Ojalá que pronto nos toque. Me refiero a solo recordar, a solo mirar hacia atrás con los ojos de la memoria luego de pasar estas oscuras páginas que nos están ahogando y que, en su inclemente asedio, nos fuerzan día a día a focalizarnos en cada nueva situación, en cada nuevo ataque, en cada nuevo absurdo. Todos los días debemos enfrentarnos a nuevos descaros, a nuevos desgarros, a nuevos y perversos árboles que, por cotidianos y continuos, nos llevan a veces a olvidar que son parte de un mucho más tupido y tenebroso bosque que ya acumula casi veinte años creciendo e invadiendo cada uno de nuestros espacios, asfixiándolo todo a su paso. Como en Venezuela cada día hay una herida nueva que lamer, ya no tenemos tiempo de verle a nuestra nación la piel ya casi completamente cubierta con marcas y cicatrices.
Hoy por hoy somos la prueba indiscutible y fehaciente de que aquella Ley de Murphy, la que nos enseña que cada vez que crees que no puedes estar peor, lo más seguro es que estés equivocado, es cierta. Me vienen a la mente la cantidad de veces que en estos últimos lustros todos hemos pensado, ante alguna nueva felonía del poder, ante algún nuevo desplante o ante alguna ingrata e inesperada sorpresa oficial, que ya habíamos llegado al “llegadero”, que ya no daríamos más, que la frágil burbuja que es nuestra realidad diaria estallaría, solo para darnos cuenta al cabo de unos instantes de que no era así. Siempre nos ha tocado comprender, por las malas, que aún podríamos, tendríamos y tendremos que soportar mucho más. Lo malo es que en eso se nos han ido años, ya virtualmente una generación completa, y el poder abusivo se apoya siempre en nuestra capacidad de acomodo, en nuestra capacidad de adaptación. Tergiversa nuestra irredenta voluntad de supervivencia, la trata como si fuese su logro, y se nutre de ella para seguir abonando sus patrañas.
En muy pocos años me voy a montar en lo que en Venezuela llamamos “el medio cupón”, refiriéndonos con ello, no sin cierta ironía en un país en el que hasta por no tener plata en la cartera, o por tener un celular “chimbo”, un malandro puede apagarte mucho antes de tu momento natural, a los cincuenta años de edad. Me doy cuenta, y quizás allí está la razón del tono un tanto descorazonado de esta nota, de que, como muchos de mis compañeros etarios, ya voy a cumplir casi la mitad de lo que en cualquier parte del mundo es tenido como la “vida útil” de cualquier ser humano no forjándome una vida sino simplemente sobreviviendo. Todo porque a unos individuos de dudosa calidad intelectual y humana, apoyados por quienes creían ilusos que podrían controlarlos, un día decidieron que “era su momento” y montados la mayoría de ellos no en sus méritos, que no los tenían, sino en su odio y su resentimiento, se hicieron del poder prometiendo ilusiones que, hoy casi todos lo tenemos claro, no eran más que falacias y cuentos de camino.
No somos eternos. La “pelona” en estos últimos días, llevándose a Alirio, a Inocente, a Brenda y a muchos otros, nos lo ha recordado con particular frialdad. Mi padre, por ejemplo, hace poco me hablaba de sus expectativas a futuro. A nosotros, que somos lo que llaman “adultos contemporáneos” estas inquietudes aún se nos escapan, pero a otros que ya llevan unos cuantos kilómetros más recorridos, no. Sus más de setenta años a cuestas le recuerdan todos los días que debe ponderar muy bien sus opciones y decisiones vitales. Para él, cada minuto cuenta. No está para esperar la perfección de los tiempos de Dios, para recaídas infructuosas en estrategias de aguante indefinido ni mucho menos para continuar en la misma incertidumbre.
Esto es importante, y es un llamado de atención a nuestra dirigencia política. Como ciudadanía hemos crecido, y conocemos muy bien los altísimos costos del mesianismo, del populismo, de los atajos apurados y de las improvisaciones, pero también sentimos y sabemos que en una Venezuela como la de ahora las urgencias son la regla y su atención seria y contundente es prioridad absoluta. Ya no hay espacio para juegos de “toma y dame”, ni tenemos capacidad de maniobra. El hambre acecha y la muerte ronda, no metafóricamente, sino en la dura realidad.
Por eso, sin más galimatías ni retruécanos, es hora de cerrar este capítulo. Venezuela lo exige. Es hora de convertir esta oscura realidad en un mal recuerdo y de abrirle las puertas a un mejor futuro en el que nadie tenga que preguntarse si vale la pena o no seguir acá, luchando y viviendo.
@HimiobSantome