La puerta del Hades estaba custodiada por Cerbero o Cancerbero, perro de múltiples cabezas, furibundo, poderoso, realmente un impedimento para entrar o salir del inframundo. Pocos lograron dominarlo y para eso se valieron de tretas tales como darles tortas de miel envenenadas o apaciguarlo con música o dominarlo por la fuerza tal como lo hiso Hércules. Pero no bastaba con someter a Cerbero, también había que conocer misterios particulares que permitieran al osado explorador, salir con bien. Esos misterios eran conocidos por los Eleusinos y eran celebrados en el antigua Grecia en honor a Deméter y su hija Perséfone. Eran ritos iniciáticos sobre la vida y la muerte.
He sabido que cada quien tiene su Hades, su inframundo, lleno de los muertos, espantos pero también de la posibilidad de lo iniciático, lo renovador. Todos lo cargamos con más o menos conciencia de su existencia. Por eso pasamos gran parte de nuestra vida negociando con Cerbero y más profundo con Hades y su reina la posibilidad de entrar a nuestro inframundo, salir con vida, con bien y con el producto de nuestro diligencia. De eso depende en buena medida nuestra salud mental y física. Diría que sin esos viajes aterradores, desafiantes y muy arriesgados, no habría vida humana. Pero una cosa importantísima es nunca matar ni dejar incapacitado a Cerbero. Él significa los límites entre el mundo subterráneo con sus contenidos y el mundo de la superficie en donde se lleva a cabo la vida tal y como la soñamos como la idealizamos.
Sería reduccionista decir que en los traspiés de la negociación entre el Hades y la superficie radica el origen de patologías como la psicosis, que dejar libre la puerta del inframundo sin alguien que ordene la salida y entrada generara una invasión de monstruos, muertos, aterradores espantos al mundo de la conciencia. Además, no estoy académica ni profesionalmente en condiciones de proponerlo.
Ahora bien, en los últimos 19 a 20 años he intentado explicarme qué pasó en nuestro país, como entender que tales personajes oscuros, patéticos, tanáticos con disfraces de héroes y pretensiones equivocas de titanes llegaran a gobernarnos tirando y destrozando todo a su paso, dejando al caballo de Atila como un bebe de pecho.
Los grupos humanos encerrados entre fronteras también tienen su inframundo, su Cerbero, Hades, su reina que sube y baja, sus muertos, entuertos, sus historias absurdas, sus símbolos patrios, sus héroes en estado de putrefacción y así todo un “ejercito” de personajes y hechos que pulsan por hacerse consientes, por salir a la superficie. Que llegue un paisano con la enfermedad del heroísmo hinchado y los desate. Claro, un héroe hinchado jamás podrá negociar con Cerbero, menos con Hades y ni por asomo causar compasión en la reina del inframundo como lo hizo Orfeo con su lira que emitía una dulce, bella y triste melodía. Ellos nunca aprendieron los misterios eleusinos, solo saben de armas y medallas de hojalata
Estos héroes hinchados y patéticos lograron primero con su verbo populista, sus palabras viejas vestidas de nuevas, la promesa de que los que merecían pero no habían podido ahora fueran gobierno, mucho de ellos intelectuales dotados de conocimiento pero mezclado con resentimiento de viejas facturas. Esos sí pudieron concederles tortas de miel envenenadas a Cerbero y tocar la lira para la reina permitiendo que salieran estos monstruos, esta pesadilla que ahora vivimos. Algunos voltearon en el camino y regresaron, otros de esos intelectuales y promotores de los héroes hinchados populistas fueros desmembrados en celebraciones orgiásticas. Lo peor quedo
¿Qué hacer ahora? ¿Cómo lograr regresar a los límites entre el inframundo y el mundo de la superficie? ¿De qué manera Perséfone puede venir a reunirse con su madre y despertarnos una primavera que borre este invierno frio que nos congela? No creo saberlo pero intuyo que los pasos no están por las rutas de los héroes ni de los titanes. No son la fuerza ni las armas, más bien la capacidad del hombre con sus ritos, sus negociaciones, con la compasión, el “Mitgefühl” de Kundera, estar con el otro, hacer del sentimiento del otro un sentimiento propio.
Es el momento para que este país nuestro se recoja en la mayor intimidad posible, que rescate los más profundos misterios y rituales de su humanidad. Que sea allí, solo allí, en lo profundo, lo humano, en ese límite entre nuestro infierno y nuestra superficie que logre recuperarse de este duro y patético gobierno de las almas muertas. Podremos regresarlas a su mundo. Pero para eso hace falta la intervención de la intelectualidad venezolana, de la incorporación al mundo de las decisiones de estado de personajes profundos, generosos y sabios. No queremos héroes ni titanes. Es el momento del hombre que sepa negociar con la vida y la muerte