Un hecho histórico se registró este mes en la iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén: los científicos desplazaron el revestimiento de mármol del lugar señalado por los cristianos como la tumba de Jesús, para realizar obras de restauración. Abrieron la tumba de Cristo. ¿Y si encontrasen su cuerpo?, pregunta el filólogo y escritor Juan Arias en una nota publicada este martes en el diario español El País.
La tradición cristiana indica que el cuerpo de Jesús fue colocado en un lecho funerario después de su crucifixión por los romanos en el año 30 o 33. También indica que Cristo resucitó y que las mujeres que fueron a ungir su cuerpo, tres días después de su entierro, encontraron la tumba vacía.
Sin embargo, Juan Arias -autor de los libros Jesús, ese gran desconocido y La Biblia y sus secretos– señala que para los teólogos modernos “la resurrección habría sido más bien simbólica”, símbolo de que “la vida no acaba con la muerte”, que “muere la carne, pero sigue vivo el espíritu”.
“La muerte nunca es definitiva para los cristianos, y ello poco o nada tiene que ver con la muerte física”, destaca Arias, que recuerda las palabras de Jesús a los apóstoles antes de morir: “Allí donde os reunáis en mi nombre, yo estaré con vosotros”.
Según Arias, los expertos consideran que los cuatro evangelios fueron escritos para narrar sobre todo la muerte y crucifixión de Jesús, y que las últimas horas de su vida son relatadas “con pormenores”. “Curiosamente, se trata de una narración donde encontramos las mayores contradicciones entre los cuatro evangelistas, por lo que resulta difícil, si no imposible, conocer la verdad completa de los hechos”, considera el filólogo.
Arias señala, además, que en el momento en que los evangelios fueron escritos -unos cien años después de la muerte de Cristo-, “Jesús ya había sido glorificado, y la leyenda de su resurrección física había tomado cuerpo”. “Hoy la nueva teología es más prudente y prefiere defender la tesis de la resurrección simbólica”, agrega el escritor.
Arias concluye: “Si es así, los cristianos no tienen por qué temer si en los trabajos arqueológicos que se estén realizando en su posible tumba encontrasen los restos mortales del que, por cierto, nunca se llamó Dios, sino, simplemente, ‘Hijo del hombre’, una expresión aramea que significa hombre a secas. Uno como nosotros. Un judío que provocó a la religión de Moisés al defender que todos somos hijos del mismo Dios Padre, tanto los judíos como los gentiles. Una osadía que pagó con la muerte de cruz, usada por los romanos para castigar a los rebeldes políticos”.