Son impresionantes los paralelismos que se encuentran entre la política en la antigua Roma y nuestros días. Sobre todo, en la crisis política que hoy vive Venezuela. En Roma hubo un emperador llamado Lucio Aurelio Cómodo Antonino (161-192 d.C.), hijo de Marco Aurelio Antonino Augusto. El destino del emperador Cómodo se parece mucho a la tragedia que experimenta el Presidente de la República Nicolás Maduro, quien al igual que aquel emperador romano heredó un imperio sin estar preparado para gobernarlo.
Nicolás Maduro heredó de Hugo Chávez la Presidencia de República, no por su talento político sino más bien por su relación casi filial con el comandante. La súbita muerte de Chávez tomó por sorpresa a un Nicolás Maduro, quien a pesar de tener experiencia administrativa no estaba preparado para asumir la presidencia. Su desconocimiento de los aspectos elementales de gobierno lo han lanzado en manos de asesores que compiten por su atención y lo llevan a tomar decisiones contradictorias. Más o menos parecida a la situación que sostuvo el emperador Cómodo quien también era manipulado a discreción por sus consejeros.
La forma que intuitivamente Maduro diseñó para sobrevivir a sus propias limitaciones como Jefe de Estado fue dividir el poder en parcelas para darle una a cada facción del chavismo oficialista. Así en lugar de unidad de mando y de gobierno, el poder del régimen se distribuye entre los clanes Cabello, Rodríguez, El Aissami y otros de menor entidad que lo sostienen a en la medida en que Maduro los aguanta a ellos. En privado los actuantes de estas facciones no dudan en culpar a Maduro, el amo que les da de comer, de la caída del régimen chavista. Al igual que los operadores de Cómodo, los de Maduro solo esperan el momento apropiado para sacarlo del poder.
Como consecuencia de lo anterior la corrupción y la bancarrota moral se han convertido en la peor plaga de la revolución bolivariana. Ya en tiempos de Chávez la corrupción penetraba las estructuras civiles y militares del gobierno. Pero, en los años de Maduro ha sido brutal. Las mafias cambiarias que saquearon dólares preferenciales para alimentar al pueblo fueron toleradas por Chávez. Hoy tienen el control total del gobierno de Maduro y extorsionan sin piedad, aunque eso le cueste la vida a su revolución. Así como el emperador Cómodo, Maduro también tiene su Cleandro, un funcionario corrupto que se enriquece ante los ojos de todos, haciendo negocios con la comida mientras el pueblo pasa hambre.
Al igual que en los días finales del Imperio Romano el régimen chavista tiene un operador en cada Estado, en cada municipio, en cada ministerio robando en nombre de la revolución. Dinero devaluado, divisas preferenciales o bolsas de comida y medicinas son el botín más preciado. Al igual que en la Roma decadente, los militares se dividen entre los que roban y los que resienten el latrocinio, como la peste que socava las bases mismas de la república.
Mientras el país colapsa y la revolución bolivariana implosiona Nicolás Maduro sigue los mismos pasos del emperador romano Lucio Aurelio Cómodo Antonino. Maduro conscientemente se sustrae de sus atormentadoras responsabilidades como Presidente de la República para evadir su realidad. Mientras sus operadores y su familia manejan el gobierno y se enriquecen, los días de Maduro Moros se desvanecen en programas de salsa y las noches en vela, angustiado, tratando de adivinar quienes de su entorno lo quieren liquidar políticamente.
El gobierno bolivariano ha entrado en un proceso irreversible de descomposición. Hay evidencia que el deterioro de la situación política y social del país traerá consigo un periodo de caos y terrible inestabilidad marcado por breves transiciones dentro y fuera del chavismo. Tal como ocurrió en los últimos días del Imperio Romano. Nicolás “Cómodo” Maduro será recordado como el primero de los últimos gobernantes antes de la caída definitiva del régimen chavista.