De nuevo pospongo mi opinión acerca de las elecciones presidenciales de EEUU. Apenas diré que una victoria de Trump sería no solo perjudicial para EEUU sino para el mundo, a pesar de que una fuerte institucionalidad en ese país quizás podría frenar cualquier disparate del impresentable candidato si llegara a la presidencia. Tengo la esperanza de que salga derrotado, por el bien de todos.
Los eventos políticos en Venezuela se suceden a velocidad de vértigo. A cada hora nos enteramos de noticias o “bolas”, ciertas o no, que trastocan el panorama, lo que hace difícil aventurar alguna opinión concluyente. Caminamos en una superficie gelatinosa.
Ciertamente, en nuestro país se puede hablar de lo que han llamado en la doctrina una “dualidad de poderes”. Por un lado, un gobierno que controla la mayoría de las instituciones públicas, puestas a su servicio, pero con una legitimidad muy disminuida, y por otro, un poder encarnado en la representación popular de la Asamblea Nacional, cuya mayoría legitimada en las urnas electorales y en la calle, le ha plantado cara al primero, poniéndolo, aunque algunos no lo vean, en situación comprometida.
La popularidad del gobierno está en caída libre y lo más seguro es que no se recupere en su camino hacia el descalabro final. Sus divisiones internas lo consumen. No se sabe quien gobierna o cuál grupo a su interior lo hace. Hay varias fuentes de poder, actuando cada una por la libre, chocando entre ellas, con posiciones encontradas e incongruentes frente a cada situación, con deserciones e disidencias crecientes.
En el ámbito internacional, aparte de sus pocos socios incondicionales, tiene los caminos cerrados. La comunidad internacional lo ha colocado en la posición de o dialogar/negociar con la oposición democrática, o de negarse a ello y lanzarse por el despeñadero de la violencia y el aislamiento definitivo.
Que desde hace meses estén por allí personajes internacionales, deseados o no, confiables o no, mediando y/o gestionando conversaciones entre las fuerzas enfrentadas, es una clara evidencia de que hay honda preocupación por Venezuela y de que la conducta democrática del gobierno está en entredicho.
No habríamos llegado a esta situación en el que el gobierno se encuentra en un disparadero, sin el trabajo incansable y tenaz de denuncia de la oposición democrática en el mundo entero.
Aunado a ello, por supuesto, la lucha desigual y dura librada internamente por las fuerzas democráticas, con su tino estratégico y táctico, superando errores anteriores. Y, obviamente, la unidad lograda.
Ha sido ese trabajo lo que la ha hecho avanzar con pie firme, sin olvidar los tropiezos sorteados.
Que se han cometido errores, nadie lo puede negar. Que siguen habiendo ciertos desencuentros, tampoco. Pero el balance es positivo.
Sentar al gobierno en una mesa de diálogo/negociación, a la que nunca éste hubiera querido llegar, es producto de la lucha cumplida y es un triunfo para la oposición, más allá de los textos ambiguos firmados, de la dudosa voluntad de diálogo del gobierno, de los actores que están envueltos en ella, de la escenografía y de los recelos que se puedan tener.
Que el gobierno no es confiable y mentiroso, que es tramposo y cínico, que busca ganar tiempo y que no cree en diálogos, está más que claro. No nos chupamos el dedo, por tanto, no se trata de creer o no en las promesas que él haga. No olvidemos que a éste, le quedan, sobre todo, las armas, porque la calle la perdió.
Precisamente, porque sabemos a quién enfrentamos, es por lo que hay que sentarlo ante testigos de otros países, ponerlos en evidencia una vez más, para que se muestre tal cual es, aunque ya para nadie en el orbe es un secreto la esencia autoritaria del gobierno.
El resultado final de las negociaciones nadie lo puede adelantar. Ojalá nos lleven a buen puerto pronto antes de que alguna facción del chavismo las dinamite. Dar una salida democrática, electoral y pacifica a nuestro drama sería el objetivo.
Estoy convencido de que la presión internacional es un elemento fundamental; por eso pedimos que se mantenga hasta que nuestro país se encamine con paso cierto.
La presión interna también. Pero ésta debe hacerse con inteligencia, racionalidad y sin desbocamientos. Apartemos maximalismos, impaciencias, arrebatos pasionales y la crítica obsesiva estéril. Dejemos de lado el acomplejamiento, las visiones tipo “vaso medio vacío” y las soluciones mágicas; valoremos el poder político real que se tiene, que no es poco.
Todo está casi servido para que empecemos a salir de la crisis. Debemos preservarnos de un traspié que ponga en peligro el triunfo.
Si el gobierno revienta la negociación impulsada por el Vaticano y otros, que quede así registrado ante la comunidad internacional y nacional.
Y last but not least: hay que repetir hasta la saciedad: UNIDAD, UNIDAD y UNIDAD. Férrea UNIDAD. Sin cohesión unitaria todos los logros obtenidos podrían perderse.
EMILIO NOUEL V.