Detallazo que siempre habría que celebrar porque, en cualquier circunstancia que dos enemigos se abracen, es para reír y no para llorar, para exaltar y no para lamentar.
El problema es que, en el caso de Santos, por esas ironías o maldades de la historia, la reconciliación y los abrazos fueron también para demostrar que había sido un admirador secreto o simulado de Chávez y que estaba dispuesto a aplicarle sus pérfidos métodos a la siempre agobiada democracia colombiana.
Fíjense que dije “métodos” y no “política”, “filosofía”, o “ideología”, porque tocante a estas últimas, Santos dijo siempre que es un demócrata neoliberal, pero cosas de la postmodernidad, un neoliberal populista, de la misma escuela de Berlusconi y creo que hasta de Donald Trump.
El caso es que, en sus seis años de gobierno, Santos, muy a lo chavista, acabó casi con la libertad de expresión, pues inventó la fórmula de inundar de propaganda oficial y privada a los medios que lo apoyan, porque a los que lo adversan, se las quita y los lanza a la ruina.
Y por esa vía, el que no es santista, no tiene medios en Colombia, y podrá opinar lo que quiera y se le ocurra, pero “en silencio”.
Otra cosa muy chavista que “inventó” fue dividir al país en santistas y antisantistas, con los primeros disfrutando y hasta abusando de las mieses del Estado, y los otros, los diferentes, acusados, perseguidos y deshauciados, como dicen en España.
Pero en lo que Santos copió y hasta superó a Chávez es en la estrategia de “huir hacia adelante”, por ejemplo, lo derrotaron en el plebiscito, pero él sigue con el “Acuerdo de Paz” porque le dieron el Premio Nóbel de la Paz.
“!Aprende Nicolás!” casi oigo a Chávez gritar desde su tumba,