El sol quema la piel, la temperatura ronda en los 36 grados centígrados, y en pleno centro de Maracaibo camina Glenda Camuña buscando el antihipertensivo que necesita su madre, de 78 años. Ha visitado 15 farmacias de la capital zuliana, sin contabilizar las que consultó vía telefónica en San Francisco. En todas obtuvo la misma respuesta: “No hay Concor, señora”, reseña Panorama.
Llegar al unicentro Las Pulgas fue su última alternativa de búsqueda desesperada. “¿Qué busca, señora?”, le preguntó uno de los buhoneros de la primera hilera de vendedores. “Un antihipertensivo, mijo”, le respondió. Este chamo sin titubear le dijo: “Si no se quiere meter tan adentro del mercado, donde seguro lo va conseguir, aquí en los pasillos hay varios vendedores, pero dígale que le hagan la caridad, porque ellos tienen cajas llenas”.
Glenda, quien reside en Monte Claro, y puede contar con los dedos de una mano las veces que ha pisado Las Pulgas, prefirió seguir su búsqueda en suelo cercano a la avenida Libertador. En uno de los pasillos del unicentro, encontró a la primera vendedora, que le ofreció fue Valsartán, en dos presentaciones: la venezolana, en casi 8 mil bolívares, y la colombiana en cinco mil.
“Ella me comentó ‘no mija, en todo el mercado no vas a encontrar ese medicamento. Habla con el médico para que se la cambie’, como si fuera una experta empezó a explicarme los compuestos, pero preferí seguir buscando”, detalló.
A escasos 30 metros, había dos puestos más, uno al lado del otro. En estos combinaban venta de fármacos, productos alimenticios regulados nacionales y los de marca neogranadina.
Ordenados por rubros, como si fuese una farmacia formal, los tenían en estos dos “tarantines”. “Allí el hombre, con acento colombiano muy marcado, me dijo: Venga por aquí señora, vamos a buscar en la cajita. Sacó una caja de cartón grandísima donde se mezclaban medicamentos en pastillas y suspensión. Total allí solo me sacó Anlodipina en 3 mil bolívares, pero en una caja vieja y remendada en cinta plástica”, relató la marabina.
Glenda extendió su búsqueda hasta los buhoneros que se ubican en las cercanías del Terminal, a 100 metros de un puesto de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), frente a Las Playitas, donde recientemente aparecieron los vendedores ilegales de estos fármacos. En plena acera, y resguardándose del sol con un toldo, la mujer muestra parte de sus medicamentos en una mesita pequeña, al lado de un botadero de basura y como ‘ambientador’, el hedor de las aguas servidas de la cañada Morillo.
En las condiciones menos higiénicas estas ventas ilegales expenden fármacos nacionales, colombianos y brasileños. Sin récipe, sin control sanitario, sin las temperaturas idóneas para los medicamentos y frente a los ojos de todos.
La desesperación por encontrar la medicina hace que Glenda compré al precio qué sea. “Me da miedo, porque dicen que estos medicamentos no son de buena calidad, pero si no consigo en la farmacia, no puedo dejar que a mamá le dé algo en el corazón”, señaló la mujer.
Ya no solamente es en Las Pulgas, sino en las aceras, tiendas y bodegas. Hay un descontrol con este tipo de ventas.