Lo es porque es harto conocido que no soy de los que se dejan bozalear ni encandilar por el peso de una “unidad” que, aunque como lema y como aspiración es muy hermosa, en la práctica algunas veces ha dejado mucho que desear y ha sido más cuento que argumento y que, aunque ha tenido sus definitivos y muy importantes aciertos, sobre todo a nivel electoral, también a veces nos ha dejado a los que tenemos más de dos dedos de frente con un muy mal sabor en la boca. Deliberadamente, me he permitido algunas veces pagar caro el precio de la osadía de ir a contracorriente, viendo y cuestionando en los modos y maneras de algunos de nuestros liderazgos políticos los mismos modos y maneras que, primero, sirvieron de semilla a la trágica enredadera que hoy nos ahoga, y luego, se enseñorearon en el quehacer diario oficialista, con las consecuencias que todos conocemos. Y es que creo que el país con el que sueño, quizás ya no para mí, sino para mis hijos, no debe ser dirigido por gente, cualquiera que sea el color del que se vista, que haga de la intolerancia, de la sordera, del abuso y hasta del irrespeto a quien no siga agringolado las órdenes o la “línea del partido”, sus banderas.
A mis hijos les estoy enseñando a no ser borregos, a tener criterio propio, a pensar por sí mismos y a ser críticos hasta con su padre. En el futuro, que a ellos les pertenece, espero que no tengan que verse forzados a cantar a coro melodías, o cacofonías, que no hayan aceptado como propias por libre voluntad y con pleno discernimiento. De esa cabuya, la de la sumisión ciega y perversa a cualquier “ideal” o a cualquier “ungido” que coyunturalmente lo encarne, ya tenemos demasiados rollos completos, y ya sabemos dónde y cómo terminan esos cuentos.
Pero eso es una cosa y otra, muy diferente, es comerse vivo a cuanto líder de partido o dirigente opositor exista que no haga cuando nosotros queremos las cosas como a nosotros nos gustaría que se hicieran. Una cosa es criticar y cuestionar, otra muy diferente es ofender e insultar desde las tripas a quienes, nos gusten o no, les hemos delegado voluntariamente la responsabilidad de nuestra conducción política. Al final del día, no debemos olvidarlo, la MUD nació como una respuesta a nuestro requerimiento ciudadano, y en muchos aspectos, ha cumplido. La mayoría de los que la integran están allí fajados, y quitando a unos pocos que actúan más como rockstars que como políticos, todos están asumiendo riesgos muy altos porque nosotros les exigimos que así fuera. Y no es el momento de darles la espalda, pues hacerlo implicaría un costo altísimo que, estoy seguro, solo quienes están en el gobierno quieren que paguemos. No lo olvidemos.
¿Que algunos de los que allí están, en la MUD o hasta en la AN, nos fueron impuestos o eran y son perfectos y anodinos desconocidos? Es cierto ¿Que cuando supimos que tal o cual estaba en el tarjetón o en las “listas” por los que tendríamos que votar, para garantizar la victoria general opositora en alguna elección, tuvimos que tragar grueso y marcar la opción frunciendo la nariz? También lo es ¿Que no pocas veces los manejos y componendas de la política nos han dejado el mal gusto de haber tenido que elegir de entre los malos, al menos malo? Sí, así ha sido. Pero es mezquino no reconocer que todo eso ha tenido como contrapartida una serie de ventajas, innegables, que son las que nos han permitido avanzar hasta el punto en el que, con altas y bajas, nos encontramos ahora. Pensar en clave de país, que no en uno mismo, en una nación en la que la normalidad democrática, con todos sus matices, no existe, a veces exige este tipo de sacrificios.
Eso no significa, por supuesto, que ya no haya aún camino por recorrer ni que ante los errores de nuestros dirigentes tengamos que guardar cobarde silencio. Pero el reto que encara la MUD en este momento, hoy domingo para más señas, tras el golpe a nuestra soberanía y a la voluntad del pueblo que acaba de darnos el CNE es inmenso, y demanda de nosotros serenidad, respeto y confianza, pero por encima de todo prudencia, inteligencia y sabiduría. Le toca a la MUD, nada más y nada menos, demostrar que la coalición opositora es más, mucho más, que una simple alianza electoral. Le toca canalizar los anhelos de lo que es ya una indiscutible mayoría sin dejarse llevar por los ánimos radicales y violentos de algunos y sin perder, no obstante, el respeto de quienes saben y sienten que el cambio como hecho político depende de mucho más que una marcha o de un par de cacerolazos. Le toca entender que no es el momento de los solistas, por muy virtuosos que sean, y que la orquesta debe hacer sonar, con los diferentes tonos de cada músico que la compone, un acorde común que no solo sea grato a los que llevan la batuta, sino al público que aguarda, expectante pero suspicaz, la línea a seguir.
Esto no es fácil, y ya bastante complicada es la lucha contra el monstruoso Leviatán que quiere eternizar nuestra agonía a punta de triquiñuelas y furores, de corrupción, de iras y de violencias obtusas, como para además tener que enfrentar la MUD nuestra desconfianza, a veces más no siempre justa, y nuestra inmediatez, siempre presente. Las preguntas que debemos hacernos son cómo podemos ayudar, qué está en nuestras manos hacer, qué podemos aportar. Como abogado, por ejemplo, puedo analizar y proponer todas las vías jurídicas y constitucionales que están, al menos formalmente, a la mano para destapar la cañería en la que Maduro, el CNE y el TSJ nos han sumido, pero lo cierto es, debo aceptarlo, que la solución netamente jurídica resulta, en el país en el que la ausencia absoluta de Estado de Derecho es la regla, ineficaz. Frente al arrebato político la respuesta necesaria, carga y responsabilidad de nuestros dirigentes, ha de ser igualmente política. Contundente, vehemente, efectiva y pacífica, pero política.
Dependiendo de cuál sea, tendrá cada opción que se proponga sus detractores y sus defensores, sus ventajas y sus desventajas, pero por encima de todo, sus riesgos y sus costos. La MUD debe demostrarnos que está a la altura de la responsabilidad encomendada, ciertamente, que está dispuesta a pagar el precio que haya que pagar y a correr los riesgos que deba correr, pero a nosotros también nos toca, como ciudadanos, restearnos con el camino que se elija y asumir sin miedo las consecuencias que seguirlo trae.
Mañana nos toca a todos demostrar que somos un país, una fuerza colectiva, y no corceles desbocados y rabiosos que tiran cada uno de la carreta hacia su lado. Sin abandonar el espíritu crítico, sin ceder en nada que nos sea esencial, debemos confiar en nuestros liderazgos, pero recordándoles siempre que un país solo avanza y alcanza sus metas cuando los políticos bailan al ritmo que les toca la ciudadanía, y no al revés.
@HimiobSantome