Hace algunos años, casi treinta si mal no recuerdo, Luis Piñerúa Ordaz amenazó con poner al descubierto a una serie de corruptos; y habló de una lista de personas que daría y que–supongo yo- dejaría con la boca abierta a más de uno. La “Lista Piñerúa” incluía, según su ultimátum, a miembros de su tolda política inmersos en chanchullos y triquiñuelas. Amenazó y amenazó; pero, el asunto es que Luis María –a quien siempre recordaremos por el famoso pitico que, al sonar, emulaba a su apellido y que sirvió de jingle para sus aspiraciones presidenciales en el 78- jamás reveló los nombres de los tracaleros y murió llevándose el secreto; un secreto que, en aquel entonces, no nos hubiera costado mucho adivinar.
A eso se redujo la “Lista Piñerúa”: a promesa amenazante incumplida. A bravuconada que le permitió unos cinco minutos más de atención mediática y que Gonzalo Barrios, el caudillo de la tolda blanca, supo minimizar declarando que si AD tenía corrupticos dentro de sus filas; Copei, también. Y, saliéndose del paquete, emplazó a Rafael Caldera para que señalara a los suyos… ¡Caso cerrado y enterrado! Piñerúa falleció incumpliendo su palabra, para tranquilidad de los implicados.
Como vemos, la práctica de acusar y amenazar –como para asustar un rato, ¿será?- no es para nada actual. Y a Maduro le encanta hacerlo a cada momento –en pleno siglo XXI- cuando, en cadena nacional, vocifera y alardea diciendo que nos va a dar los nombres de quienes quieren asesinarlo, de quienes planificaron matar a Leopoldo, de los quieren tumbarlo, de quienes encabezan la Guerra Económica, de los que acaparan, de los que revenden, de los que devalúan al Bolívar Fuerte, de quienes lo miran feo, de quienes le tuercen los ojos y de los que le sacan la lengua. ¡Pero, nada que cumple Nicolás! ¡Nada que suelta prenda!
El hecho es que la práctica me parece infantil. Si vas a denunciar y acusar a alguien: ¡hazlo! Y lleva tu denuncia hasta las últimas consecuencias. Acúsalo sin miedo porque si no huele a mentirilla. A olla montada para llamar la atención. ¿O es que después de que matan el tigre le tienen pánico al cuero? Por eso es por lo que he insistido en los últimos días que Henrique Capriles no puede caer en la misma trampa: si asegura que tiene los nombres de la gente de la oposición que está recibiendo sobornos económicos del oficialismo a cambio de filtrar información sobre las acciones de la bancada opositora, ¡qué los diga y los señale! Con nombres y apellidos como amenazó. Porque si no, nos deja a todos los venezolanos con las ganas de saber quiénes son esos traicioneros que nos están jugando kikirigüiki y dándole oxígeno al régimen de Nicolás. Es decir, tanto Maduro como Capriles, están actuando como Piñerúa con su lista, utilizando como táctica política una pobre estrategia de la Cuarta, esa que tanto criticó Chávez. Porque, si acaso no lo sabían, generar esas expectativas, para luego no cumplir, hace mucho daño a la credibilidad.
Lo grave de las declaraciones de Capriles es que pone en entredicho la honestidad de las razones por las que la oposición actúa; una oposición que ha recibido mucho respaldo porque es la única opción a mano, y a quienes una mayoría importante de venezolanos le otorgó algo así como una especie de Poder, para que actúe en nuestro nombre y negocie con el régimen, y encuentre soluciones a la grave crisis. Sin embargo, de nuevo, siento que los venezolanos estamos a la deriva, en medio de lo que podría transformarse en una gran estafa; porque, al final, tanto la oposición como el oficialismo llegarán a acuerdos: ¿pero serán los acuerdos que le urgen al país o unos entuertos que sólo los beneficiarán a ellos?
Venezuela no es una herencia sin testamento, dejada por un difunto al que tampoco le pertenecía pero que se condujo como si fuese su amo, señor y hacedor. De ser ciertas las acusaciones de Capriles, la oposición MUD está siguiéndole el juego al régimen, sin importarle para nada la confianza y la esperanza que depositaron en sus representantes para hacerle frente a los neodictadores.
En el 2014, escribí un artículo que dediqué a los políticos jóvenes, sin juventud. Alertaba cómo esos muchachos que quieren hacer política, están actuando como los dinosaurios de antaño. Comentaba en ese escrito que los jóvenes tienen que hacer política no como se hacía antes: con un afán de figurar. La política de hoy no debe ser teatral y posada; mucho menos una búsqueda incansable de centímetros en los periódicos o unos minutos de radio. Hacer política, tiene que ser una tarea auténtica, verdadera, comprometida, que tenga relevancia, que logre conectarse con lo que siente la mayoría de la sociedad civil, cansada de eso: de las poses y los discursos tradicionales.
Me preocupan las poses y el discurso tanto del desgobierno como de la oposición. Me inquieta que el interés común de la MUD y del régimen no sea Venezuela; porque, la gente está clamando por un movimiento que aglutine el descontento, que seguirá aumentando en la medida en que los acuerdos entre las cúpulas negociantes sean sólo para su propia conveniencia. El país transita caminos muy peligros y la sociedad civil no logra tener empatía ni con el liderazgo oficialista ni con el opositor. Señores: ¡ya basta de hacer política con P de prostituta, pónganse al servicio de Venezuela y los venezolanos!
@mingo_1