Como muchos en Colombia, Johana Martínez y Fabio Griñón despiden 2016 anhelando que la paz se consolide. Pero para estos guerrilleros de las FARC, la esperanza tiene rostro: el de su hijo, de visita en el sitio donde se preparan para la vida civil.
AFP
“Estamos felices por tenerlo a nuestro lado. Que él sienta que todavía tiene a sus padres y están vivos y que podemos compartir con él”, dice a la AFP Fabio desde el campamento del Frente 34 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, comunistas) en Vegáez, en plena selva de la región de Urabá, en el departamento de Antioquia.
Un niño de unos 12 años sonríe en medio de Fabio, de 38 años, y Johana, de 39, ambos con su fusil en la falda. Hace dos años que no lo veían. Su abuelo lo trajo desde Medellín, donde vive, a este paraje remoto sobre el río Arquía, al que se accede tras viajar cuatro horas en lancha y donde unos 130 guerrilleros de las FARC se aprestan a dejar la lucha armada.
“Todos queremos la paz, nadie quiere la guerra”, apunta Johana, deseando, como Fabio, que con el fin del conflicto en Colombia “los hermanos” dejen de matarse como lo han hecho durante más de 50 años.
Tras la firma de la paz, en noviembre, con el gobierno de Juan Manuel Santos, las FARC se comprometieron a poner fin a la política con armas, para lo cual en los próximos seis meses se concentrarán para entregarlas en una veintena de zonas en todo el país, bajo supervisión de Naciones Unidas.
– Vallenatos, buñuelos “y cervecita” –
“Estamos en el punto de preagrupamiento temporal”, explica Pedro, comandante del Frente 34.
Hace 27 años que este oriundo del vecino departamento del Chocó, limítrofe con Panamá, milita en las FARC. Pero esta Nochevieja será diferente. Según dice, “la paz con justicia social” sigue siendo el objetivo final, aunque en lo inmediato la meta es implementar el pacto alcanzado tras cuatro años de arduas negociaciones en Cuba.
Muy cerca de ese campamento, en los próximos días se construirá, en coordinación con la ONU, la zona de concentración donde se espera, además, una treintena de insurgentes del Frente Aurelio Rodríguez que también opera en la región, así como milicianos que apoyan a la guerrilla.
Suenan vallenatos mientras se alista la fiesta. Jaime, el guerrillero que este año está a cargo del asado, se arrima a la parrilla. Hay también buñuelos y natilla, clásicos de las mesas decembrinas en Colombia, “y cervecita para bajarlos”, comenta.
Un “pico” (parlante de grandes dimensiones) anima la verbena, para la que las guerrilleras se acicalan arreglándose las uñas y peinándose, el uniforme verde oliva matizado con blusas de civil y adornos varios.
– Temor y optimismo –
Como Fabio y Johana, muchos rebeldes se alegran por la llegada de familiares al campamento.
“Me gusta la integración que hay en estos momentos con la población civil”, señala Sandra Montoya, de 29 años, contenta de poder “parrandear, tomar con los amigos, compartir”.
“Hoy es un día muy especial porque tenemos el privilegio y la fortuna de llegar a fin de año”, afirma Cristina, quien a sus 26 años lleva la mitad de su vida en las FARC.
Para ella, sin embargo, la fiesta tiene sabor agridulce: hace ocho días que murió su padre y no tiene ánimo para rumbear.
Al igual que Sandra, opina que “lo mejor de 2016” ha sido el proceso de paz.
“En 2017 espero que se consolide y se llegue a la implementación (…) con un feliz término, que nos cumplan con lo acordado y no nos vayan a engañar y más adelante empiecen a matar a nuestros líderes”, agrega, expresando un miedo genuino entre los rebeldes, fundado en el incremento de asesinatos de líderes comunitarios en los últimos meses.
“Sentimos temor pero estamos optimistas de que todo va a salir bien”, concluye.