Se ha instalado la convicción de que los complots no existen, que son alucinaciones. Para la alta política y la guerra el complot es el ideal estrella. La corrupción circunstancial es un instrumento menor, aunque periodistas y público los vociferen con asombro. Los grandes políticos (buenos y malos) complotan.
Por Juan Claudio Lechín
Cuando estalla la noticia de la inmensa corrupción de Odebrecht hay un engolosinamiento con la acusación inquisitorial y se descuida deshilvanar el complot que está atrás. ¿Puede entrelazarse semejante corrupción sin un complot? Veamos los datos. Lula es lobista de Odebrecht y también socio político de los Castro, en el Foro de San Pablo (1989), ese proyecto populista que capturó, desde 1998, diez países del continente. Lula era el rostro light de esa sociedad para el crimen, el socialdemócrata. Envió a su empleado, el asesor político Joao Santana, a “fabricar” 6 presidentes en el continente, todos afines al Foro de San Pablo. Santa recibió de Odebrecht 16.6 millones de dólares de pago por sus servicios. ¿No hay complot? Populistas-Castro-Odebrecht-Lula-plata, ¿no hay relación? Bueno. Luis Favre, otro funcionario de Lula y de Odebrecht, fue el asesor de campaña de Ollanta Humana, acusado de recibir fondos de Hugo Chávez…, toc-toc, ¿nada?
Hubo también bussiness con los enemigos. El presidente panameño Martinelli —opositor de Hugo Chávez— recibió coimas de Odebrecht durante la construcción de la Cinta Costera de Panamá.
Las denuncias de Odebrecht son la puerta de un universo mucho más putrefacto. Pero aterricemos: no es coincidencia que semejante corrupción se diera junto a la instalación del populismo en el continente. Hubo y hay complot. Eso falta develar en detalle.