Es el 2 de diciembre de 1993. Ayer, Pablo Emilio Escobar Gaviria ha cumplido 44 años. Está en una casa de Medellín: dos plantas y garaje en la calle 79.ª número 45D94, barrio Los Olivos, sector La América. Se ha levantado al mediodía con dolor de estómago: “La gastritis no me deja en paz”, le dice a un ayudante.
A las 2:57 de la tarde hace la última llamada telefónica de su vida. Habla con Juan Pablo, su hijo mayor, para que contestara el cuestionario de una revista internacional.
A las 3:18 está muerto.
Tres balazos lo han abatido cuando, rodeado por la policía, huía por el tejado. No muy rápido: sus más de 100 kilos lo impidieron.
Vestía una camisa azul, abierta, unos jeans, y estaba descalzo. Cerca había una pistola. Su prominente panza desnuda era lo más visible. Tanto que le inspiraría al célebre Botero un cuadro no menos célebre: Pablo Escobar muerto.
El coronel Hugo Aguilar, de rodillas junto al cadáver, parece un cazador posando junto a su presa.
Ese día es un héroe nacional.
Ha terminado con “El Patrón”. El narcotraficante más poderoso del mundo. Entre secuestros y atentados con bombas ha matado a un número indefinido de almas. Miles. Su fortuna es incalculable. Pero ronda entre los 9 mil y 15 mil millones de dólares.
Muerto y enterrado, empieza otra increíble batalla por la gloria: ¿quién lo mató realmente?
Según Richard Aguilar en su libro El hijo de la guerra, fue su padre.
Cuenta que “los policías lo tenían bien ubicado gracias al Anillo de Búsqueda (la red tejida para atraparlo), y lo perdió la llamada telefónica a su hijo: el dato clave para confirmar su paradero”.
Pero Juan Pablo Escobar, en su libro Pablo Escobar, mi padre, donde no oculta su crueldad ni sus crímenes, jura que se suicidó al verse acorralado.
Y escribe: “Muchas veces me contó que su pistola tenía quince balas: catorce para sus enemigos… y una para él”.
Según la autopsia, el todopoderoso jefe del Cartel de Medellín recibió tres disparos: uno en la pierna derecha, otro en el tórax, y uno que le perforó el oído, lanzado desde un fusil R-15.
Hipótesis: si se suicidó, fue con el disparo en el tórax. Para varios expertos, “una forma muy forzada de matarse, sobre todo en plena huída. Lo más lógico era un balazo en la cabeza”.
Pero el hijo de Escobar Gaviria, insiste con esa teoría. “Mi padre siempre nos dijo que el teléfono era sinónimo de muerte, porque permitía el rastreo. Y ese día nos llamó tantas veces… Creo que quería que llegara la policía. También una manera de suicidarse”.
Pero alguien más entra en la pugna: el paramilitar Diego Murillo Bejarano, alias “Berna”, que cumple condena por narcotráfico en los Estados Unidos. En su libro Así matamos al Patrón, el hombre del certero disparo mortal en la cabeza fue su hermano Rodolfo Murillo, “Semilla”, y el arma, un fusil M-16 calibre .5,56.
Si fue así, ¿cómo se explica la versión del coronel Aguilar como el héroe del caso? “Berna” lo explica así: “La casa ya estaba rodeada, pero el coronel se retrasó por el intenso tránsito, y decidimos actuar. Fue un acto intrépido y arriesgado”.
¿Enigma resuelto? No todavía, y acaso nunca…
Porque también entraron en acción –dicen–, para matar al Zar de la Cocaína, los “Pepes” (abreviatura de “Perseguidos por Pablo Escobar”. Un heterogéneo grupo de uniformados, irregulares, hombres del Cártel de Cali (el archirrival de Pablo), que dicen ser los primeros en llegar a la casa y rodearla, refutando a “Berna” y al coronel Aguilar. ¿El matador, según ellos?: un tal Carlos Castaño, el agente “Z-A”, al que acompañaban “Móvil 9” y “18”.
Pero, ¿quién era Castaño, muerto hace más de una década? Según José Antonio Hernández Villamizar, alias “John”, un paramilitar entrenado por el mercenario israelí Yair Klein, era también un mercenario, y él y su equipo fueron los primeros en interceptar las llamadas de Pablo Escobar a su familia “gracias a un sofisticado equipo traído de Israel”.
Pero las versiones, como los perros, se muerden la cola… Trece años después de su muerte, los restos del “Patrón” fueron exhumados por pedido de su viuda, María Victoria Henao Vallejo, y su hijo Juan Pablo (“Sebastián Marroquín”), para tomar una muestra de ADN y confirmar la paternidad de un hijo extramatrimonial.
En ese momento, su sobrino Nicolás Escobar Urquijo tomó la calavera (el cráneo) con sus manos y revisó el evidente agujero de bala en un costado de la cabeza. “No hay duda –dijo–: se suicidó”.
Pero la versión oficial (la voz de la policía) pasará a la historia desestimando cualquier otra, y sin dejar un resquicio: “El coronel Hugo Heliodoro Aguilar Naranjo disparó el tiro que entró por la espalda y dio en el corazón de Escobar”.
Aguilar, luego condenado a nueve años de prisión por el delito de “concierto para delinquir, agravado”, y desde 2011, inhabilitado para ejercer cargos públicos durante veinte años. Vaya final para el presunto héroe…
¿Punto final? No todavía.
La ex reina de belleza Aura Rocío Restrepo, mujer durante ocho años de Gilberto Rodríguez Orejuela, líder del Cártel de Cali que según ella fue uno de los financistas del operativo para matar al “Patrón”, su archienemigo, afirma en su libro “Ya no quiero callar”, que su marido le dijo: “El que le indicó a la policía el lugar exacto en el que estaba Pablo… ¡fue Gustavito Gaviria!”.
Hijo de Gustavo Gaviria, socio del “Patrón”.
Faltaba ese condimento: el Factor Traición…
Lo mataron o se suicidó el 2 de diciembre de hace 23 años. Pero el final había empezado cuando Colombia aceptó la ayuda de los Estados Unidos, sumó agentes de la DEA a la batalla contra el narcotráfico y pactó con el Zar de la Cocaína, que aceptó una cárcel en su país antes que la extradición, bajo la promesa de frenar su escalada de muerte.
Una farsa.
El 19 de junio entró en “La Catedral”, una prisión de lujo (gimnasio, cancha de fútbol, salones de juego) en la que se movió como amo y señor.
Pero el derrumbe estaba cerca. Fernando Galeano y Gerardo Kiko Moncada, los cómplices que administraban el imperio de Pablo en el exterior, fueron asesinados. Se dice que por orden del Zar, cuando les descubrió negocios paralelos.
Principio del fin. Su cabeza a precio.
Acorralado dentro y fuera de Colombia.
Sólo apoyado por la gente de los barrios pobres de Medellín. Para ellos era como Robin Hood…
Su tumba tiene un extraño epitafio.
Dice: “Pablo Emilio Escobar Gaviria – Dic. 1º. 1940 – Dic. 2 – 1993. Cuando veas a un hombre bueno trata de imitarlo; cuando veas a un hombre malo examínate a ti mismo”.
Acaso su último triunfo post mortem fue la pelea sin cuartel de policías, militares, paramilitares y mercenarios para colgarse del cuello la medalla virtual por haberlo matado.
Otro colombiano, pero genial, tal vez descubrió en esta absurda pugna rasgos del realismo mágico.
Sí. Gabriel García Márquez.