“Un golpe de ataúd en tierra
es algo perfectamente serio”.
Antonio Machado
Ante la muerte del sátrapa difunto, ya se ven, se oyen testimonios esperanzados por un futuro mejor en la isla, pero con dolor hemos visto la recurrente persecución a grupos y movimientos libertarios, como Mujeres de Blanco que padecen aún el acoso opresivo, las agresiones físicas o la privación de libertad.
La justicia en Cuba ha sido y es violada con antiguas y nuevas formas de opresión que derivan de la restricción de los derechos individuales tanto en las represiones del poder político como en la violencia de las reacciones privadas, hasta el límite extremo de las condiciones elementales de la integridad personal.
Son bien conocidos los casos de tortura, especialmente contra los prisioneros políticos, a los cuales se les deniega muchas veces incluso un proceso normal o que ven sometidos a arbitrariedades en el desarrollo de juicios. Una realidad viviente, régimen totalitario, barbaridad inhumana que aún se mantiene encarnada en las limitaciones que describen miseria y las más infrahumanas condiciones de existencia.
Han sido más de cincuenta años de un régimen perverso, que impide y condena pensar distinto, la libertad de conciencia, disentir del poder que en mala hora se apoderó de ese pedazo de tierra y entre pesadillas y delirios ha intentado regar su malhadada revolución por esos mundos de Dios.
Por desgracia, y por la sumisión de aquel desquiciado milico golpista, mediocre, resentido y delirante, que enajenó nuestra soberanía a los designios de la oprobiosa dictadura cubana, hoy padecemos los embates de ese infortunio.
A Cuba le hemos devuelto en cierto modo, la vida que perdió cuando la Unión Soviética se derrumbó después de la caída del muro de Berlín, historia muy bien contada por Teodoro Petkoff, con quien se puede discrepar, pero su historia está muy bien contada y eso a la larga es lo que vale.
Fueron muchos los admiradores de lo que pudo ser una bella revolución, hasta que se transformó en un régimen que niega las libertades de los ciudadanos y los uniformó en un solo pensamiento, gris y triste, como es el ideario comunista. Además de llevarlos por más de medio siglo -cincuenta y tantos años- hasta la más grande de las miserias, haciéndoles perder lo más bello de un pueblo, como es la alegría.
¿Han ido a La Habana, donde para los cubanos no hay papel tualé, ni toallas sanitarias, ni desodorante? Menos perfume, que a los venezolanos nos encanta tanto. Perfumados queremos andar siempre. ¿Han visto a los supuestos médicos cubanos comprando aquí en Venezuela, las pastillas de jabón azul para enviárselas a sus familias allá en el mar de la felicidad? Bueno, llegado a este punto, no sé si los isleños pueden seguir haciéndolo, siendo que aquí el estado de restricciones y carencias ya es patético.
Todos los mesiánicos practican esa supuesta identificación, del que manda con el pueblo, en realidad falsa. Perón y su Evita, Hitler, Stalin, Noriega, entre muchos otros, y hasta el Fidel Castro de los primeros años, manipuló al y con el pueblo.
En el caso del difunto Fidel, y hoy su hermano, –hace tanto que se le olvidó- usaron y usan al pueblo para justificar su apego al poder. Y en Venezuela, siguiendo los pasos del poseso Chávez, la usurpación continúa con la perversa manía de manipular las miserias del pobre, la compra-venta de sueños y conciencias.
Los mesiánicos, en realidad pillos, manipulan al pueblo para hacerle creer a los incautos esa mentira en procura de su apoyo. Esa falsa identificación con el pueblo es la mentira para justificarse ante este, y los tiranos comienzan por creérsela ellos mismos.
Ojalá en Cuba se den cuenta de una vez por todas, que el sufrimiento es una miseria y exaltarlo una perversión más. Que la muerte del dictador dé vida a alguna posibilidad de reencuentro y reconstrucción, más allá de celebrados y pomposos funerales a quien hizo tanto daño.
Y aquí ya es hora de tener ya la certeza, la plena convicción de que el chavismo es esa otra metáfora de la pobreza, la igualación hacia abajo, evidencia de las peores miserias humanas.
¿O acaso robar a Cáritas de Venezuela los medicamentos, mientras se celebra ese chiringuito despreciable, ese templete llamado “suena Caracas” no es signo siniestro, vivo ejemplo de lo que digo?
No a los atavismo de la absurda y muy vieja izquierda, no a los pueblos de vida fácil, proclives a embrutecerse y a caer a los niveles más bajos de la dependencia, del hedonismo y la inmoralidad.
¡Dueles, país, urge gobernarte!
Jesús Peñalver