Es venezolana, tiene 20 años, quiere ser traductora y hoy, en una hamaca colgada en un árbol que ha convertido en su casa en la ciudad brasileña de Boa Vista, mece unos sueños que, según aseguró, no serán truncados por “el fracaso de una revolución”.
Eduardo Davis/EFE
“No estoy aquí por política. Lo que me trajo aquí fue el fracaso de unas políticas”, dijo a Efe Sairelis Ríos, quien junto a su madre Keila y una decena de venezolanos vive en plena calle, frente a la terminal de autobuses de Boa Vista, una ciudad que en los últimos meses ha recibido unos 2.500 emigrantes de ese país vecino.
Todos se ganan la vida con trabajos eventuales, llegaron a esta empobrecida ciudad del norte de Brasil desde diversos lugares de Venezuela y, según coinciden, con la misma intención: “Huir del hambre”.
Sairelis y su madre son de Ciudad Guayana. Otros llegaron desde Caracas, Barquisimeto y Mérida, y aunque viven en la calle en Boa Vista, todos afirman que “están mejor” que en Venezuela, donde “no hay alimentos, ni medicinas ni esperanza”, según el exsuboficial del Ejército Víctor Soto.
En Ciudad Guayana, que unos años atrás era uno de los principales polos industriales de Venezuela, la madre de Sairelis vendía agua y gaseosas en la puerta de la siderúrgica Sidor, que pese a ser una de las grandes empresas básicas del país, ha entrado en decadencia.
Con ese trabajo, Keila explicó a Efe que pagó tanto la escuela secundaria de Sairelis como los cinco años de inglés que cursó la “menina del árbol”, como la conocen ahora en la terminal de ómnibus de Boa Vista.
Sin embargo, a medida que Sidor fue perdiendo empleados, el agua y las gaseosas que vendía Keila menguaron y con ellos el dinero, por lo que hace seis meses decidió emigrar.
Le habían dicho que a muchos venezolanos “les iba bien” en Boa Vista, donde así como su hija hace trabajos eventuales de limpieza en casas y asegura que gana más que con las bebidas en Sidor.
Lo mismo afirma un caraqueño de 56 años, que prefiere no revelar su nombre y con trabajos de mecánica de automóviles que consigue en Boa Vista mantiene a su familia, que sigue en la capital venezolana.
“Era taxista, pero un día no pude trabajar más. Se acabaron los repuestos, las baterías, los neumáticos y allá está mi coche, parado y cayéndose a pedazos”, dijo a Efe.
En medio de esos venezolanos que dicen haber huido de la escasez de productos básicos en su país, también ha hecho de la terminal de autobuses su hogar el caraqueño José Antonio Garrido, un malabarista que vive de las monedas que le dan en los semáforos de Boa Vista.
Garrido comparte “a veces” la “casa del árbol” de Sairelis, pero su proyecto es llegar a estudiar en una escuela de circo.
Así como otros venezolanos que viven en las calles de la ciudad, este grupo recibe asistencia de la Comisión de Migración y Derechos Humanos de Roraima, que depende de la Diócesis de Boa Vista y les entrega alimentos, les ayuda a buscar empleo e incluso ahora busca facilitar que tomen clases de portugués.
La coordinadora de esa comisión, Telma Lage, explicó a Efe que entre los venezolanos que han llegado a la ciudad “hay profesionales liberales, maestros, peluqueros, obreros y gente de todo tipo”, que encuentran en Brasil una “forma de supervivencia que en su país ya no tienen”.
Según Lage, es “gente trabajadora” y, en su mayoría, han dejado a sus familias en Venezuela y las ayudan con lo que ganan en Brasil.
“Visitan a los suyos cada uno o dos meses y llevan comida, ropa y remedios que en Venezuela no consiguen o son demasiado caros”, dijo.
Según la religiosa, “lo que mueve a esa gente a estar lejos de sus familias, es la esperanza que en su país se ha perdido”.