Y lo más insólito es que ese sueldo se encuentra a cargo de los contribuyentes, en un país donde cerca de tres millones de personas están sin trabajo; esto es, el 10,2% de la población económicamente activa y donde el desempleo juvenil es,especialmente, el núcleo del conflicto laboral en ese país. Sólo basta ver los reportajes de las últimas semanas para darse cuentade ello.
Aunque el desempleo no es el único componente, la conflictividad tiene su origen, también,enel persistente déficit presupuestal, la deuda pública acumulada y el débilcrecimiento económico. La actividad económica en el primer trimestre de este año, p. ej.,Francia ha mostrado un exiguo crecimiento que raya sólo el 0,5%.
Leer noticias como las publicadas por el semanario galo donde revela quela mera banalidad del político termina subordinando aquel indispensable mensaje esperanzador enun país marcado por la contienda social ante la falta de empleos, con serios problemas en las finanzas públicas yaún sacudidos por las mortales acometidas del terrorismo fundamentalista, laabsoluta trivialidad mostrada –ahora- por el presidente Hollandetermina porincitar a una mayor disociación entre los ciudadanos y sus líderes en vez de aproximarlo.
Claro está quela desacreditación y la inentendible frivolidaddel presidente francésmerma, no sólo su propia credibilidad, sino –en general- la de los gobernantes; de ahí que sea comprensible que los ciudadanos se van hastiando de ellos y van perdiendo el interés en el acontecer político. Lo poco que les pueda cautivara los ciudadanos del debatepúblico, se ha reducido a la cuestión económica.
Los discursosestán siendo desplazados por el reclamo de un pragmatismo que satisfaga las carestías del bolsillo.Por eso emergen demagogos que fácilmente embaucana los ciudadanos con grandilocuentes promesas y con solucionesinmediatas, sin oportunidad de percatarse de los efectos fatales que tendrán a futuro.
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