestra cultura ha devenido en discursos cursis y manipuladores de las élites y un fetiche por agradar, proteger y cooperar con todos. Pero nada más indecente que las reacciones de los eurócratas al saber que existe resistencia a su dogma de sumisión.
La guerra cultural que se está librando para restablecer los valores que una vez nos hicieron de grandeza, la reducen los pobres eurófilos a “xenofobias” y “fascismos” incorpóreos que buscan al individuo fuerte para impregnarlo con su sensibilidad novelesca.
Cuando la Libertad de autogobernarse de un país sale victoriosa son los primeros calificativos que lanza la progresía a diestra y siniestra, teorizando como los más grandes marxistas de la historia, mirando por doquier buscando un culpable distinto a su propia cosmovisión.
Uno de los tantos desatinos de los eurócratas ha sido confiar en la muy marxista premisa de que la UE es un albergue de unidades humanas hermanadas en una metafísica conciliación y superación de dificultades etérea e inconvertible.
Europa fue la mayor guerrera de la Libertad desde sus primeros pasos porque sus pueblos reconocían que su nobleza identitaria y cultural venía de naturales lazos de interés particular y voluntarismo –en el sentido más puro del término.
Se había creído que el nuevo Eurofederalismo preservaría la sacralidad de ese legado. Pero sus principios filosóficos ya eran amorfos en comparación con la identidad occidental, y el preponderante era precisamente la mórbida obsesión de preocuparse por el otro antes de sí mismo.
El altruismo europeísta fue un sentimiento puro pero muy propio de la época en que nació, sin darle mayor rodeo al asunto. Pero es el conservadurismo “urobórico” predominante en su filosofía lo referentes de la cultura desentendida de la identidad como Merkel y Hollande aprovecharon para hacer simbiosis y cavar en la ya profunda decadencia.
El problema es seguir apostando a una unidad internacional de debilidad identitaria que es óbice del libre desarrollo, totalmente centrada en la erosión de la actitud occidental que mantuvo a ras las amenazas de nuestra civilización. Y todo por someternos al escrutinio de otros que su única propuesta es olvidarnos de nosotros mismos.
No es antinatural responder instintivamente a intereses propios, más bien la eternización del interés en lo ajeno lo es. La fiscalización de la naturaleza humana es el peor resultado de la UE, y más allá, de los condescendientes sacerdotes del altruismo antioccidental.
Inglaterra ha rescatado la única arma eficaz contra el limbo cultural que sufre todavía el hemisferio y, en especial, Europa. La identidad nacional, espejo trascendente de la autodeterminación individual, es el antídoto contra la sensibilidad de los que acarician al aniquilador y condenan al individuo que busca defender su Libertad.