En una situación de crisis como la que atraviesa Venezuela, en todos los órdenes de la vida, cabe preguntarnos si el meollo del asunto no estará en la crisis institucional que atraviesa el país, de modo que si resolvemos ese tema, quizás renazca la esperanza de poder remontar la cuesta. La institucionalidad no es más que las reglas del juego, las cuales se establecen para el funcionamiento de una sociedad y se comportan en dos vertientes.
Una institucionalidad formal que viene impuesta por las leyes. En este sentido, es entendida como un atributo de la República, que funciona en un estado de derecho, en democracia, porque un estado en el ejercicio de su plena soberanía configura su distribución político administrativa en la división y separación orgánica de poderes; a saber, ejecutivo, legislativo y judicial o como aquí en Venezuela: ejecutivo, legislativo, judicial, electoral y ciudadano.
Y una institucionalidad informal que es autocompuesta, es decir, la forman las costumbres, ética, cultura, creencias, valores, principios y relaciones que condicionan las conductas del ser humano inserto en la sociedad y la estructuran. Lo cierto es que solo con la combinación de ambas se logra a través de un proceso sistemático consolidado y organizado, alcanzar el bienestar social y el éxito de una Nación.
En este orden de ideas, es importante abordar el escenario actual que vivimos de cara a la transformación que ha sufrido la institucionalidad en nuestro país. Hace más de 17 años se inició un proceso revolucionario que prometía y ofrecía al pueblo un cambio, la propuesta venía a presentarse como una alternativa a los efectos de superar la crisis institucional que vivía el país. Se habló de participación ciudadana, de un estado comunal y del gobierno en manos del pueblo, en un camino hacia una verdadera descentralización en todos los sentidos, consejos comunales, comunas y control social. Así el pueblo creyente se arrodilló ante un líder y ante el nuevo régimen, inundados de esperanza y fe en un futuro prometedor con instituciones donde se hiciera lo correcto, execrando de algún modo la corrupción de nuestras instituciones, la llamada cuarta república y dimos la bienvenida a la quinta.
Pero la realidad es que en un estado social de derecho y de justicia, no puede darse la más mínima oportunidad para que un grupo sea beneficiado en detrimento de los demás. No deben permitirse iniciativas para favorecer a unos pocos únicamente y esto es lo que ha venido ocurriendo aquí. El gobierno ha logrado doblegar a las instituciones y sus miembros, arrebatándoles su independencia, convirtiéndolos en brazo ejecutor de políticas erradas en su mayoría, haciéndolos a todos cómplices y colocándolos a las órdenes del ejecutivo, en incumplimiento de la normativa legal y afectando la autonomía gravemente.
Peor aún, es que la situación de la falta de institucionalidad y su crisis la podemos observar en todos los niveles de la estructura del Estado, en los estados y municipios solo vemos políticos preocupados por su protagonismo, incumpliendo las labores que le son encomendadas por la ley y dedicados a sesiones solemnes, a volanteos y a tarjeticas a pesar de la gravedad de la situación, la verdad es queson muy pocos los que lucen empáticos. Así vemos al gobierno concentrado en la corrupción y a políticos en la oposición absolutamente obcecados en llegar ser gobierno.
La consecuencia de la falta de institucionalidad, es sin duda alguna la desconfianza, el sentirse a la deriva, sin auxilio, abandonados a su suerte frente a la impunidad y la falta de justicia en todos los ámbitos: social, económico y judicial; vemos así como nos hemos convertido en un Estado débil, una Nación desintegrada, desinteresada, resignada e indiferente…en una ciudadanía ausente. En nuestras calles la gente está estresada, enferma, agobiada, desesperanzada frente a la presión de una crisis que resulta insoportable. Cuerpos humanos devastados por el hambre, el exceso de trabajo o el desempleo, la sobrevivencia.
La realidad es patética y nos desborda, pero no podemos tapar el sol con un dedo. En la actualidad el discurso con relación al rescate de la institucionalidad no tiene sentido y las propuestas que realiza el gobierno lucen vacías y exentas de coherencia, porque no existe seriedad ni organización y ya el pueblo no cree en discursos de revolución o transformación ni en el presente ni a futuro, el tema está agotado.
La experiencia que es sinónimo de sufrimiento, nos ha enseñado algunas cosas, una muy importante es que para que una Nación sea exitosa, debe ser pluralista e inclusiva. Basta de amiguismos o carnets políticos, es importante el reconocimiento y la humildad, además saber diferenciar y reconocer fortalezas y debilidades en los otros. Debemos entender de una vez, que no es necesario ser mediocre para ser tomado en cuenta, que el talento es fundamental, aunque cause miedo en algunos, porque el progreso de un país está en lo técnico y no debemos en modo alguno despreciarlo, sino por el contrario, valorar esa capacidad y ese recurso humano si pretendemos avanzar y eso incluye, en consecuencia, el progreso político.
Además para rescatar la institucionalidad debemos disminuir la burocracia en las instituciones. Aumentar su eficacia y eficiencia, transparencia y buen funcionamiento de la administración pública, deben existir controles de gestión efectivos y construir un sector público al servicio del ciudadano y no de una parcialidad política. Que además para que haya institucionalidad tienen necesariamente que existir normas para todos por igual, sin excepciones, que debemos dejar de lado la anarquía en la que hemos estado viviendo y dar paso a la necesidad de entender que no deben existir privilegios, lo que deviene en una transformación a lo interno, en una reflexión importante, porque no basta el discurso de crear nuevas instituciones, sino que se trata de crear un nuevo modelo y una nueva relación entre la sociedad, sus hombres y sus instituciones, todo lo cual supone un cambio radical en las estructuras del estado y de los hombres que hacen vida en ellas.
A veces pareciera que la construcción de esta nueva institucionalidad, que sin duda es la piedra angular para el rescate del país, nos tomará años, unos 40 por decir lo menos, habría que comenzar desde la escuela. La nueva institucionalidad comporta un cambio radical de actitud de los ciudadanos, de todos, y debe orientarse en nuevos valores o códigos de ética social y política. La honestidad, la transparencia y la responsabilidad nos exige contar con ciudadanos conscientes del papel protagónico que les tocará desempeñar, de acuerdo al contexto histórico en el que nos encontramos, el cual requiere de servidores públicos capaces de entender el reto de gestionar a los efectos de lograr las verdaderas transformaciones, las cuales deben acometer orientadas siempre a mejorar la calidad de la gestión pública, de manera comprometida y responsable, lo cual redundara sin duda alguna en el bienestar colectivo y en el progreso de la Nación.