Luis Alberto Buttó: 4 de febrero

Luis Alberto Buttó: 4 de febrero

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Mediante la propaganda y la mentira oficial se esgrimirán en estos días múltiples razones para conmemorar el fallido golpe de Estado militar acaecido el 4 de febrero de 1992. Empero, la verdad histórica, puede aportar razones encaminadas a explicar los móviles reales por los cuales, desde el poder, dicha fecha se erige efeméride. Planteado de otra forma: ¿qué celebran, en realidad, los empeñados en convertir al 4-F en fiesta patria? Vengan las respuestas.

Celebran el demoníaco culto que en lo profundo de su alma le rinden a la sangre, las balas y la muerte. Quienes nunca comprendieron la belleza de las letras ni el señorío de las ideas, sólo pueden y podrán entender la fuerza del malhadado plomo que hiere la carne y asesina la esperanza. Quienes nunca creyeron ni creen en la soberanía popular, salvo cuando ésta le es circunstancialmente favorable, tenían y tienen que ser deplorables manifestaciones de la tara histórica encarnada en el golpismo contumaz, ése que en las desgraciadas horas de aquella madrugada nada le importó que el pueblo había investido a sus gobernantes, incapaces o pérfidos pero electos, y asumió que dirimir pacífica y civilizadamente las controversias políticas no podía ser la norma de conducta de los felones, pero sí la práctica bárbara de cambiar el destino de un país disparando tanques de guerra, acción que niega de manera absoluta todo lo que la humanidad aprendió con la modernidad. En otras palabras, celebran su sempiterno caminar de espaldas al progreso humano.     





Al celebrar el 4-F festejan su infeliz convicción de que el país no debe ser tierra fértil donde florezcan las universidades, frente a las cuales experimentan paranoico pavor producto de la condición de iletrados, rayana en la agrafía. Encomian la atrasada idea de que la nación debe ser un cuartel donde, fanatismo de por medio, el disenso es pecado aborrecible porque quienes no saben debatir sólo pueden aspirar a ser mandones como realización de vida. Aplauden el hecho bochornoso de que al mirarse al espejo se les desdibuja el rostro de los justos como José María Vargas y el vidrio les espeta la fea faz de los Pedro Carujo de siempre, que al ser incapaces de justipreciar la reflexión, la ciencia y el estudio, se condenan a promocionarse como corajudos, pese a que en verdad no lo son, pues temen al indefenso adminículo llamado libro, dispuesto a desnudar en su interior el atraso representado por el uniforme calzado para atropellar instituciones, cuando se supone debe defenderlas.

Desechando el pudor brindado por el diccionario, al celebrar el 4-F, vocean el descarnado oxímoron de la unión «cívico-militar», falacia mayor regada en 18 años de desgobierno ignominioso, ya que nada de civil puede hallarse en el militarismo ramplón que pisotea el pensamiento y anula la posibilidad de ejercer ciudadanía. Tristemente, lo que hacen es cubrir con vergüenza lo que hombres como Cecilio Acosta, y no precisamente Ezequiel Zamora, soñaron fuera digna república. Advertencia: acuñar constructos dirigidos a enmascarar la entronización de una élite incubada en la lacra ancestral del pretorianismo, no es precisamente ejercicio de inteligencia sino engañifa desgajada cuando la mirada del pensador la somete a escrutinio.        

De todas las afrentas atribuibles a la revolución bolivariana, ninguna puede superar el hecho de elogiar el uso de las armas en vez de ennoblecerse cumpliendo la tarea de alimentar a los menesterosos y curar o cuando menos consolar a los enfermos. Drama patibulario de los autócratas: celebrar la mácula del 4-F. Responsabilidad impostergable de los demócratas: limpiar esa mancha de la conciencia nacional. El futuro no requiere traductores.

Historiador

Universidad Simón Bolívar

@luisbutto3