En el lugar más inesperado de las montañas de Capacho, en el frío cerro La Cristalina, yace un lugar muy especial, tanto para quienes lo visitan por primera vez como para los que habitan en él. La Granja, como le llama su fundador, alberga a más de cien seres con distintos tipos de necesidades y carencias; “pacientes del espíritu”, les denomina él, que reciben no solo abrigo, sino paz, convivencia, calor de hogar y esperanza. Su idea nació de un hombre, que reveló haber llegado casi al suicidio, cuando el vacío propio que padecen quienes no conocen ni temen a Dios, lo hizo casi acabar con su vida. Hoy, el pastor Oriol Rangel se encuentra consagrado a adorarlo, y lo hace protegiendo a los más necesitados, publica La Nación.
Por Miriam Bustos
Fotos/Jorge Castellanos
El pastor Oriol Rangel, tachirense, de 52 años de edad, algo le hizo cambiar su vida hace más de 10 años, cuando confesó que tocó fondo, que se fue por el “mal camino” y estuvo a punto de perder definitivamente a su esposa y a sus primeras tres hijas. Hoy ha recuperado todo, más que lo económico, lo que realmente es importante en la vida, su familia (esposa y sus cinco hijas).
Reveló que por primera vez permitió ser entrevistado y que públicamente se conozca su obra. Aseguró que medios nacionales y hasta internacionales, durante los 13 años que tiene al frente de La Granja, lo han contactado con este fin, y solo ahora lo consideró oportuno. Y desde el momento en que decidió abrir las puertas a Diario La Nación, lo hizo sin tapujos, sin ocultar nada.
Pausado, sereno, con voz amable, recordó que tuvo todo cuanto pudiera desear la mayoría de los mortales: dinero y poder. Pero el vacío carcomía su alma. “Llevado por la mala vida, hasta dejaba de ir una semana a la casa, y dejaba a mi esposa e hijas desamparadas, sin comer. Pero poco a poco esa vida no me satisfizo, sentía un vacío tan grande que ya ni siquiera quería vivir, a tal punto que una noche estuve a punto de suicidarme. Tomé mi arma, porque hasta eso tenía, y cuando iba a dispararme recordé que por ahí hablaban de un tal Jesús… Entonces levanté la mirada y le grité con palabras obscenas. Le dije que si existía, que me sacara de todo eso. Y algo divino, algo mágico ocurrió en mí. Sentí que algo salió de mí, y hoy vivo para adorarlo”.
Así, ya con su familia nuevamente junta, con una nueva oportunidad, comenzó de nuevo. Se acercó más a Dios, a través de la Congregación Bautista, y luego de predicar por unos tres años, decidió que podía hacer más, poner la palabra de Dios en práctica, y todo indica que lo está logrando, y es a favor de los más necesitados.
Viven en lo que Oriol prefiere llamar La Granja, aunque está inscrita como “Fundación- Casa de oración has de venir”. De esta instalación o refugio se han dicho muchas cosas en la calle, y esta fue una de las razones por la que estuvimos allí, para comprobar qué es en realidad La Granja.
Consta de 18 hectáreas, propiedad de Oriol y su familia, ubicada en el cerro La Cristalina, en Capacho Independencia. Está a 2 mil 730 metros de altura, por lo que finalizando la tarde, entrando la noche e intensificándose la madrugada, el frío cala en los huesos, pero contrasta con el calor humano que se siente apenas se pasa la reja principal.
Un espacio fuera de lo común
Había algarabía a nuestra llegada. Los niños jugaban con las muchachas y al fondo, a alto volumen sonaba un merengue, pero dedicado a Dios. De la cocina salía humo del agua que hervía para la preparación de la “aguamiel” de la cena; el olor a leña quemada invadía agradablemente todo el ambiente, y el calor de la tarde luchaba por mantenerse aún ante los vientos fríos que empezaban fuertemente a soplar.
“Prefiero no identificarme con una religión en particular. Religión significa una forma de adorar a Dios. Me defino mejor como seguidor de Jesús; Jesús es el ejemplo eterno de cómo debe comportarse el ser humano. De mí, de aquí, han dicho cosas horribles. Ha venido el Cednna, el Cicpc, el Ministerio Público, y en nombre del Estado venezolano me han pedido disculpas en tres ocasiones. Y es que no nos podemos dejar llevar por los rumores, hay que verificar antes de hacer cualquier comentario”, expresa el pastor.
