En 1958, uno de los criminales de mayor desfachatez en la historia llamado Mao Tse Tung conminó a su amado pueblo a abandonar todas las labores habituales para dedicarse a la industrialización de China y a la producción de acero. Los disciplinados orientales siguieron al flautista de Hamelin de látigo y garrote. El Gran Salto Adelante sugería la creación de hornos familiares donde papá, mamá y los abuelos de la aldea fundían desde cucharitas hasta sartenes. Mao no invitó a sus connacionales: los obligó al trabajo forzado y ello trajo como consecuencia el abandono del campo y una subsecuente hambruna que dejó entre 18 y 45 millones de muertos.
El totalitarismo bolchevique no da opciones. En Camboya, Pol Pot luego de regresar de Francia acabo con los centros urbanos y con todo pensamiento independiente. Las víctimas siguen contándose. En la URSS el padrecito Stalin forzó a los ucranianos a cumplir con unas cuotas de producción de trigo tan aberrantes que llevaron a la población a morirse de hambre en las calles. En el paraíso tropical de Cuba fueron más laxos: apenas toda la fuerza laboral tuvo que cortar caña algún día de la semana. Algunos iluminados creían hacerlo por decisión propia.
Este régimen de copy paste no podía quedarse atrás y so pretexto de la emergencia económica pensó que podría movilizar a los trabajadores públicos o privados de sus centros de trabajo para destinarlos, les gustara o no, a alguna milagrosa institución fabril hecha en socialismo. Como este pueblo ha sido consumista, levantisco y ejerce su derecho al pataleo, llegó a la conclusión de que no se quiere convertir en Kunta Kinte, el famoso esclavo de la serie “Raíces” de Alex Hailey y manda a decir que no. Todos los sindicatos contestaron lo mismo y que ni siquiera conducidos por el capataz mayor de la Revolución sonreirían como los alienados chinos derritiendo tenedores. Entonces salió un diputado a decir que se equivocaron, que no era más que un error de tipeo (o un error de tipejos), que no se preocupen, que quien quiera venga, que es voluntario, y que se redactará de “forma mucho más pedagógica y digerible”. La enmienda es un homenaje al cinismo y no se sabe con qué se comerá el didáctico decreto.
La Encomienda de la Corona española al menos tenía la intención (subvertida desde luego por las diferencias culturales) de proteger al aborigen. Este insulto burocrático alienta una neo esclavitud que agrega mayor infamia a la que ya vivimos de hambre, escasez y desprecio por la democracia y la libertad. Ahora que es discrecional, vamos a ver cuántos esclavos espontáneos se apuntan en esta nueva estafa socialista.
@kkrispin