¿Cuántas batallas perdió la Nación con la violencia? La educación sufrió el arrebato del asalto permanente; mayores recursos generaban los Gobiernos para seguir en la mirilla del astuto adversario que en libros que verdaderamente abrieran caminos para el engrandecimiento de Colombia. Escuelas arrasadas por la vorágine del sinsentido, mientras el maestro que enseñaba era la emboscada cruel que escupía muerte. Días aciagos en donde el crisol de la patria se llenó con la sangre de los pobres. Hospitales sin medicinas, heridos que sufrieron un conflicto en donde muchos quedaron lisiados como ejemplos de una tierra que no cosechó alimentos, sino que de su suelo surgió la carga desgraciada.
Solo Cartagena podría simbolizar la paz anhelada. Ella se vistió con la heroicidad que la hizo eterna, brota en pétalos de belleza. En su fantástico semblante se dibuja el incomparable mar azul que la arrulla entre las olas. Es la magia imperecedera de su férreo corazón irreductible. En sus afonías, la historia de una ciudad que resistió los embates de feroces enemigos, que regresaron con la derrota entre los dientes. Piratas hambrientos de tesoros vinieron a sus costas buscando quebrar su enjundia. Hombres agitados en sus oscuras historias cadavéricas traspusieron los confines para estrellarse con la heroicidad emancipadora de esta tierra.
Se levantaron peligrosos adversarios que trataron infructuosamente de desgarrarla; solo que su valor reverdeció para hacerse una sólida roca que defendió su honor por encima de la piocha; sobre el lienzo de su origen el manto sagrado de los héroes, que la honraron irrigando su sangre entre los surcos de su gente noble. Por eso, allí vimos a los protagonistas de este momento histórico firmar en el suelo rico de gestas. El presidente Juan Manuel Santos y el máximo líder de las Farc, Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timochenko, estamparon su rúbrica en tierra bendita.
¿Cumplirá la guerrilla los acuerdos? El grupo terrorista es la organización criminal más poderosa del mundo. Solo el tiempo sabrá si sus acciones violentas llegaron a su fin con la firma de lo estipulado. Ahora les toca mostrarse ante los ciudadanos como seres reconvertidos en amantes de la paz. Que se acaben las emboscadas y los niños transformados en ‘matagente’; que dejen de enjaular a seres humanos como si habláramos de animales salvajes; que los vínculos con el narcotráfico sean solo historias de telenovela. Son muchos los crímenes que viajan en sus cromosomas de violencia y que pueden reaparecer ante la dificultad de no encontrar asidero en la democracia. Que no repitan la trágica historia venezolana, en donde detrás del disfraz de demócratas se ocultó la peor calamidad pública que arrasó hasta con el último centavo.
Alexander Cambero
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