La historia de Venezuela en su cíclico transcurso es, además de una angustiosa secuencia de infortunios y errores, un brillante ejemplo de determinación, perseverancia y paciencia. A todas nuestras tormentas nos hemos repuesto. Nunca hemos perecido definitivamente. Y eso nunca pasará, a diferencia de las muchas civilizaciones que en el mundo se enfrentaron al fin de sus días. Somos una nación joven, apenas doscientos años de identidad republicana.
Este tiempo es muy amargo y doloroso. El país ha sido devastado tras los dieciocho años de esta tragedia que se hace llamar revolucionaria. La delincuencia que asaltó el poder, tras la debacle consumada de la “democracia civil” que inició firmemente tras el derrocamiento del general Marcos Pérez Jiménez, un 23 de enero de 1958, ha logrado imponer sobre nuestra sociedad sus parámetros de vida, ajenos totalmente a nuestra idiosincrasia. El resultado es vergonzante. Nos hemos transformado en un pueblo hambriento, mendigo, desorientado moralmente, bajo el sometimiento del permanente terrorismo psicológico que promovió en su momento el difunto Hugo Chávez y ahora el nefasto Nicolás Maduro.
La desmovilización del país es dramática. Gravísima si se toma en cuenta las anomalías de la dirigencia opositora-partidista que se congrega en la Mesa de la Unidad. Esto debemos reconocerlo, no para generar división, porque se divide lo que es uno y todo es la MUD menos un ente de unidad, excepto para los fines electorales (motivo de su existencia) que está hartamente comprobado no propician una salida final sino extienden la cohabitación.
Lejanos quedaron aquellos tiempos donde el Nuevo Circo de Caracas rebozaba de venezolanos sedientos de libertad. Extraviados están aquellos que con sus machetes iban detrás de la Fuerza Armada a defender su Gobierno constitucional y democrático. Y tenemos que admitir que frente a semejante monstruo de mil cabezas como es el chavismo, no tenemos ni el mínimo de organización y determinación que las generaciones del 28, del 36, del 45 y de toda la dictadura perejimenizta nos legaron como ejemplo histórico.
Pero no es el pesimismo o la desesperanza los que debe ganarnos el aliento. Es el momento de actuar y ser muy firmes. No se pueden permitir procesos que apenas permiten alargar la descomunal tragedia venezolana. Por ejemplo, las elecciones regionales, porque el punto no es ocupar a nivel nacional cuotas de poder sino salvar al país, eso implica salir de Maduro y desmantelar el narco régimen que preside.
Que sea el 23 de enero una fecha para sincerar la lucha y afianzar la unidad verdadera de las fuerzas vivas. La tarea no es responsabilidad exclusiva de los partidos políticos. Es de todos. Sobre todo ahora que es evidente el descalabro de la estrategia política que la MUD enarboló y que fue coronada con el proceso de diálogo, fracasado antes, durante y después de sus reuniones.
“Nuestra patria tiene un enemigo. El monstruo está en su madriguera y lanza sus últimos zarpazos. La patria te necesita: sigue firme y tesonero en la lucha por la liberación” (Manifiesto Nº 2 del Estudiantado Universitario, Caracas 17 de enero de 1958).