El nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha puesto rápidamente en práctica ya algunas de sus más publicitadas ofertas electorales: asignar recursos federales para la construcción de un muro en su frontera con México –de más de 3,000 kilómetros de extensión-, retirarse del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) y renegociar el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá (NAFTA, por sus siglas en inglés); decisiones que afectan directamente a las relaciones comerciales entre las naciones de la zona de Asia Pacífico pero –más en particular- con México.
Nota de prensa
Claro está que la sola construcción del muro significa un gran estímulo para la economía de Estados Unidos cuyo costo se calcula –a decir de ciertos especialistas- en un importe muy superior a los 20 mil millones de dólares lo que permitiría desempeñar un papel relevante para el proceso de fortalecimiento de una riqueza interna gracias a la utilización de una ingente cantidad de mano de obra no especializada y generación de empleo, aumento de enormes demandas de bienes, como son el cemento, ladrillo, fierro, maquinaria y, cómo no, de los servicios indirectos, entre ellos, los financieros, entre otros muchos.
Pero resulta deleznable que el discurso del presidente Trump tenga ese carácter populista y xenofóbico para frenar, supuestamente, una inmigración ilegal proveniente de su frontera con México como instrumento para alentar las actividades económicas de su país que, si bien la mayoría provienen de esta nación, también es verdad que su número viene disminuyendo drásticamente a partir del 2004 a la fecha, según investigaciones de las propias Universidades de Texas y New Hampshire, así como del reconocido Centro de Investigaciones Pew con sede en Washington DC.
De manera que no es la inmigración ilegal una de las razones del estancamiento de la economía interna lo que preocupa a Donald Trump sino los instrumentos para reactivarla a costa de un malentendido patriotismo. No importa si el bendito muro sirva o no para frenar la inmigración de indocumentados y detener el narcotráfico. Sólo interesa emplear una justificación, al peor estilo de aquella infame propaganda de la Alemania nazi donde los judíos eran los culpables de sus desgracias, para que se le asignen recursos federales y cumplir sus promesas electorales.
Amén de ello, el retiro de Estados Unidos del TPP no haría que más agravar la economía mexicana pues el muy probable incremento de los aranceles y otras imposiciones les golpearía muy fuertemente al ser su principal socio comercial, donde un más del 70% de sus exportaciones se dirigen a ese país; de ahí que la renegociación del NAFTA no hace más que agravarles los problemas aun cuando la seductora política proteccionista de la industria americana y sus subsidios puede traer consigo una recesión económica como la sucedida en la década de los 30 que, con la caída de su comercio exterior, dejó a esa nación al borde del colapso.
Las incógnitas que se ciernen para México sobre las nuevas reglas en el comercio exterior con la administración Trump no son menores; por lo que el viraje del gobierno de Enrique Peña Nieto a su economía interna deberá ser intrépida: acercarse apresuradamente a otros grandes foros de cooperación económica y comercial donde participen los grandes de Asia, como son China, Japón o Corea, para que se conviertan en sus principales socios ante los inminentes cambios en las reglas de los acuerdos de libre comercio y disuadir a su actual socio que las barreras –en el corto plazo- será un fuerte golpe para la economía de su país, pero –en el largo plazo- un enorme riesgo recesivo para Estados Unidos.