La semana próxima se cumplirán dos años de la muerte de mi querido amigo Alberto Quirós Corradi, uno de los gerentes más brillantes que ha tenido la industria petrolera venezolana, venezolano excepcional, gran comunicador, líder y mentor de varias generaciones petroleras en el siglo XX y, hasta su muerte, en el siglo XXI.
Cuando Alberto fue nombrado presidente de Lagoven, ello representó una sorpresa para muchos. Venía de la presidencia de Maraven, una empresa de cultura organizacional diferente, gran rival de la empresa a la cual iba a presidir. Es preciso dar a los empleados de Lagoven de entonces un merecido aplauso por la manera profesional y disciplinada con la cual recibieron a un gerente de estilo tan diferente. Al poco tiempo se vería que Alberto era diferente, sí, pero no por ello menos experimentado y valioso que quienes lo habían precedido en la presidencia de aquella gran empresa. Al llegar a Lagoven la periodista Marianne Marrero le hizo una extraordinaria entrevista para la revista NOSOTROS, en la cual me baso en gran medida para reconstruir la extraordinaria carrera de mi amigo, hoy fallecido.
En 1952 Alberto estudiaba medicina en la Universidad del Zulia, cuando la dictadura de aquel momento cerró las universidades. Alberto debió interrumpir sus estudios y emplearse en la empresa Richmond en una posición muy modesta, en el patio de materiales de la empresa. En 1953 ingresó a Shell y fue enviado a Casigua, remoto lugar del estado Zulia. Cuando se bajó del avión Alberto pensó en devolverse pero el avión seguía viaje hacia otros sitios aún más remotos. En Casigua, dice Alberto, aprendió a “no sentirse solo”, conoció el valor de las pequeñas comunidades y comenzó a apreciar la labor heroica y anónima de quienes en silencio construían al país.
Durante doce años Alberto trabajó en los campos de Shell: La Concepción, La Paz, Bachaquero, Cardón y Lagunillas, donde ocupó su primera posición gerencial, como gerente de Relaciones Industriales de Occidente. Allí lo conocí yo, alrededor de 1958, un poco antes de ser enviado a Balikpapan, Indonesia, donde experimenté una de las mayores aventuras de mi vida.
En 1970 fue nombrado Director de Comercio y Suministro de la empresa Shell, ya en Caracas. Y en Noviembre de 1974 fue nombrado presidente de Shell. Ya para ese momento, Alberto y yo compartíamos la experiencia del intenso debate petrolero que precedió a la nacionalización. Íbamos juntos a dar charlas y a participar en Foros petroleros. Nos llamaban el Dúo Dinámico. En el IV Congreso Petrolero Venezolano compartimos posiciones directivas y dimos la batalla a favor de una nacionalización hecha profesionalmente, sin pasiones políticas. En 1976 fue nombrado presidente de Maraven y yo fui nombrado, para mi gran sorpresa, la de Alberto y la de mis colegas en la industria, miembro de la primera Junta Directiva de Petróleos de Venezuela,
Alberto se definía a sí mismo como un gerente integral: por formación, de Relaciones Industriales, por experiencia, de Comercio y por convicción, un gerente integral, de esos que poseen una visión de helicóptero del negocio. Durante su estadía en los campos conoció el valor de la integración comunitaria, de sumar voluntades, cualidad que lo haría mentor de jóvenes generaciones. En su etapa comercializadora aprendió a ver el negocio petrolero como de naturaleza internacional, no parroquial, la enfermedad que aqueja a muchos quienes hoy manejan nuestra industria petrolera. En su fase gerencial integral desarrolló sus cualidades de liderazgo y de visionario petrolero y ciudadano.
Al llegar a Lagoven Alberto pudo combinar el individualismo predominante en Maraven con la acción colectiva que prevalecía en Lagoven y trató de lograr, con éxitos y fracasos, la mezcla óptima de los dos estilos. Alberto era partidario de mantener la pluralidad de operadoras bajo la sombrilla de la casa matriz, a fin de que no se perdiese la capacidad de comparación que permite evaluar la eficiencia. La empresa única, decía, era la gran enemiga de la eficiencia y los ejemplos de Pemex, Pertamina, YPF de Argentina y otras empresas únicas del estado le han dado la razón.
Desde 1975 Alberto comenzó a escribir artículos de prensa y por muchos años publicó un libro anual contentivo de los artículos aparecidos durante el año. Al hacer esto Alberto rompió otro molde tradicional, el cual impedía que los petroleros hablaran libremente ante el país. El debate petrolero de 1974 impulsó a los petroleros a terminar con su silencio, en especial en las páginas de la revista RESUMEN, gracias al entusiasmo de Jorge Olavarría. En mi caso, esa actividad me ganaría la animadversión de los políticos, no solo los de la extrema izquierda sino aún los de la derecha copeyana y hasta la de algunos adecos.
En especial Alberto escribía frecuentemente sobre el tema del poder político y del poder empresarial y de su área de interacción.
Para Alberto, la empresa estatal de petróleos debía ser un ejemplo para el resto de la administración pública, lo que él llamaba la “contaminación al revés”, pero el área de actividad de la empresa petrolera estatal debía estar limitada, no debería entrar a tratar de componerlo todo en el país, pues ello sería peligroso para su propia integridad corporativa. Hoy vemos como el desvío de la empresa hacia actividades no medulares ha terminado por arruinarla.
En la entrevista para NOSOTROS Alberto habló de su familia, de Yolanda su esposa y de sus cuatro hijos; Alberto, Yolanda, Sandra y Ricardo. Nuestra amistad se extendió al área familiar y ha sido muy sostenida en el tiempo. Pasé muchas horas felices con la familia Quirós, grandes anfitriones, en almuerzos, cenas o, simplemente, reuniones a las cuales asistíamos como casi miembros de la familia. Cuando Alberto, ya enfermo, iba a pasar unos días en Florida, íbamos para allá a compartir con ellos momentos de amistad, cargados de recuerdos sobre nuestro pasado común en la industria.
Todavía hoy me sorprendo pensando en copiar a Alberto algún escrito mío. Me ha costado mucho aceptar su ausencia porque fueron muchos los años de feliz interacción y de compartir momentos buenos y malos de nuestras vidas. Su intervención fue decisiva para que mi salida de la industria, por mi enfrentamiento con el sector político, no fuera como otros la hubiesen querido. Su generosidad y su valentía, junto con la de Guillermo Rodríguez Eraso, Jack Tarbes, Ernesto Sugar y otros miembros de la plana mayor de PDVSA en aquel momento me permitieron una salida digna de la industria en la cual había pasado toda mi carrera.
Después le tocaría a Alberto salir también de la industria, sin lograr lo que la meritocracia le hubiera debido dar: la presidencia de PDVSA. Ya la política se había metido en la industria y la identificación partidista pesaba más que las credenciales profesionales del candidato.
A la muerte de Alberto vi con admiración que mucha gente joven le consideraba como su mentor. No solo fue Alberto un líder de su grupo generacional sino mentor de nuevas generaciones.
Quisiera que Alberto hubiera vivido mucho más para regalarnos su don de gentes, su sentido común y su implacable lógica en el análisis de los asuntos nacionales. Pero no sé si un hombre de su estatura intelectual hubiera podido asimilar la Venezuela de hoy, país degradado y tan lleno de acomodos innobles.
A dos años de su muerte, lo recuerdo con el afecto de siempre, hoy transformado en nostalgias.
Algún día en nuestra Venezuela habrá una plaza con su estatua.