Vladimiro Mujica: El estruendo de la voz de la Iglesia

Vladimiro Mujica: El estruendo de la voz de la Iglesia

Resulta imposible exagerar la importancia de dos documentos recientes, emanados del episcopado venezolano, para el diagnóstico y compresión de lo que está ocurriendo en el país. Con diferencia de unos días se hicieron públicas las palabras del presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, monseñor Diego Padrón, y la Exhortación Pastoral Jesucristo Luz y Camino para Venezuela de la CVII Asamblea de la CEV. Antes de eso se han expresado repetidas veces sobre la delicada situación venezolana, en distintos grados de vehemencia, Luis Ugalde SJ, distinguido intelectual y ex-rector de la UCAB; el recientemente electo Superior General de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa SJ; el actual rector de la UCAB, José Virtuoso SJ; el cardenal Baltazar Porras y otros distinguidos prelados.

El mensaje de la Iglesia de Cristo para los venezolanos y el mundo es robusto y consistente. Venezuela atraviesa una crisis de inmensas dimensiones que afecta la existencia misma de la nación y causa un gran sufrimiento a su gente, y frente a ello se hace indispensable un esfuerzo de diálogo entre las partes en conflicto: gobierno y oposición. Pero las palabras de la Iglesia no se detienen allí. Con decisión, firmeza y claridad se señala como principal culpable de la crisis al gobierno y a su intento de imponer un modelo autoritario que confisca la democracia y la libertad del país. Critica también con tino y decisión las carencias de la oposición al anteponer intereses individuales y partidistas al interés nacional. Al coro de voces de nuestros sacerdotes se le ha unido el propio Papa Francisco, quien en numerosas alocuciones se ha referido a la situación venezolana

Visto desde la perspectiva de la ciudadanía, el mensaje de liderazgo de la Iglesia y su sentido profundo de nación y preocupación por el destino de nuestro pueblo, viene a suplir la carencia lamentable del discurso del gobierno y sus partidarios, proclamando una revolución humanista de avanzada que en realidad ha traído miseria y destrucción a la nación. Pero también viene el mismo mensaje a remediar las carencias del lenguaje alternativo que debería surgir de la oposición democrática. Es como si la iglesia se hubiese convertido en uno de los últimos reductos de pensamiento desinteresado sobre el destino de Venezuela. Los otros son posiblemente las Academias, que han jugado un papel valiente y decidido en defensa de los valores fundamentales de la nación, y algunos otros bastiones en los medios de comunicación, las universidades y la sociedad civil que aún resisten los embates del autoritarismo.





No deja de ser importante que toma distancia la Iglesia del socorrido argumento de muchos grupos que operan desde las redes sociales, según el cual Venezuela atraviesa una transición que se resuelve con cadenas de oraciones. Y tampoco pretende desconocer que la crisis humanitaria tiene responsables humanos concretos, el gobierno y sus desacertadas políticas, y que no se trata de un complot diabólico ni un castigo divino contra el pueblo venezolano. Nuestros prelados nos recuerdan de modo enfático que los ciudadanos tenemos una responsabilidad indelegable en los asuntos de la República y que el libre albedrío que para los creyentes nos fuera otorgada por Dios, nos obliga a actuar en defensa de los valores de nuestra civilización, tremendamente influenciados por lo valores religiosos que la Iglesia proclama.

Aun reconociendo el valor y la entereza de nuestros sacerdotes, es tremendamente preocupante que el liderazgo civil, laico y seglar, que tiene la responsabilidad de los partidos políticos, de los asuntos del poder público, esté tan alejado de cumplir su cometido. Debería ser un poderoso llamado de atención, al tiempo que una razón de fondo para estarle agradecidos a nuestros sacerdotes, que sea la Iglesia de Cristo la que se exprese con más claridad sobre los asuntos de la vida civil y señale de manera inequívoca que no se puede cerrar el espacio de diálogo, so pena de abrirle la puerta a la solución violenta a los conflictos. El tema del diálogo es especialmente relevante porque es irrefutable que a esta cita vital para la nación, el gobierno acudió con la intención de ganar tiempo y dividir a la oposición en su esfuerzo de alcanzar el Referendo Revocatorio y que por su lado la oposición acudió con agendas divididas y debilitadas. El resultado final fue un desastre para el país, pero aún bajo estas condiciones la Iglesia no cae en trampas conceptuales y señala que es indispensable retomar el camino del diálogo.

Marcan además los documentos de la CEV una ruta a seguir que claramente señala la importancia de los partidos políticos, al tiempo que denuncian tanto sus carencias como las aberraciones de la anti-política. Del mismo modo se refiere a la responsabilidad de la ciudadanía en general y de la sociedad civil organizada en recuperar el derecho democrático a elegir, ahora confiscado por la decisión del CNE de suspender el RR indefinidamente. No hay pues tema importante que se haya dejado de lado en esta crucial encrucijada de la nación.

Está en manos de la ciudadanía organizada articular un asedio democrático dual al gobierno y la oposición. Hacia el gobierno el asedio debe conducir hacia escenarios crecientes de protesta y resistencia ciudadana contra el proyecto anocrático del régimen. Hacia la oposición el asedio debe conducir a que el liderazgo opositor haga lo que tiene que hacer para dirigir al país de una manera coherente y articulada hacia la salida de esta pesadilla. Hacer lo correcto. Una verdad pura y simple, a la que también nos convoca la voz estruendosa y serena de la Iglesia. Es hermoso y profundo el pensamiento de que el tiempo de Dios es perfecto. Pero eso no nos excusa de hacer lo que nos corresponde para acelerar su llegada. Sobre todo si se trata de los asuntos de los hombres y su derecho a ser libres de la servidumbre a otros hombres y sus proyectos de poder.