A raíz de los últimos acontecimientos ocurridos en Venezuela, Freddy Kamel Eljuri apuntaba en su artículo “Gobierno apuesta al caos general” que: “Con amigos como estos maruñuecos sabihondos que asesoran a Nicolás Maduro, cualquier inquilino de Miraflores no necesita enemigos gratuitos”. Maruñueco o marruñeco es una muy gráfica expresión venezolana que tanto designa a un bobo, una persona sin brillo o viveza, como a quien defiende algo sin conocimiento. Esta imagen, aplicable a los asesores de Maduro y a los miembros de su gabinete, también sirve para reflejar la marcha errática de su gobierno, tanto dentro como fuera del país.
Entre los recientes errores de la administración Maduro hay dos que destacan por sus graves consecuencias. Por un lado, el anuncio grandilocuente de la inminente puesta en circulación de billetes de gran denominación (entre 500 y 20.000 Bs.) y la posterior orden para retirar todos los billetes de 100 Bs. Por el otro, el intento de la ministra de Exteriores Delcy Rodríguez de intentar penetrar por la fuerza a una reunión del Mercosur a la que no había sido invitada, violentando los usos diplomáticos.
El común denominador de estas iniciativas gubernamentales es su improvisación, su carácter errático, la falta de análisis sobre sus consecuencias no deseadas y el patetismo de los argumentos utilizados tanto para justificarlas como para explicar su posterior fracaso. Como ha sido frecuente en la historia del chavismo, siempre hay a mano una conspiración en marcha contra el pueblo venezolano y su legítimo gobierno, cuyo único propósito es acabar con las grandes conquistas de la revolución. Cuando no es el imperialismo, el neoliberalismo o la oposición agrupada en la MUD (Mesa de Unidad Democrática) son las mafias de contrabandistas o la Triple Alianza formada por Argentina, Brasil y Paraguay.
Cada vez parece más evidente que el equipo de asesores que rodea al presidente Maduro y a sus ministros, los mencionados “maruñuecos sabiondos”, no sobresale ni por sus méritos políticos ni por su inteligencia. Es notoria su incapacidad para revertir la profunda crisis que sacude al país. Es verdad que los desafíos son de una magnitud impresionante, pero también lo es que prácticamente cada acción gubernamental que se toma para mejorar las cosas termina empeorándolas.
Pero no estamos sólo frente a un problema de falta de herramientas teóricas y metodológicas para enfrentar la realidad, sino también de falta de sensibilidad gubernamental frente al sufrimiento cotidiano del pueblo. Al retirar de circulación los billetes de 100 Bs. Maduro desencadenó un grave incendio social. Alarmado por las graves consecuencias que su decisión provocaba, por las más graves aún que podía provocar, especialmente en vísperas de Navidad, y por el atraso en la llegada de los nuevos billetes, decidió dar marcha atrás y prorrogar su entrega hasta el 2 de enero, una vez pasadas las fiestas.
Festejando la decisión de Maduro, la ministra de Asuntos Penitenciarios Iris Varela tuiteó: “¡Genial! ¡No podrán contra nosotros! Gracias querido jefe, ¡así es que se gobierna!” y “Jajajaja ¡Quisiera ver la cara de los que botaron por la ventana y quemaron los billetes de 100! ¡Otro palazo para las ratas que no volverán!”. Se da la circunstancia de que la mayoría de la gente que salió a protestar, quemando incluso unos billetes prácticamente sin valor, no pertenecen a la oligarquía neoliberal, esos pitiyankys tan denostados por Chávez, sino al pueblo llano que teóricamente dice defender Maduro.
Por su parte, la irrupción no autorizada de la ministra Rodríguez en el ministerio de Exteriores de Argentina le valió la Orden del Libertador en su primera clase, la máxima condecoración venezolana. Para Maduro, “la derecha imperial arremete contra nuestra canciller siendo ella la voz de la Patria en el mundo”. Precisamente por eso y por llevar “con honor y amor la verdad de Venezuela al mundo” es que merece tan alta condecoración.
Las dos circunstancias aquí mencionadas reflejan el autismo creciente del gobierno de Maduro, un autismo sostenido en el recuerdo de los años de bonaza de la gestión chavista, cuando el hegemonismo del proyecto bolivariano provocaba adhesiones inmediatas y abría todas las puertas. Entonces no había nada que discutir, ni siquiera el ingreso en el Mercosur, y cuando las cosas venían maldadas una gran movilización popular servía para restablecer la confianza popular. Hoy todo ha cambiado y cada vez son menos los convencidos de que hay que seguir respaldando a la revolución, y a sus líderes, incluso hasta la muerte.
A la hora de condecorar a la canciller y en alusión a lo ocurrido en Buenos Aires y la respuesta de los gobiernos de Mercosur Maduro fue contundente: “Primera vez en la historia que sucede un hecho como este. Uno puede tener las diferencias que sean con cualquier Gobierno, pero los convenios internacionales y la ética deben estar por encima de cualquier diferencia”. Precisamente lo que dicen los convenios internacionales y la ética es que no se puede acudir a una casa ajena sin que se lo invite, ni ingresar en ella de forma prepotente al grito de “derecho de la mujer” si no se lo deja entrar ni mucho menos intentar plantar sin autorización una bandera venezolana en ese mismo recinto.
Más allá de su carácter anecdótico, estos dos sucesos ejemplifican el estado terminal de un régimen que no encuentra el camino para salir de la crisis. Es posible que la agonía se prolongue durante bastante tiempo, pero de lo que no hay duda es que serán sus propios errores los que acabarán con él. Los incendios provocados serán de tal magnitud y tal gravedad que desde dentro de las filas del chavismo deberán aparecer los relevos necesarios antes de que toda Venezuela arda en llamas.
Carlos Malamud es Catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), de España e Investigador Principal para América Latina y la Comunidad Iberoamericana del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos
Publicado originalmente en Infolatam