“Aquí han venido hasta diputados, gente muy poderosa, solo para que yo, en el silencio de la noche, ore por ellos, y así lo he hecho. Los martes y jueves vamos al Hospital Central a predicar. Yo llamo a quienes están aquí en La Granja, pacientes, porque son pacientes del espíritu, están enfermos del espíritu y quieren reconocer las riquezas de Dios. Hace 15 años comencé esta obra, en el sector La Romera, y desde hace 15 años yo no sé mentir. Este es el propósito verdadero de haber vivido tanto desastre en mi vida. Tengo contacto directo con Dios -sonríe-. Esta granja es un mundo espiritual, por eso se siente tanta paz”, agrega con mucha satisfacción.
El paisaje es atractivo a la vista. De la idea ingeniosa y novedosa de construir chalets diseñados por el mismo Oriol, construidos con paletas y metal, algunos reciclados y otros comprados a bajo precio, pintados de varios colores, salieron los dormitorios que separadamente albergan a los distintos grupos de habitantes.
Sobre todo el área de los niños no tiene nada que envidiarle a la habitación más lujosa, pues aparte del orden, la creatividad, la belleza, los motivos infantiles, y hasta los lavamanos y sanitarios adecuados al tamaño de los pequeños, cuentan con un plus especial, son sumamente acogedores, pues fueron hechos con cariño.
Allí conviven, en familia, un sinnúmero de seres con todo tipo de necesidades. Niños, como Juanita, que van desde un mes de nacidos, hasta los 15 años de edad, muchos de ellos indígenas, que sus madres los dejaron abandonados; así como jóvenes que perdieron su rumbo y que aquí han encontrado la paz. Algunos, incluso, hallaron el amor, porque tres de estas relaciones llegaron al matrimonio y continúan ahí.
También habitan familias pequeñas, mujeres maltratadas, con hijos, personas con problemas mentales, pacientes desahuciados, unos diez con Sida, y sobre todo, ancianos abandonados.
Con varios de estos últimos es con quienes menos tiempo tienen de convivir el resto de los miembros de ese gran núcleo familiar, porque penosamente muchos mueren al poco tiempo de su llegada, sea por enfermedad o vejez, pese al calor humano, la atención y esperanza que le brindan desde su ingreso, explica el fundador.
De hecho, en el último trimestre, hasta agosto, fallecieron cerca de 20 ancianos, la mayor parte sin familia o con familiares que se desinteresaron de ellos. Otros provienen de la calle o del Hospital Central de San Cristóbal, los que una vez los médicos consideran que ya no pueden hacer nada por su salud, y que antes de darlos de alta y enviarlos a la calle, prefieren pedirle a Oriol que los reciba en su granja. A pesar de esta realidad, en la granja no se respira muerte, se respira vida.
Y también hay los abuelos que viven felices, agradecidos con Oriol, el pastor, como lo llaman con admiración y respeto, pues es él quien se encarga de cuidar a los más ancianos. Sin escrúpulos les cura las heridas del alma y las llagas del cuerpo, dice. Les suministra medicamentos; les hace más llevaderos sus últimos años y se asegura también de que, llegada la hora, tengan una buena muerte, alimentándoles el espíritu diariamente con la Prédica de las 5:00 de la tarde, a la que deben asistir todos, desde el más bebé hasta el más viejo.
“Aquí hay también pacientes con problemas de conducta y agresivos. Hay una chica con problemas mentales; aquí se han reconciliado matrimonios. Aquí pasan cosas increíbles, personas que han sanado, aun cuando los médicos los han desahuciado, hasta casos de endemoniados los hemos tratado con éxito aquí. Hay quienes me han ofrecido una casa para que me vaya con mi familia, pero cómo podría irme, dormir bien, sabiendo que estas personas quedarán desamparadas. No puedo. Y aspiro poder refugiar unas cinco mil personas más adelante”, asegura. (MB)
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