Cuando una hoja de papel revive la caminata mágica por el pasado y el futuro, por la magia que vive en la memoria y el corazón sin que ya lo recordemos.
Mi escrito del domingo es inédito. Lo encontré hace un par de días revisando viejas fotos y cuadernos. Lo escribí hace más de 20 años a raíz de mi viaje de luna de miel a Italia. Me sorprendió leerlo de nuevo, como si fuera la primera vez y por eso lo comparto.
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EL IMPERIO AZUL: LIBRO DE LEONARDO DA VINCI
1. Venecia, cerrada en sí misma, en el tiempo y en el espacio. Sus angostas calles componen una topología que pintó M.C. Escher, franjas, puentes, pasillos y callejones, tierra esculpida por siglos, puertas, perillas, altares de esquina, balaustradas, delicadas pero sobrias, todo sobre cenagosas trenzas de mar lánguido.
El recorrido de las calles marca una línea multidimensional, porque al desplazamiento de las piernas o de una embarcación, hay que agregar los trechos que sigue la imaginación, estimulada por sorpresas de vuelta de esquina.
2. Esto suena a decir “vuelta de página”, cosa simple con un libro de papel. Recuerdo con pasión ejemplares medievales cuyas letras imité de niño. Luego intenté la perspectiva: libros con salientes, costas en América, en Venezuela, la pequeña Venecia. Barcos de izquierda a derecha, un brazo que subía y bajaba para sonar una campana de aquí para allá y de vuelta, todo de vuelta, todo móvil.
Es un libro mágico, una máquina donde las ideas pierden importancia frente a la delicada mecánica teatral del reloj-libro. Es de metal, con una pintura brillosa del renacimiento, ya escarchada en algunos puntos. Su arquitectura aparente es bidimensional, páginas, cada una compleja y hermosa, recargada, con poco espacio en blanco.
La capitular contiene un cuento completo, digamos, el imperio de seda azul y un Dios que todavía es Neptuno. La primera columna propone cuestiones teológicas importantes, como el sexo de los ángeles.
En el resto de las páginas no importa si los párrafos plantean o no cuestiones teológicas fundamentales, incluso tampoco afecta el que las frases tengan o no sentido. Vi rellenos en un latín que nada decía, mera escenografía de un pintor asistente quizá analfabeto.
No importa, porque el fin de las líneas y las columnas es ocultar eficientemente incontables ranuras, cortadas en invisibles líneas de hojillas. Vista la página de frente o desde arriba y con el debido aparataje, de esas ranuras salen alcázares, campanarios, muros, soldados oteando el horizonte.
En una terraza el Navegante, desconocido y hambriento, acaricia con sus ojos el horizonte curvado en las aguas (y no se explica cómo nadie más lo advierte). Una paloma y un gato surgen desde dos extremos opuestos. Un hombre enmascarado recorre los trechos nevados de un Carnaval.
La nieve es una rueda con cristales y escarcha, detrás de una vela que ilumina de verdad (recuerden que es un libro mágico). El hombre súbitamente desaparece, halado por abajo y la paloma y el gato confluyen, uno dentro del otro, en un león alado.
Entonces se resume una imagen: el Navegante y el hombre sobre la atalaya ven en la lejanía dos cosas diferentes. El de arriba se mira en el lomo de un león alado al servicio del imperio azul. El de abajo observa en tercera dimensión, hacia adentro, sólo que su figura y la del horizonte forman parte de un mismo semicírculo.
La escenografía incluye cientos de columnas, catedrales, pinos, estatuas, rocas, escaleras, capiteles, tapices, héroes y villanos, muchos crucificados y San Marcos, las olas zigzagueantes del mar en distintos azules, el amante de “La Muerte en Venecia”, ataviado con sobria austeridad y con bigotes que son un acento de óleo.
Hay duques y reinas, arzobispos, mosaicos de Ravena. Giacommo Casanova escapando de la cárcel de plomo. Este libro, en cualquier página, se pierde entre pétreos laberintos que dejan siempre una salida o a veces no, como en el “teatro de los locos” del Lobo Estepario.
Ahora, para ampliar la imagen, entremos en la mismísima página, porque su topología aparente no es bidimensional, sino un teatro que podemos recorrer a pie o navegando.
Aquí las ranuras penden del aire y conducen inexplicablemente a un espacio que no está detrás de ellas. Ustedes han visto esos dibujos animados en los que un caballo y una vaca se esconden detrás de un fino árbol.
Bueno, imaginen una línea que cubra la iglesia de San Marcos (donde dicen que el primer humilde evangelista yace rodeado de oro). ¡Todo se puede en este libro! E incluso en el universo, que es otro libro mágico.
La mente, por ejemplo, es multidimensional. Tiene profundidad de profundidades y el nombre de un reino azul. Intenté cosas como ésta de niño y sólo llegué a juguetearlo en la imaginación. Después lo recorrí con ella en un multimundo de láminas que surgen y desaparecen del aire al compás de la Sinfonía Concertante de Mozart.
Así fue la Venecia donde Harry Haller vivió y amó con Amanda. El amador es una figura de cabello negro, con bigotes a veces. Ella es esbelta y tiene el cabello corto. Se aman y él cree haber entrado en la puerta que está un día y el otro no. El Teatro de los Locos, la ocasión de conocer a Galileo y a Wolfgang Amadeus.
La mente es una botella de Klein estallada en mil laberintos. El mundo multidimensional de la mente está plasmado en el imperio azul. A Venecia la vi azul. Es el imperio azul cruzado por leones alados. Es un laberinto estallado en cientos de botellas sin afuera ni adentro.
Venecia es un libro mágico ya desgastado, armado hace siglos por Leonardo Da Vinci.