Con motivo de la detención de Braulio Jatar y de la intercesión en su favor por parte de un grupo de parlamentarios chilenos, el Defensor del Pueblo declaró que le parecía inmoral que sectores pinochetistas pretendieran darle lecciones de derechos humanos a Venezuela. Desde luego, la hipocresía y el oportunismo político nunca son buenos consejeros; pero esas declaraciones, en boca de quien tiene la misión constitucional de defender los derechos humanos, sin buscar excusas o pretextos, resultan inaceptables. Además, había razones históricas para que el Defensor del Pueblo se hubiera limitado a realizar las gestiones necesarias para garantizar el respeto de los derechos humanos de la víctima en este caso.
Por Héctor Faúndez Ledesma
El Defensor del Pueblo pretende pasar por alto que quien ha emprendido gestiones diplomáticas para exigir el respeto de los derechos humanos de Braulio Jatar es el gobierno de Michelle Bachelet, víctima directa de la detención arbitraria y de la tortura durante la dictadura de Pinochet. En democracia, nada impide que aquellos que no lo son puedan demandar el respeto de los derechos humanos; esos es, precisamente, lo que nos distingue de las tiranías fascistas. Pero da la casualidad que, de los parlamentarios que se dirigieron a la embajada de Venezuela en Chile para solicitar la libertad de Jatar, ninguno puede ser calificado como “pinochetista”; muy por el contrario, además de demócratas a carta cabal, allí hay gente de ideas socialistas, que fueron perseguidos durante la dictadura y que estuvieron refugiados en Venezuela, como Sergio Bitar o, incluso, Juan Pablo Letelier, el hijo del asesinado ex canciller de Salvador Allende. No se trata de defensores de una tiranía que quieran dar lecciones de derechos humanos; se trata de gente respetable, que conoce en carne propia cómo operan las dictaduras, y que las ha combatido sin ambigüedades.
El Defensor del Pueblo se niega a recibir “lecciones de los pinochetistas”; pero parece no haberse percatado que, en esta materia, es el gobierno de Venezuela el que está dando al mundo las lecciones del fascismo más perverso. Silenciar a quienes puedan difundir informaciones independientes, detener a una persona que tiene el legítimo derecho a discrepar del proyecto político chavista, trasladar a un detenido de su sitio de reclusión prescindiendo de cualquier decisión judicial, impedir que se le brinde asistencia consular, negarle el derecho a la defensa, y someterlo a tratos inhumanos y degradantes. Esas son las lecciones aprendidas de lo que el Defensor del Pueblo llama “el pinochetismo”, pero que hoy tiene la firma y sello del chavismo; sería interesante saber si el Defensor del Pueblo aprueba esos hechos y los considera compatibles con los valores que recoge nuestra Constitución y que él debería defender.
No han sido parlamentarios chilenos, ni oligarcas, ni “el imperio”, los responsables de sembrar la intolerancia y la violencia en Venezuela. No fue Pinochet quien inventó una lista Tascón para perseguir a los trabajadores. Tampoco son los líderes políticos de oposición quienes han propiciado el aniquilamiento de toda forma de resistencia a esta tiranía tan criolla y tan cobarde.
Se equivoca el Defensor del Pueblo. El chavismo tiene muy poco que envidiarle a Pinochet o a sus herederos. Es el régimen venezolano el que, desde sus inicios, ha mostrado el alma y las garras del “pinochetismo”. Es el chavismo el que, desde la misma asonada militar del 4 de febrero de 1992, ha aplicado las lecciones del gorila del sur del que ahora reniega. Es la misma rapacería voraz por el dinero público; es el mismo fanatismo patológico, la misma vulgaridad, el mismo desprecio por la democracia, y la misma crueldad con quienes tienen el valor de disentir del discurso oficial.
Héctor Faúndez Ledesma