En los regímenes democráticos los partidos políticos tienen como fin conquistar el poder y el medio para lograrlo es participando en elecciones. Así las cosas, los que están en el ejercicio de gobierno tienen por ocupación mantener muy alto sus niveles de legitimidad, mientras que los que aspiran ejercer el gobierno deben convencer al electorado de la necesidad de un cambio político para mejorar las condiciones de vida de los habitantes.
Habría que decir que los electores tienen una enorme responsabilidad entre cada proceso electoral, puesto que están en la obligación de evaluar el desempeño del gobierno de turno así como las ofertas que vienen del campo opositor. El cambio político, estrictamente referido al régimen político, depende fundamentalmente de los ciudadanos que concurren a las urnas electorales.
La no concurrencia de un partido político es un hecho anómalo; los partidos que no participan en los procesos electorales ceden espacios de representación a otros y, más grave aun, dejan a sus electores, que votarían por ellos en cualquier circunstancias, sin opciones de elegir ni de participar.
De tales hechos hay referencias sobre la inutilidad de sus efectos. En el 2005 la oposición venezolana optó por no participar en las elecciones parlamentarias y el resultado no fue otro que un parlamento monocolor. El régimen no cayó, siguió legislando sin una oposición ni visión distinta. Una decisión suicida, un harakiri que fortaleció al régimen chavista. Algo parecido acaba de hacer el partido del expresidente Ollanta Humala al retirarse de los comicios generales realizado en Perú. Ya el tiempo, historia del pasado, se encargará de revelar lo costoso de semejante dislate.
Habrá que esperar para ver si los partidos políticos peruanos logran aprender de sus errores porque, al parecer, los de Venezuela acarician nuevamente la idea de lanzarse al vacío. Qué importa que un sapo salte y se ensarte, en fin de cuentas se trata de un sapo, pero que un ser racional, o muchos, dotado de cualidades para dirigir colectividades –al menos eso aspiran- actúen repitiendo los errores del pasado es, por decir lo menos, inexcusable.
La sociedad venezolana debería estar este año renovando los gobernadores, sin embargo, unos lo obviaron ante la inminencia de la derrota y otros izaron velas por el revocatorio y, hasta la fecha, parece ser acompañada y respaldada por más de las dos terceras partes de los venezolanos.
RR16 o RR17
El proceso revocatorio implicaba confrontar un conjunto de incertidumbres que ahora hacen presencia; su activación no solo dependía de la voluntad popular sino también de quienes tienen en sus manos la conducción del proceso, por lo que los obstáculos y trabas eran de esperarse, sobre todo cuando se tienen fundadas dudas sobre el talante democrático de los responsables normar y dirigir el proceso.
La dilemática circunstancia de decidir si se participa en el 2016 pero no en el 2017 no es otra cosa que resucitar los errores del pasado y apostar a la antipolítica. Tiempo para hacerlo en el 2016 existe, lo hay, pero lo que no abunda es voluntad de parte de los administradores electorales. Colocar a la sociedad venezolana en tal disyuntiva, 2016 sí, pero no en 2017, es definitivamente un acto de colaboración y benevolencia con un régimen que respira porque ve a otros hacerlo y no por su significado. La reciente encuesta de Datincorp revela que el 78% está dispuesto a sufragar en 2017 por el RR y gobernadores.
Superado el 20% de manifestaciones de voluntad no queda otra alternativa que seguir hacia el revocatorio cuando su fecha sea fijada. Maduro debe y será revocado.
@LeoMoralesP