Donald Trump tiene una importante lección que aprender del presidente saliente de Estados Unidos Barack Obama: no tener miedo a llorar en público. AFP
Durante sus ocho años como presidente, Obama ha llorado varias veces en público. El año pasado, por ejemplo, no pudo contener las lágrimas al hablar de la matanza en la escuela primaria Sandy Hook.
Hace pocos días, sus ojos se empañaron de lágrimas al rendir homenaje a su esposa e hijas en su discurso de despedida en Chicago.
“Las lágrimas están relacionas con una experiencia emocional intensa. Está claro que Obama sintió una gran emoción en esos momentos y no tuvo miedo de mostrarlo”, explica Lauren Bylsma, profesora de la facultad de psiquiatría de la Universidad Pittsburgh.
Además, “el hecho de llorar está asociado a personalidades que son bastante empáticas”, agrega esta especialista.
El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, que asumirá el cargo el viernes, “tiene sin duda un fondo emotivo”, estima Judi James, autora de “The Body Language Bible”.
“Pero tiene un tal caparazón de macho alfa que tendrá que buscar muy en el fondo de su ser”, agrega esta mediática experta británica.
“No obstante, llorar podría ser algo muy bueno para él (…) La gente espera algo que muestre su lado más humano”. “Si durante su investidura derrama una lágrima la gente podría cambiar su opinión sobre él”, asegura. “Las lágrimas pueden ser muy poderosas”.
El psicoanalista francés Jean-Pierre Friedman, especialista de las relaciones de poder, no imagina a Donald Trump llorando en público. Con sus 70 años, “Trump es un viejo y rígido cow-boy”, estima. También, “es un tema de generación”. “Hace 50 años, se decía a los varones ‘los hombres no lloran'”.
Incluso Trump llegó a burlarse de aquellos que lloraron el día que derrotó a la demócrata Hillary Clinton en la carrera hacia la Casa Blanca.
El hombre nuevo
En las últimas décadas, varios grandes dirigentes del planeta han vertido una lágrima en público. Incluso el presidente ruso Vladimir Putin, que se ha labrado una imagen de hombre fuerte, no logró contener la emoción cuando fue reelegido al cargo en 2012 o al escuchar el himno ruso durante una visita a Mongolia en 2014.
Los presidentes estadounidenses Bill Clinton y George W. Bush también lloraron varias veces en público.
Ha quedado lejos el tiempo en el que el llanto podía empañar la imagen de un líder. Varios analistas políticos estiman que en 1972 las “lágrimas” de Edmund Muskie — que su círculo niega — cuando respondía a críticas de sus adversarios contribuyeron a su derrota en las primarias demócratas estadounidenses.
“Llorar puede ser una muestra de vulnerabilidad que algunos pueden percibir como un signo de debilidad. Pero no sentirse apenado por su propia vulnerabilidad puede también ser considerado como una fuerza”, apunta Lauren Bylsma.
“Algunas investigaciones muestran que un hombre que llora es visto como más amigable, más cercano y más digno de confianza que un hombre que no llora”, explica esta profesora.
Pero, estas lágrimas deben ser sinceras. “La gente es capaz de diferenciar si las lágrimas son sinceras o forzadas”, apunta Judi James.
Asimismo, la causa es importante. “Si las lágrimas son provocadas por autocompasión o por ira, a la gente no le va a gustar”, agrega.
“Obama es un intelectual. Las lágrimas lo ayudan a bajarlo de su pedestal. Es un poco el ‘Hombre nuevo'”, estima James.
Obama logra además, con sus palabras, hacer llorar a los demás. Su vicepresidente, Joe Biden, no logró contener sus lágrimas cuando el presidente saliente le otorgó a inicios de enero la medalla de la Libertad, la máxima condecoración civil en Estados Unidos.